No se trata de decidir si un territorio quemará o no. Lo hará. Sólo podemos prever, escoger, si quemará con alta intensidad , de golpe o baja intensidad, cambiando paso a paso
Josep Cabayol,* 30/06/2020
Marc Castellnou es el máximo responsable del ‘Grup de Recolzament d’Actuacions Forestals’ (GRAF). Bombero, es analista de referencia de incendios forestales en todo el mundo e investigador de los fuegos que lo asuelan. Tuvimos la oportunidad de entrevistarlo en la Radio Municipal de Terrassa. De sus respuestas, reflexiones, surge este texto.
El año 2020 empezó con los incendios de Australia, llenando de fuego las pantallas de los televisores. 446 científicos firmaron una carta abierta con el inequívoco título: “No habrá una Australia fuerte y resistente sin recortes profundos en las emisiones de GEI”. La alarma era total, se habían quemado más de 10 millones de hectáreas. Los fuegos comenzaron en septiembre y se alargaron hasta finales de enero. Las altas temperaturas – muchos días a más de 40ºC y se rozaron los 50 -, la sequía y el viento, llevaron las llamas en volandas. Murieron 33 personas y más de MIL millones de animales salvajes: koalas, ualabíes, pósums, canguros, potorúes, cacatúas. Y una sociedad que vivía provista de servicios, con calidad de vida, consolidada, vivió impotente como se quemaba su futuro, como se fundía su sistema de vida.
Los incendios están proliferando en el mundo y aumenta su intensidad: Amazonas, Brasil, Bolivia, Chile, Argentina, Grecia, Portugal, Australia. En Siberia el sábado 20/6/20, una ola de calor elevó la temperatura hasta los 38ºC en la ciudad de Verkhoyansk, a 4.667 quilómetros de Moscú, donde en invierno se superan habitualmente los -50 ºC y se ha llegado hasta los –67ºC. Es el récord absoluto desde 1885, año en el que empezaron los registros. Imágenes térmicas tomadas por el satélite Sentinel indican que, en el Círculo Polar Ártico, las temperaturas a finales de junio de 2020 superan los 40ºC y puede que alcancen los 45.
Vivimos en el Mediterráneo. Cárpatos, Alpes, Pirineo/Prepirineo, las cordilleras más al sur, son las más amenazadas, pero también la Selva Negra, o las Ardenas están muy afectadas por el cambio climático: bosques viejos, fuera de rango climático. La NASA afirma que los fuegos darán la vuelta al mundo.
No estamos luchando contra los incendios. Lo hacemos contra una de las consecuencias del cambio climático. Estamos ante la sexta generación de incendos, son incendios bajo la influencia del cambio climático. Ya no es el ‘pyrocumulonimbus’ capaz de generar una tormenta de fuego. Hemos aprendido a combatirlo. El reto es superior. Incendios como los de Australia son capaces de borrar del mapa un ecosistema global en tan solo una estación: una primavera, un invierno, un verano. Estos fuegos cambian no tan solo el paisaje, también la economía, la distribución de la sociedad, la calidad de vida. Lo intuíamos y sabíamos que esta podía ser la evolución. No esperábamos, sin embargo, que avanzara tan deprisa.
El avance es tal que lo que pensábamos que sucedería dentro de diez años, pasa al año siguiente. No podemos limitar el cambio climático a solamente un problema de aumento de la temperatura, el cambio climático es capaz de destruir un ecosistema entero.
¿Qué sucede? Tenemos ecosistemas fuera de rango. Crecieron en otra época, con otras condiciones climáticas, y ahora no pueden sobrevivir en unas condiciones totalmente distintas. El fuego, entonces, destruye un ecosistema débil, no adaptado al clima actual. Ante la rapidez del avance del cambio climático, los ecosistemas no pueden adaptarse. El fuego es una perturbación de renovación: genera paisajes diferentes. La sociedad había escogido preservar el territorio por su valor económico y sentimental, no querían que nada cambiase. Este es el problema: el día después de las llamas. El mundo que había se fue para no regresar. Ya es otro mundo distinto al que hubo, que afecta a las personas y a la biodiversidad en general. Y lo cambió todo paso a paso. Por meta adaptación y meta conservación. No aceptar el cambio, resistirse, causa el drama del cambio súbito. Como siempre, no aceptar la realidad te hace vivir en un sueño del que al final te despiertas.
Los ecólogos australianos nos decían: no se trata de decidir si un territorio quemará o no. Lo hará. Sólo podemos prever, escoger, si quemará con una alta intensidad, de golpe, o a baja intensidad, cambiando paso a paso. El clima ha cambiado y ha de cambiar el paisaje, el territorio donde vivíamos será diferente. Como nuestra capacidad de supervivencia en el ecosistema.
La amenaza no está lejos. En Portugal, en 2017, el fuego avanzó entre 40 y 50 quilómetros en un día. En Australia se han quemado 10 millones de hectáreas en cuatro meses. En Portugal, 250.000 en una tarde. Medio millón en día y medio. Los fuegos avanzan a más de 7 u 8 Km/h y los bomberos no podemos hacerlo a más de 3Km/h.
En 2019, bajo el impacto del fuego de Ribera d’Ebre, Catalunya, llegamos a los 51ºC. La situación fue similar a la de Australia. Lo resolvimos porque el episodio, igual de intenso, fue más corto, pero sobretodo porque pudimos aprovechar un mosaico agrícola de olivos y viñas. Nos salvaron los cultivos. Sin el mosaico, el fuego habría sido devastador.
Debemos gestionar el paisaje. Hemos pasado de un 34% de masa forestal al 71%. Se ha doblado la superficie forestal y reducido la agrícola a la mitad. La gestión forestal es muy escasa.
El mosaico casi ha desaparecido. Hemos tratado el paisaje no como un sistema vivo, sino como un decorado que queremos estático, y esto significa problemas. Si decides mantener un sistema socioeconómico y dispones de un buen sistema de extinción de incendios, puede que puedas gestionar las incidencias. Pero si le añades un cambio climático, pierdes el control. Es lo que ha pasado en el mundo en los últimos treinta años.
Debemos invertir en el territorio. Necesitamos diversidad de ecosistemas. Un sector primario, una economía rural viva que favorezca el mosaico agrícola forestal, la diversidad. La homogeneidad favorece la propagación del fuego. Es necesario conocer los bosques, tener una cultura forestal. No se trata solo de recuperar una economía rural, necesaria, sino a su vez de conocer el ecosistema forestal, porque solo así podremos diagnosticar lo que pasa y tomar las decisiones correctas. No se trata solo de conservar la biodiversidad, sino de asegurar el futuro de nuestra sociedad, porque si perdemos biodiversidad, malgastamos la capacidad de vivir en el territorio, de resistir los embates del cambio climático, de los incendios forestales. Es necesario mantener y favorecer un mundo rural vivo y diverso. Haciéndolo, vacunamos a la sociedad contra este tipo de desastres.
El primer mensaje del desastre que se avecina fue en Chile, luego Portugal, después California, hace poco Bolivia/Amazonas, hace menos Australia, ahora Siberia, el Círculo Polar Ártico… Cada año es peor porque el planeta es más cálido. Y los incendios, incluso con menos energía, al disponer de una atmósfera más caliente, son capaces de evolucionar como antes no lo hacían. Y surgen las tempestades de fuego. Los incendios de baja intensidad también son una vacuna contra los de alta intensidad. Ciertos incendios nos son favorables. Deberíamos aprender a convivir con ellos.
Debemos replantearnos la cadena de valores sobre la que tomamos decisiones. La propiedad privada es importante, pero también los son los bienes comunes que impactan a toda la población. Puede que debamos sacrificar una casa para salvar cinco. Que queme una parte del territorio para salvar mucho más. No podemos continuar defendiendo la herencia del pasado porque las condiciones climáticas han cambiado. Tenemos una oportunidad, si somos conscientes de lo que sucede, de decidir, invertir, trabajar. Mañana podríamos tener un paisaje resistente al cambio climático. Las decisiones que tomemos ahora conformarán el paisaje del próximo, pero inmediato, futuro. Ante todo, deberíamos considerar los intereses del conjunto de la población y no anteponer los individuales.
En Victoria del Sur, Australia, tuvieron que evacuar las ciudades porque el fuego llegaba a las zonas urbanas. ¿Os imagináis algo parecido en Catalunya?
*Con el apoyo de Siscu Baiges Planas y Ester González García en nombre de Solidaritat i Comunicació