Mientras se lanzan los nuevos objetivos de desarrollo sostenible de la ONU en Nueva York, hay poco que celebrar sobre el enfoque de “seguir como hasta ahora”.
Esta semana, los jefes de estado se reúnen en Nueva York para firmar los nuevos objetivos de desarrollo sostenible de la ONU. El principal objetivo es erradicar la pobreza para el año 2030. Beyoncé, One Direction y Malala están a bordo. Está previsto que sea una monumental celebración internacional.
Dada toda la fanfarria, uno podría pensar que los ODS están a punto de ofrecer un nuevo plan para salvar el mundo, pero bajo toda la publicidad, es un negocio como de costumbre. La principal estrategia para erradicar la pobreza es la misma: el crecimiento
El crecimiento ha sido el principal objeto de desarrollo en los últimos 70 años, a pesar que no funciona. Desde 1980, la economía mundial ha crecido un 380%, pero el número de personas que viven en la pobreza con menos de 5 dólares (3,20 libras esterlinas) al día ha aumentado en más de 1.100 millones. Eso es 17 veces la población de Gran Bretaña. Demasiado para el «efecto goteo» *
*El «efecto goteo» supone que, favoreciendo a los más ricos, la economía genera beneficios que, cayendo hacia abajo como gotas, beneficia también a los más pobres.
Los economistas ortodoxos insisten en que todo lo que necesitamos es aún más crecimiento. Los más progresistas nos dicen que necesitamos trasladar algunos de los rendimientos del crecimiento de los segmentos más ricos de la población a los más pobres equilibrando un poco las cosas. Ninguno de los dos enfoques es adecuado. ¿Por qué? Porque incluso con los niveles actuales de consumo medio mundial, estamos sobrepasando la biocapacidad de nuestro planeta en más del 50%cada año.
En otras palabras, el crecimiento ya no es una opción – ya hemos crecido demasiado. Los científicos nos dicen ahora que estamos sobrepasando los límites planetarios a una velocidad vertiginosa. Y la dura verdad es que esta crisis global se debe casi enteramente al consumo excesivo en los países ricos.
En lugar de empujar a los países pobres a ‘alcanzar’ a los ricos, deberíamos hacer que los países ricos ‘se des-desarrollen’…
En este momento, nuestro planeta sólo tiene recursos suficientes para que cada uno de nosotros consuma 1,8 «hectáreas globales» anualmente – una unidad estandarizada que mide el uso de los recursos y los residuos. Esta cifra es aproximadamente lo que consume la persona promedio en Ghana o Guatemala. En contraste, la gente en los EE.UU. y Canadá consume alrededor de 8 hectáreas por persona, mientras que los europeos consumen 4,7 hectáreas – varias veces lo que les tocaría con un reparto justo . ¿Qué significa esto para nuestra teoría del desarrollo? El economista Peter Edward sostieneque en lugar de empujar a los países más pobres a «alcanzar» a los ricos, deberíamos pensar en formas de hacer que los países ricos «se situen» a niveles de desarrollo más apropiados. Deberíamos considerar a las sociedades en las que la gente vive una vida larga y feliz con niveles relativamente bajos de ingresos y consumo, no como casos aislados que deben desarrollarse según los modelos occidentales, sino como ejemplos de vida eficiente.
¿Cuánto necesitamos realmente para vivir una vida larga y feliz? En los Estados Unidos, la esperanza de vida es de 79 años y el PIB per cápita es de 53.000 dólares. Pero muchos países han logrado una esperanza de vida similar con una mera fracción de este ingreso. Cuba tiene una esperanza de vida comparable a la de Estados Unidos y una de las tasas de alfabetización más altas del mundo, con un PIB per cápita de sólo 6.000 dólares y un consumo de sólo 1,9 hectáreas, justo en el umbral de la sostenibilidad ecológica . Se pueden hacer afirmaciones similares en Perú, Ecuador, Honduras, Nicaragua y Túnez.
A la luz de esto, quizás deberíamos considerar a estos países no como subdesarrollados, sino más bien como apropiadamente desarrollados. Y tal vez debamos empezar a pedir a los países ricos que justifiquen sus excesos.
Sí, algunos de los excesos de ingresos y consumo que vemos en el mundo rico producen mejoras en la calidad de vida que no son captadas por la esperanza de vida, o incluso por las tasas de alfabetización. Pero incluso si nos fijamos en las medidas de felicidad y bienestar general, además de la esperanza de vida, una serie de países de ingresos bajos y medios ocupan un lugar destacado. Costa Rica logra mantener unos de los indicadores de felicidad y esperanza de vida más altos del mundo con un ingreso per cápita que es una cuarta parte del de los Estados Unidos.
El problema es que los expertos que promueven este tipo de transición están utilizando un lenguaje equivocado. Utilizan términos como de –decrecimiento, crecimiento cero– o, lo que es peor, desarrollo, que son técnicamente exactos pero desagradables para cualquiera que no esté ya a bordo. Tales términos son repulsivos porque van en contra de los marcos más profundos que usamos para pensar en el progreso humano y, de hecho, en el propósito de la vida misma. Es como pedirle a la gente que deje de moverse positivamente a través de la vida, que deje de aprender, mejorar, crecer.
Las formulaciones negativas no nos llevarán a ninguna parte. La idea de la economía de «estado -estacionario ‘ es un paso en la dirección correcta y está creciendo en popularidad, pero todavía no consigue el encuadre correcto. Necesitamos reorientarnos hacia un futuro positivo, una forma más verdadera de progreso. Uno que esté orientado hacia la calidad en lugar de la cantidad. Uno que sea más sofisticado que el simple hecho de acumular cantidades cada vez mayores de cosas, lo que no no hace a nadie más feliz. Lo que sí es cierto es que el PIB como medida no nos va a llevar hasta allí y tenemos que deshacernos de él.
Tal vez podríamos tomar el ejemplo de los latinoamericanos, que están organizando visiones alternativas en torno al concepto indígena de buen vivir. Occidente tiene su propia tradición de reflexión sobre el buen vivir y es hora de que la revitalicemos. Robert y Edward Skidelsky nos llevan por este camino en su libro How Much is Enough?? donde plantean la posibilidad de intervenciones como la prohibición de la publicidad, la reducción de la jornada laboral y la renta básica, todo ello para mejorar nuestras vidas y reducir el consumo.
O nos frenamos voluntariamente o el cambio climático lo hará por nosotros. No podemos seguir ignorando las leyes de la naturaleza. Pero repensar nuestra teoría del progreso no es sólo un imperativo ecológico, sino también de desarrollo. Si no actuamos pronto, todos los logros que tanto nos han costado conseguir contra la pobreza se evaporarán, ya que los sistemas alimentarios se colapsarán y la hambruna masiva reaparecerá en una medida que no se había visto desde el siglo XIX.
No se trata de renunciar a nada. Y ciertamente no se trata de vivir una vida de miseria voluntaria o de imponer duros límites al potencial humano. Al contrario, se trata de alcanzar un nivel más alto de comprensión y conciencia sobre lo que estamos haciendo aquí y por qué.
Jason Hickel es un antropólogo de la London School of Economics.
Traducción: Teresa Abril
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