Una de las señas de identidad del feminismo andaluz debería ser precisamente la reivindicación de la renta básica.
Qué pasaría si recibiera una renta básica suficiente e individual una jubilada, con pensión no contributiva de 392 euros; una joven estudiante, con una pensión de orfandad de 195 euros; una madre de dos hijos, que se dedica a la prostitución; una mujer divorciada con una pensión compensatoria de 500 euros mensuales y dos hijos a su cargo; una mujer de mediana edad, con un largo currículo de hormiga laboriosa, que debe hacer frente a su sustento y a su vejez; una inmigrante que realiza un trabajo no cualificado, que es tanto como decir esclavo… Qué pasaría si recibiera una renta básica suficiente una empleada doméstica, que cobra a 10 euros la hora, una kelly, a quien se paga 3 euros por arreglar una habitación de hotel, una chica con diversidad funcional, que está tratando de independizarse, con una pensión que no alcanza los 400 euros mensuales, una mujer gitana, vendedora ambulante, una jornalera del campo, que tiene que mendigar jornales para alcanzar un subsidio de miseria…
Precisamente por la situación real que padecen las mujeres en Andalucía, ratificada una y otra vez por la tozudez de los informes micro y macro económicos, es urgente plantear la conveniencia de la renta básica desde una perspectiva encarnada, que explicite lo que queremos decir cuando afirmamos que la pobreza tiene rostro de mujer. Porque este ejercicio de concreción tendría la virtud de poner en su sitio muchos argumentarios y estudios de salón, que en poco se acercan a la realidad de las personas.
El feminismo también debe sentirse interpelado por esta cuestión y pensar en las mujeres de carne y hueso. Es comprensible que, desde los feminismos se tema que la implantación de la renta básica refuerce los estereotipos y el lugar de “no poder” que actualmente ocupan mayoritariamente las mujeres, ahondando la división sexual del trabajo existente. Es comprensible que se piense si la implantación de la renta básica pueda provocar una caída de la participación femenina en el ámbito mercantil y un incremento de su presencia en el ámbito doméstico, aumentando de este modo la situación de desprotección y vulnerabilidad de las mujeres. Pero sospecho también que estas y otras reticencias están lastradas por algunos planteamientos que es urgente superar.
En primer lugar, los feminismos al menos en Andalucía, no acaban de superar una cierta sacralización de la idea del trabajo remunerado; en el fondo, se piensa que si el trabajo remunerado aliena es porque se hace en malas condiciones. Sin embargo, hace mucho que el trabajo remunerado dejó de ser el billete para que las mujeres abandonaran la domesticidad. El trabajo asalariado ha empoderado a los hombres trabajadores, pero no a las mujeres trabajadoras, que siguen siendo pobres, salarialmente y en recursos.
Es más, se sigue pensando en el trabajo asalariado y en la familia como cuestiones alternativas, cuando ambos ámbitos son instrumentos disciplinarios para el mantenimiento de la división sexual del trabajo.
En segundo lugar, se sigue invocando una idea poco crítica de la igualdad, sin preguntarse con quiénes queremos igualarnos y en qué.
En el fondo, sobre algunas de estas reticencias planea la vieja y patriarcal desconfianza en las mujeres, que no es otra cosa que su no consideración como sujetas políticas, con derecho y capacidad de decidir como sujetas soberanas.
De manera general, la propuesta de una renta básica universal, incondicional, suficiente e individual, en principio quizás no tenga en sí misma la potencialidad género-transformativa suficiente, sin embargo, sería un punto de partida para un cambio estructural, teniendo en cuenta que sería necesario abordar la eliminación de la división sexual del trabajo y los mecanismos y estructuras que sostienen la desigualdad de género. Una redistribución radical de la renta, como es esta renta básica de la que hablamos (y no cualquiera de los subsidios ya implantados con mayor o menos extensión), tiene que ir acompañada también de una redistribución de los tiempos de trabajo reproductivo y de cuidados, así como de una redistribución de las oportunidades. También es necesario, particularmente en el caso de las mujeres, que entendamos el concepto de pobreza no solo en términos monetarios, sino de tiempo y de emociones (el desánimo ante el presente, el miedo y la incertidumbre ante el futuro).
Hablamos, por tanto, de un cambio de paradigna, que requeriría cambios en lo cultural, pero también en ideológico, afectando a los esterotipos patriarcales. Necesitamos entender, como dice Federici, que “la violencia contra las mujeres es un sabotaje de la lucha anticapitalista”, para comprender las posibilidades de la implantación de la renta básica en esta lucha contra la violencia, que es patriarcal y capitalista.
Una de las señas de identidad del feminismo andaluz debería ser precisamente la reivindicación de la renta básica, tanto porque las mujeres andaluzas padecen un alto grado de pobreza de todo tipo, como por el hecho de que su implantación sería un instrumento para que lxs sobrantes, mayoritariamente mujeres, se articularan como sujetas soberanas, con un mayor grado de autonomía, de capacidad de decidir sobre la vida, el tiempo y los deseos, individuales y colectivos.
En definitiva, el feminismo andaluz, que pensamos y necesitamos como una potente herramienta transformadora, debe aspirar a construir el sujeto político que reclame la renta básica como el derecho a tener garantizada la supervivencia.
Urge que el feminismo andaluz dé un paso más: si en estos años de crisis empujadas por la necesidad de sobrevivir, nos hemos hecho expertas en la creación de redes de resistencia y solidaridad, ahora es el momento de pasar a la ofensiva, sin idealizar estos espacios a los que nos ha empujado la miseria capitalista para sobrevivir. Hay que pensar un sujeto político reclamante de la renta básica construido como un sujeto soberano, en lo individual y en lo colectivo. Avancemos en la construcción del feminismo andaluz construyéndonos como sujetas soberanas, con capacidad de decisión para hacernos con el timón de la propia vida. La renta básica no es la renta mágica, pero representa una oportunidad de desatar el nudo que liga nuestros deseos a nuestras necesidades.