¿Por qué todavía adoramos en el altar al crecimiento económico?
Donald Hirsch Huffpost
Profesor de Política Social en la Universidad de Loughborough
Después de una década de tímido desarrollo económico, todavía consideramos que la tasa de crecimiento general de Gran Bretaña es un faro de nuestra fortuna nacional. Aquellos que buscan señales de un inminente choque económico de trenes como resultado del Brexit se sienten provisionalmente vindicados por la recientes expectativas a la baja de la tasa de crecimiento del Reino Unido por debajo de la de Grecia previstas por el FMI.
Sin embargo, el continuo énfasis en el crecimiento como el objetivo económico nacional central contradice tres cosas que deberíamos haber aprendido en los últimos 40 años. Primero, la riqueza no necesariamente «se esparce» entre la sociedad . Segundo, la expansión indefinida de la producción global puede ser insostenible. En tercer lugar, los aumentos en la actividad económica monetizada no significan un aumento automático del bienestar general.
Hace cuarenta años, mi padre Fred Hirsch señaló una falsedad crucial en el énfasis en el crecimiento como un objetivo central de las economías occidentales. Su libro seminal Límites sociales al crecimiento argumentaba que una vez que una nación ya había proporcionado los elementos básicos como comida, ropa y refugio a sus ciudadanos, el crecimiento adicional adquiría cada vez más un rol social en el sentido de que el consumo de una persona podía afectar al de otras. En particular, se daba una importancia creciente a los «bienes posicionales» cuyo valor general es finito debido a que el consumo de una persona puede reducir su valor para otros consumidores. Esto se debe a que su valor se deriva del estatus (ej. el automóvil más atractivo del bloque) o de la posición relativa (la calificación educativa que proporcionará un trabajo superior) o porque el valor se ve disminuido por la aglomeración (acceso a una playa vacía).
En la década de 1970, una menor confianza en la «mano invisible» de Adam Smith ( con la idea de que todos se benefician económicamente a partir del comportamiento egoista de los individuos) hizo que la redistribución se pusiera de moda. Pero Fred Hirsch señaló que incluso el crecimiento redistribuido tendría que enfrentarse a los límites sociales si el paradigma siguiera siendo el gasto individual en busca del bienestar personal, ya que favorecía la competencia por encima de las formas cooperativas de consumo y las conductas de colaboración. Desde entonces , los economistas reflexivos han ido buscado indicadores alternativos del bienestar que no se basen únicamente en el consumo individual, a pesar de que todavía tienen que bajar del pedestal al convencional PIB.
Pero dos aspectos fundamentales han cambiado para dejar más claro que nunca que el crecimiento, en sí mismo, es insuficiente como ideal económico:
Primero, como ha demostrado Thomas Piketty , los años setenta fueron el punto culminante de la igualdad económica. Desde entonces la distribución de la riqueza y las rentas se ha vuelto mucho más desigual, con los ricos apropiándose de la mayor parte del crecimiento que ha ocurrido en cada país. Además de cuestionar el beneficio social automático del crecimiento, la ampliación de las desigualdades hace aumentar enormemente la importancia de los bienes posicionales, ya que los intereses por la posición de cada uno en el orden jerárquico (por ejemplo, si uno tiene los requisitos para acceder a uno de los 10% mejores trabajos) aumentan mucho cuando los resultados son tan desiguales. Escritores como el economista estadounidense Robert Frank han llamado la atención sobre la «carrera de armamentos» o «fiebre del lujo» de los consumidores, en la que una parte importante de los recursos nacionales es utilizada por los individuos más ricos para estar a la cabeza en el consumo de bienes de un valor material cada vez mayor.
El segundo cambio fundamental, es que la búsqueda socialmente infructuosa de la ventaja posicional, particularmente por parte de los ricos, se ha vuelto especialmente problemática debido a la necesidad de contener algunos aspectos del consumo global, especialmente los que aumentan las emisiones de carbono, los que reducen la biodiversidad o los que contaminan el planeta. La tesis original de los «límites sociales» en la década de 1970 fue una reacción a un argumento físico de los «límites al crecimiento» basado en la idea de que el petróleo mundial eventualmente se agotaría: Fred Hirsch señalaba que los límites sociales ya existentes para el crecimiento eran mucho más pertinentes que las proyecciones apocalípticas de las condiciones materiales del futuro. Hoy, sin embargo, las estrategias para abordar las limitaciones físicas se han vuelto centrales, como el objetivo de reducir las emisiones de carbono de Gran Bretaña en un 80% entre los años 1990 y 2050. Interactúan con los límites sociales al convertir los aspectos vitales del consumo en un «juego de suma cero» en el cual la ganancia de una persona significa la pérdida de otra.
Tales restricciones tienen el potencial de crear tensiones políticas intensas. Mi propia investigación en la Universidad de Loughborough muestra que actualmente tres de cada diez hogares tienen ingresos por debajo del nivel que necesitarían para tener un nivel de vida mínimo decente, tal como se entiende por el público en general. Sin embargo, se ha estimado que incluso si todos los ciudadanos en Gran Bretaña vivieran exactamente con este nivel mínimo (es decir, no solo haciendo más rico al 30% que està por debajo de este nivel sino haciendo más pobre al 70% que está por encima de este nivel), las emisiones de gases de efecto invernadero caerían solo un 37% y no un 80%.
La conclusión es clara: en un mundo en el que intentamos contener el consumo global de materiales, hay una fuerte necesidad de frenar los excesos de los ricos para mejorar los niveles de vida de los más pobres, pero esto por sí solo no es suficiente.
El consumo inteligente puede proporcionar algunas de las respuestas; las tecnologías que nos permiten consumir más sin sobrecargar el planeta, pero es poco probable que sean suficientes para permitirnos alcanzar los niveles de vida que esperamos, especialmente si seguimos ignorando los resultados sociales infructuosos del consumo competitivo.
Aquí encontramos una convergencia alentadora entre lo que mi padre sugería hace cuarenta años y las ideas de pensadores como Tim Jackson, autor del libro pionero Prosperity without Growth. Este último argumenta que necesitamos redefinir lo que nos hace sentir bien, poniendo mucho más énfasis en la colaboración social.
Allá por 1977, Fred Hirsch señaló que «la única forma de evitar la competición en frustración era que las personas interesadas coordinasen sus objetivos de forma explícita». Sugirió que, si bien el poder de la religión para gobernar el comportamiento moral había disminuido, incluso si las personas se comportaran como si fueran altruistas, todos podrían beneficiarse del beneficio compartido. Hoy en día, la tecnología ofrece nuevas rutas para el «consumo colaborativo», aunque la idea de que una «economía colaborativa» podría reemplazar el individualismo por la reciprocidad, es un tema muy polémico .
Sería fácil caer en el pesimismo sobre la manera en que en una sociedad cada vez más desigual, nuestros esfuerzos económicos están siendo canalizados, más que nunca, para generar un consumo infructuoso y competitivo. Esto puede contrarrestarse no solo con un nuevo impulso redistributivo – hasta ahora potentemente articulado a través de los ataques retóricos sobre los ricos a raíz de la crisis bancaria- sino también recordándonos que la suma del gasto o consumo individual no es la única forma de medir o promover el éxito económico.
Si nuestro pensamiento se encuentra cercano a la ruptura con el neoliberalismo que nos ha dominado en las últimas décadas, deberíamos ir más allá del simple pensamiento sobre cómo se distribuyen nuestros frutos económicos y deberíamos pensar también en qué es lo que realmente valoramos.
La comisión parlamentaria del reino Unido sobre los Límites al crecimiento organizó un debate para conmemorar el 40 aniversario de los límites sociales al crecimiento de Fred Hirsch el 13 de noviembre
Traducción Neus Casajuana