Indicadores como el PIB no miden todo lo que importa
La crisis climática ha puesto de manifiesto que la forma en que evaluamos el desarrollo económico y el progreso social es fundamentalmente erróneo. El mundo se enfrenta a tres crisis existenciales: una crisis climática, una crisis de desigualdad y una crisis en la democracia. ¿Seremos capaces de prosperar dentro de nuestros límites planetarios? ¿Puede una economía moderna generar prosperidad compartida? ¿Y pueden prosperar las democracias si nuestras economías no logran generar prosperidad compartida? Estas son preguntas críticas, pero las formas aceptadas mediante las cuales medimos el desarrollo económico no dan absolutamente ninguna pista de que se esté acercando algún problema. Cada una de estas crisis ha reforzado el hecho de que necesitamos mejores herramientas para evaluar el desarrollo económico y el progreso social.

La medida estándar para medir el desarrollo económico es el producto interior bruto (PIB), que es la suma del valor de los bienes y servicios producidos en un país durante un período determinado. El PIB marchó muy bien hasta la crisis financiera mundial de 2008, aumentando año tras año. La crisis financiera mundial fue la mejor ilustración de las deficiencias que se presentan en las medidas de uso común para la valoración del PIB. Ninguna de estas estimaciones dio una advertencia adecuada a los políticos o a los mercados de que algo iba mal. Aunque algunos economistas habían dado la voz de alarma, los índices e indicadores estándar parecían sugerir que todo estaba bien.
Desde entonces, según los indicadores del PIB, EE UU ha estado creciendo un poco más lentamente que en años anteriores, pero no hay nada de qué preocuparse. Los políticos, al observar estos indicadores, sugieren ligeras reformas al sistema económico y prometen que todo irá bien. En Europa, el impacto de 2008 fue más severo, especialmente en los países más afectados por la crisis del euro. Pero incluso allí, aparte de las altas cifras de desempleo, los indicadores estándar no reflejaron completamente los impactos adversos de las medidas de austeridad, ni la magnitud del sufrimiento de las personas, ni los impactos en los niveles de vida a largo plazo.
Nuestras medidas estándar del PIB tampoco nos brindan la orientación que necesitamos para abordar la crisis de desigualdad. Entonces, ¿qué pasa si el PIB sube y la mayoría de los ciudadanos están peor? En los primeros tres años de la llamada recuperación de la crisis financiera alrededor del 91% de las ganancias fueron a parar solo al 1% de la población. No es de extrañar que muchas personas dudaran de las afirmaciones de los políticos que decían que la economía se estaba dirigiendo a una recuperación sólida. Durante mucho tiempo me ha preocupado este problema: la brecha entre lo que muestran nuestros indicadores y lo que deberían mostrar. Durante la administración Clinton, cuando serví como miembro y luego como presidente del Consejo de Asesores Económicos, me preocupaba cada vez más cómo nuestras principales medidas económicas no tenían en cuenta la degradación ambiental y el agotamiento de los recursos. Si nuestra economía crece, pero ese crecimiento no es sostenible porque estamos destruyendo el medio ambiente y utilizando los escasos recursos naturales, nuestras estadísticas deberían advertirnos. Pero debido a que el PIB no incluye el agotamiento de los recursos y la degradación ambiental, éste nos da una imagen excesivamente optimista.
Estas preocupaciones se han puesto de manifiesto con la crisis climática. Han pasado tres décadas desde que la amenaza del cambio climático se reconoció por primera vez ampliamente, y las cosas han empeorado más rápido de lo esperado inicialmente. Ha habido eventos más extremos, mayor derretimiento de los glaciares y mayor destrucción del hábitat natural.
Si nuestras medidas nos dicen que todo está bien cuando realmente no lo es, no nos preocuparemos, ya que algunos aspectos graves pueden pasarnos desapercibidos. Está claro que algo está fundamentalmente mal con la forma en que evaluamos el desarrollo económico y el progreso social. Peor aún, nuestros indicadores frecuentemente dan la impresión engañosa de que existe una compensación entre los dos; que, por ejemplo, los cambios que mejoran la seguridad económica de las personas, ya sea a través de mejores pensiones o un mejor estado de bienestar, se hacen a expensas del desarrollo económico nacional.
Obtener los indicadores correctos, o al menos mejorarlos, es de vital importancia, especialmente en nuestra sociedad orientada a los índices de rendimiento. Si medimos lo incorrecto, haremos lo incorrecto. Y debe quedar claro que, a pesar de los aumentos en el PIB, a pesar de que la crisis de 2008 se dejó muy detrás, no todo está bien. Vemos esto en el descontento político que se propaga por tantos países avanzados; lo vemos en el amplio apoyo que reciben los demagogos, cuyos éxitos dependen de la explotación del descontento económico; y lo vemos en el entorno que nos rodea, donde se producen incendios, inundaciones y sequías a intervalos cada vez menores.
Afortunadamente,
una variedad de avances en metodología y tecnología nos han
proporcionado mejores herramientas de medición, y la comunidad
internacional ha comenzado a adoptarlas. Lo que hemos logrado hasta
ahora me ha convencido a mí y a muchos otros economistas de dos
cosas: primero, que es posible construir medidas mucho mejores para
la salud de una economía. Los gobiernos pueden y deben ir mucho más
allá del PIB. Segundo, que hay mucho más trabajo por hacer.
Como
Ángel Gurría, secretario general de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico, ha escrito: “Es solo
con mejores indicadores que reflejen realmente la vida y las
aspiraciones de las personas como podremos diseñar e implementar
“mejores políticas para mejores vidas”.
• Joseph E Stiglitz es premio Nobel de economía y coautor de Measuring What Counts: The Global Movement for Well-Being.
Traducción: Francesc Sardà