Seis iniciativas internacionales de financiación para la economía social
Pere Rusiñol, ‘Alternativas Económicas’
¿Puede la economía social movilizar un volumen importante de recursos económicos sin renunciar a su ADN cooperativo? ¿Los proyectos empresariales que nacen con la fórmula cooperativa están condenados a ser pequeños? Si quieren crecer, ¿deben plegarse a los financiadores con lógica capitalista? En España, hay ejemplos que muestran que la economía social se ha ido desprendiendo de viejos estigmas y clichés, y las herramientas de financiación al servicio de la economía social son hoy más abundantes que nunca. Con todo, las limitaciones son aún importantes. En la última edición de Financoop, que se celebró en Barcelona en mayo de 2017 con el objetivo de que proyectos de base cooperativa se conectaran con financiadores potenciales, Alternativas Económicas, revista editada por la cooperativa federada del mismo nombre, elaboró un informe con una selección de experiencias internacionales de éxito para la financiación de la economía social. A continuación, presentamos una síntesis del informe, disponible íntegramente en la web.
1. Quebec: “Capital paciente” y suma de actores
En 2006, Quebec (Canadá) fue capaz de crear una herramienta formidable para impulsar la economía social a través del capital paciente: préstamos a quince años sin garantía. El capital se devuelve a vencimiento y sólo se abonan mensualmente los intereses, siempre por debajo de los índices de los mercados. Las condiciones son tan buenas que el capital paciente es considerado capital a todos los efectos, por lo que la empresa receptora dispone de margen para impulsar otras operaciones de crédito, si las necesita.
Las inversiones del trust tienen una doble línea: por un lado, afrontar mejoras en la empresa, excluyendo reestructuraciones de deuda o tapar agujeros. Por el otro, adquirir inmuebles y hacerlos suyos. En ambos casos, la inversión puede suponer hasta el 35% del total y hay que encontrar vías para complementarla. El volumen de inversiones del trust entre 2006 y 2015 suma 52 millones de dólares, que se han destinado a 195 proyectos.
Un fondo como este sólo es posible con la participación de actores muy diversos. La iniciativa partió del Chantier del Économie Sociale —el equivalente a la Federació—, que identificó que las necesidades financieras de las empresas adheridas eran básicamente de capital y que había que aportar un instrumento ad hoc que permitiera dar un salto sin renunciar a la estructura de propiedad colectiva. En seguida se involucró también la banca cooperativa y la Administración. El fondo pudo constituirse con una aportación inicial de 30 millones de dólares del gobierno de Canadá, que a través del Ministerio de Economía está representado en el consejo del trust y ha implicado también a los sindicatos.
2. Italia: un fondo de 450 millones para el cooperativismo
Una de las causas que ayudan a explicar la fortaleza y resiliencia de la economía social en Italia es Coopfond, un instrumento único de financiación del sector y para el sector, que suma activos por valor de 452 millones de euros. Coopfond, que este 2017 cumple veinte años, es técnicamente una sociedad italiana por acciones propiedad íntegramente de Legacoop.
Los recursos salen del sector: por ley, el 3% de los beneficios de las cooperativas adheridas se destinan a nutrir este fondo para facilitar el acceso a la financiación del conjunto del sector.
“Se buscaba dar un sentido colectivo de mutualidad”, explica un portavoz de Coopfond, que añade: “La mutualidad externa siempre ha existido en el cooperativismo, pero de forma voluntaria. Aquí se quiso ir más allá para hacerlo más fuerte”.
El resultado ha sido este fondo formidable que ha supuesto inversiones de 673 millones de euros en más de 800 proyectos, con un impacto en puestos de trabajo estimado en cerca de 28.000. El 55% de las acciones impulsadas en estas dos décadas y media han sido capital paciente ?entendido aquí como aportaciones a largo plazo, de entre cinco y diez años como mínimo, a tipos bajos y sin derechos políticos?, mientras que el 45 % se ha destinado a préstamos clásicos, siempre en mejores condiciones que los del mercado.
La economía social no ha podido escapar de la dureza de la crisis y Coopfond también se ha resentido: el fondo ha registrado pérdidas en los cinco últimos ejercicios, que suman en total 16 millones de euros en números rojos desde 2012, muy condicionado por el creciente número de empresas que han tenido que cerrar o que no han podido hacer frente a sus compromisos. Sin embargo, en el mismo periodo, los activos de Coopfond han aumentado en 37 millones de euros, un crecimiento del 9%. De hecho, los activos del fondo han crecido siempre de un ejercicio a otro en estos veinte años, sin excepción. Para ello han sido clave las inversiones exitosas y el hecho de que las contribuciones de las cooperativas, al ser obligatorias y tasadas por ley en el 3% de los beneficios, han superado siempre ampliamente las pérdidas.
3. Francia: Fondo 90/10, la implicación de los trabajadores
Los fondos de pensiones son actores relevantes en los mercados financieros que ya mueven un volumen de recursos mundial por encima de los 20 billones de euros, cifra superior al PIB del conjunto de países de la UE. ¿No habría manera de poner al menos una parte de esta cantidad a impulsar la economía social, que suele ofrecer puestos de trabajo estables y con mecanismos de participación democrática?
Francia ensaya un camino en esta dirección a través de los Fondos 90/10: entre el 90% y el 95% del fondo se gestiona por los canales clásicos, siguiendo criterios, en general, de inversión responsable en empresas cotizadas, y entre el 5% y el 10% se dedica a entidades de la economía social, que tienen una rentabilidad modesta ?alrededor del 1% de media?, pero que apuntalan y capitalizan el sector.
Los preparativos de estos fondos exigieron un largo camino legislativo, impulsado por gobiernos tanto de izquierdas como conservadores desde 2001, pero el gran impulso llegó en 2010, cuando se hizo obligatorio que los planes de pensiones voluntarios ?y fórmulas más flexibles de ahorro? que en el marco de la empresa se ofrecen a los trabajadores incluyeran al menos una opción de Fondo 90/10.
Desde entonces, la expansión ha sido espectacular y ha ensanchado el perímetro de recursos disponibles para la economía social: entre 2008 y 2015 los activos gestionados por fondos 90/10 han pasado de 898 millones de euros a 6.067, según la consultora Finansol, un crecimiento superior al 500% que en buena medida explica la explosión del ahorro solidario en Francia de la última década.
4. Reino Unido: “Community shares” o cooperativismo popular
Las community shares (acciones comunitarias) han vivido un desarrollo extraordinario en el Reino Unido desde que en 2009 la federación de cooperativas inglesa (Co-operatives UK), las asociaciones de trabajo comunitario y vecinal (hoy agrupadas en Locality) y el gobierno británico unieron fuerzas para rediseñarlas y convertirlas en elemento central de la capitalización de cooperativas y entidades del tercer sector.
La mecánica equivale a la de una cooperativa de consumo, dirigida hacia ámbitos poco habituales pero que una comunidad determinada considera vitales: un pub que es también punto de encuentro, un huerto que permite acceder a verdura de proximidad, un equipo de fútbol amateur, un centro cultural, un equipamiento de placas solares, iniciativas de comercio de proximidad o una revista.
Para llevarla a la práctica, se ha utilizado una vía similar a las ofertas públicas de colocación de acciones en bolsa, pero obviamente desde una lógica de valores muy distinta, basada en la mejora de la comunidad y no en el beneficio económico personal: una réplica del capitalismo popular en forma de cooperativismo popular.
El programa ha sido un éxito: desde 2009, unas 120.000 personas han invertido más de 100 millones de libras en acciones comunitarias que han permitido financiar 350 proyectos cooperativos sin generar deuda. Algunos son de nueva creación, otros ya existían y se han podido salvar reconvirtiéndose en cooperativa o asociación, aprovechando un marco legal propicio, como explica Alice Wharton, responsable del programa: “La ley da prioridad a la comunidad en caso que un inmueble o negocio que se considere un bien comunitario se ponga a la venta, porque todo el mundo valora que las comunidades sean vibrantes y fuertes”.
Las acciones son nominales y no se pueden vender libremente, sino que sólo pueden ser recompradas por parte de la entidad y nunca a un precio superior, de modo que no puede haber beneficio en la operación. Además, cuentan con un marco de autorregulación riguroso, claro y serio, elaborado de acuerdo con el regulador (FCA) y basado en otorgar un sello de calidad a las emisiones que siguen las reglas.
5. Fondo de inversión y gestión de activos: atreverse con un tema tabú
¿Hay margen para que la economía social cree sus propios fondos, con sus reglas, y salga a buscar inversores fuera de sus círculos habituales? La experiencia de Ética Sgr, filial de Banca Ética, que en España opera con la marca Fiare Banca ética, demuestra que sí. Se trata de un ejemplo destacable, procedente de la economía solidaria, y consiste en una sociedad de gestión de activos de terceros operativa en Italia desde 2003. Banca Ética tiene la mayoría de las acciones de la sociedad (51%) y opera en los mercados a partir de los estrictos criterios que fija el banco. El objetivo es canalizar el ahorro hacia sectores que la entidad considera estratégicos (energía verde, vivienda social, etc.), intentar exportar a las empresas cotizadas los valores de la economía social ?mayor transparencia, mayor democracia, mayor equidad salarial y de género, etc.? y generar recursos que vayan directamente a financiar la economía social.
Con criterios muy estrictos, la captación de inversores ha sido un éxito, hasta el punto de que Ética supera el 50% del mercado italiano de los fondos socialmente responsables, con más de 3.000 millones en activos de más de 100.000 clientes y un crecimiento espectacular, sobre todo a partir de 2012. Los cuatro fondos de Ética, con una década de vida, han obtenido rentabilidades medias de entre el 1,55% y el 6,85%, aunque en medio estallara la crisis mundial.
Además de atreverse a salir de la zona de confort para captar dinero en los mercados, la actividad de Etica en sí misma genera también recursos para la economía social: los clientes tienen la opción de destinar el 1 ‰ de su inversión en un fondo para financiar proyectos de la economía social, el cual ya supera los dos millones de euros.
6. Plataformas digitales de financiación colectiva
Las plataformas digitales de financiación colectiva constituyen una de las grandes innovaciones de la década y han permitido que miles de proyectos accedieran a la financiación que necesitaban conectando de forma muy sencilla y eficiente proyectos en busca de inversores e inversores en busca de proyectos, a veces sin llegarse a conocer. A grandes rasgos, bajo la etiqueta común de crowdfunding (financiación colectiva) existen tres modalidades distintas: de donativos y recompensa, de crédito (crowdlending) y de capital (crowdequity).
Las plataformas de donativos y recompensa son desde el inicio muy utilizadas por organizaciones caritativas, pero también sociales y culturales, y en España ya disponen de plataformas muy consolidadas y próximas a la economía social, como Verkami y Goteo. Pero en otros países europeos existen también plataformas específicas de acceso a capital paciente para las cooperativas.
Tanto en el Reino Unido como en Francia, la economía social puso en marcha sus propias plataformas digitales de financiación colectiva. Con el tiempo, las han ido transformando en portales que mapean los proyectos activos y los centralizan para darles más difusión, a la vez que derivan los potenciales inversores hacia las páginas de la entidad concreta situada en plataformas líderes, velando, a través de acuerdos, para que tengan espacio y visibilidad.
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