¿Cuellos de botella puntuales o el comienzo del colapso de la civilización industrial? Pues un poco de ambas y, al mismo tiempo, ninguna de la dos
Emilio Santiago @E_Santiago_Muin
Simplificando, en el debate por interpretar la turbulenta salida de la pandemia se va perfilando un choque entre estas 2 posturas: ¿baches transitorios en la recuperación de la normalidad o bien los síntomas de la muerte inevitable de nuestro sistema socioeconómico?
La primera postura es la postura mainstream, socialmente mayoritaria en el debate público. La segunda es mucho más minoritaria, pero tiene mucho peso dentro de las minorías ecologistas, que están llamadas a ejercer un liderazgo intelectual y moral decisivo en las próximas décadas.
Propongo aquí una tercera opción, que creo que permite atender mejor a la complejidad del asunto y superar las posiciones políticas erróneas que subyacen a ambos bandos: de nuevo, aquí se pone en juego la encrucijada falaz entre tecno-optimismo y colapsismo.
Más que recurrir a datos, que nunca hablan por sí solos, me parece más interesante analizar los presupuestos teóricos que están operando por debajo de ambas lecturas, en muchos casos de modo implícito y sin reflexión sobre las hipotecas que imponen.
El punto de partida: la crisis ecológica tiene una dimensión específicamente energética. Es algo empíricamente contrastado que nuestras sociedades llevan décadas instaladas en una suerte de espiral de rendimientos energéticos decrecientes.
Geológicamente es cada vez más difícil atender la voracidad de combustibles fósiles de la economía global. Hay que perforar más profundo, más lejos, con mayores costes ambientales, sociales y económicos, obteniendo producciones de peor calidad y menos versátiles.
Como la energía no es una mercancía económica más, sino que es un prerrequisito económico, esto está teniendo impactos múltiples que la doctrina económica oficial tiene a minusvalorar (como minusvalora los impactos climáticos, porque la economía marginalista es metafísica mala).
Al menos desde 1973, desde la geopolítica hasta la dinámica económica pasando por la política interior, nada se entendería sin introducir este factor de lenta pero imparable inseguridad energética. Lo que no significa que pueda explicarse la historia solo desde ese único factor.
La famosa curva de Hubbert, que no es una teoría especulativa sino un hecho contrastado, permite entender estos procesos: la termodinámica impone que la extracción de un recurso comienza a declinar a partir de cierto punto de modo relativamente irreversible.
Este punto lo habríamos sobrepasado para el petróleo convencional de buena calidad antes de la crisis de 2008 (influyendo en ella de un modo indudable aunque aún por investigar) y estaría próximo para el gas natural. Lo que explicaría que todo vaya socioeconómicamente a peor.
Algo que mientras la demanda energética no se contenga, las renovables no solucionarían, solo cambiarían el foco del problema del declive de yacimientos al choque con los límites minerales. Sin contar con que cambiar fósiles por renovables presenta puntos ciegos técnicos jodidos.
Especialmente en transporte y agricultura, pero también construcción e industria… Un mundo 100% renovable sería un mundo muy distinto… Por no hablar de los puntos socioambientales también muy jodidos: extractivismo minero, macroproyectos con impactos negativos en territorios…Para iniciarse en el tema de los límites minerales, que va a ser EL TEMA de los próximos años, este artículo que escribimos Alicia Valero y yo puede ser una buena introducción:
En definitiva, las posiciones de colegas como @amturiel, Pedro Prieto o @luisglezreyes, que llevan muchos años investigando y divulgando sobre la crisis energética son valiosas y necesarias. Hay que leer lo que escriben porque ilumina una parte fundamental del asunto. PERO…También son posiciones que tienden a presentar algunos puntos ciegos recurrentes. Especialmente en el salto que se da de lo físico a lo social. Y que explica lo que hay de problemático en la lectura del tipo “esto es la señal de un colapso inevitable”.
Porque el peak oil o el peak gas no son “acontecimientos” que funcionen activando el botón rojo del colapso. Son procesos largos atravesados y en última instancia constituidos por factores sociales y políticos que introducen un enorme campo de variabilidad e indeterminación.
Yo vengo del mundo colapsista y durante mucho tiempo compartí sus tesis. Hoy sigo pensando que esas posiciones son imprescindibles como mirada macroscópica, pero les falta una mayor resolución socioeconómica y política, y suelen ser proclives a razonamientos deterministas.
Con el “peak oil” convencional de 2006 y el shock energético de aquellos años en nuestros círculos se pensaba que el colapso era inminente. Creo que lo honesto es reconocer que aunque hubo desgarros y turbulencias, el colapso que proyectábamos no llegó. Todo resultó más complejo.
El estancamiento de la producción de petróleo convencional desde 2006 abrió un campo de respuestas muy amplio con muchos finales potenciales distintos: hubo recesión económica pero formas muy diferentes de afrontarla. Hubo revueltas con desenlaces dispares. También fracking…..que ofreció un balón de oxígeno energético y tensiones geopolíticas…a algunas regiones del mundo les fue mucho peor que a otras… un pequeño laboratorio que nos enseñó que decretar el colapso (o cualquier otra realidad sociopolítica) a partir de hechos físicos lleva al error.
Paréntesis: habría que definir aquí que se entiende por colapso. “Pérdida de la complejidad social” es tan abstracto que no dice nada. Tampoco dice nada imaginar el colapso como un mundo diferente, pues que vamos a eso es tan obvio que no se discute.
Puesto que en el colapsismo opera una hipótesis política de fondo (que suele ser un anarquismo termodinámico del tipo “solo queda organizar la resiliencia comunitaria y local”) yo lo defino como la descomposición del poder político. Colapsar es convertirse en Estado fallido.
Pues como trataré de argumentar, no es verdad que el colapso así definido sea inevitable ni que los acontecimientos de estos días sean su preludio, por más que las imágenes que nos llegan de peleas en las gasolineras inglesas nos recuerden al segundo capítulo de la serie Colapso.
En las próximas décadas puede pasar de todo: los Estados fallidos pueden proliferar, o proliferar regímenes autoritarios políticamente viables. Pueden construirse mayorías sociales ecologistas que impongan un giro democrático esperanzador a los acontecimientos o lo contrario.
.Puede que unas regiones del mundo prosperen a costa de hacer colapsar otras en un esquema depredador-presa que refuerce las dinámicas coloniales que ya existen. Ni la termodinámica ni las curvas de Hubbert pueden decir mucho sobre esto. Ahí necesitamos otras aproximaciones. Es más: estas tendencias en curso solo adquirirán su forma definitiva a través de toda esa serie de coyunturas abiertas y en juego que desde posiciones colapsistas se entienden como expresiones superficiales de una realidad infraestructural tan dura como determinante.
Conectamos aquí con otro punto ciego de las posiciones colapsistas: minusvalorar la importancia tanto de los accidentes, las coyunturas y los sujetos como de los factores estructurales puramente económicos, sociales y políticos, que siguen sus propias lógicas con cierta autonomía.
Porque en las turbulencias pos-COVID tan cierto es que influyen las tendencias de fondo del choque con los límites del crecimiento como desajustes puramente económicos y otros derivados del toma y daca de los procesos políticos en juego.
Tras un parón tan súbito como el de la pandemia, con caídas del PIB del 20% es imposible que una economía arranque con velocidad sin provocar cuellos de botella, y más con un nivel de integración global de las cadenas de suministros tan delirante.
Cuando el Reino Unido, por razones estrictamente políticas, decide aplicar unas leyes migratorias que, de facto, suponen como dice @SeoirseThomais el experimento social sin precedentes de prescindir de golpe de un segmento esencial del proletariado del país……pues es normal que nos lleguen las imágenes premadmaxianas de estos días. Todo ello pasaría de un modo parecido aunque nuestras reservas de combustibles fósiles estuvieran mucho menos esquilmadas de lo que están.
Aplicando una especie de dialéctica de andar por casa, es fácil consensuar que las dos partes del debate tienen parte de razón. ¿Cómo determinar el grado de peso de cada una? Pues es y será absolutamente imposible determinarlo de antemano. Y ahí está el meollo teórico del asunto.
El discurso mainstream, empapado de sentido común economicista, presenta dos falacias teóricas: a) fragmenta en exceso hechos, abusa de acentuar su desconexión y b) esto lo hace sobre un presupuesto que en sociología ambiental se llama “exencionalismo humano”.
Esto es: las realidades sociales son fundamentalmente de una naturaleza diferente del resto de realidades materiales, lo que hace que no se vean afectadas por las leyes naturales. Esto que puede parecer un disparate es el axioma cero de toda la economía convencional, y no solo.
Pero el discurso colapsista es como un juego de espejo teórico atravesado por las dos falacias contrarias: con su visión holística interconecta demasiado los hechos, y reduce el fenómeno humano a su dimensión puramente termodinámica sin atender a su singularidad específica.
Y es que lo complicado de los debates socioecológico viene del hecho de que las cosas humanas conocen, simultáneamente, procesos de conexión y de desconexión, de continuidad y de discontinuidad, que no se pueden prefijar porque están en juego.
Es un error obviar que los altos precios del gas no producen retroalimentaciones sistémicas, como escasez de fertilizantes y en consecuencias problemas en la agricultura industrial. Típica desconexión abusiva del economista convencional que solo ve fragmentos sin relaciones.
Como es un error decretar que de los altos precios del gas que estamos conociendo pueda derivarse el colapso de las sociedades europeas. Típico error del ecologismo colapsista, que solo ve totalidades sistémicas perfectamente integradas bajo una lógica que lo abarca todo.
Al mismo tiempo, a la vez que el ser humano forma parte de la naturaleza, y no puede escapar a sus leyes, la dinámica social humana se desarrolla siempre en un plano que presenta autonomía respecto a los abordajes de las ciencias naturales: el significado, y con él la política.
Las leyes naturales ponen los límites, pero no permiten adelantarnos a lo que pasará, porque lo que pasará dependerá del significado y la interpretación social, y este plano del significado es radicalmente polisémico y en disputa: depende de una batalla cultural y moral.
“Son los nombres, y no los datos, los que dan la realidad ontológica última a las cosas humanas”. Se lo leí una vez a @SantiagoAlbaR y me parece que es un aforismo perfecto para encontrar ese punto que permite superar la trampa de la dicotomía normalidad-colapso.
La crisis ecológica puede ser la consecuencia de seguir manteniendo un sistema expansivo y depredador como el capitalismo. O puede ser consecuencia de que nuestros reparos éticos igualitaristas nos impidan apostar en serio por exterminar a una parte de la humanidad sobrante.
Que la crisis ecológica acabe entendiéndose de un modo o de otro, lo que organizará la potencia colectiva humana para dar una u otra salida a sus presiones, no está inscrito en las leyes de la termodinámica, sino que depende íntegramente del arte de lo político.
Aquí es donde el meollo teórico se revela como un meollo político. Para remediarla, no basta con revelar científicamente la verdad de nuestra insostenibilidad. Se trata de poner nombres a las cosas que construyan un horizonte de vida sostenible que sea deseable.
Ojo: no se defiende aquí que la política consista en una especie de magia que hace cosas con las palabras sin atender a los contextos históricos, materiales y económicos concretos. Que es un error típico del ecologismo cuando afirma “decrecimiento” como si con eso bastara.
La disputa por los significados y por la hegemonía, es siempre profundamente situada y circunscrita. Tiene que hacerse cargo del sentido común dado, y también de las inercias fuertes que presenta todo hecho social, pues lo social no es una arcilla fresca que lo admita todo.
De lo que se trata es de asumir que ese sentido común dado nunca está cerrado, siempre es ambiguo, ambivalente, contradictorio, puede traducirse en unos efectos políticos y en sus contrarios. Pero esta disputa de significado no basta si no permite acceder a aquello que más puede influir en cambiar la dirección de nuestras inercias sociales: las políticas públicas. Por supuesto las políticas públicas no son omnipotentes, y menos con Estados debilitados tras 40 años de neoliberalismo. Pero nada hace más estructura social que una política pública sostenida en el tiempo (véase Madrid) Lo que implica ganar elecciones y conservar gobiernos durante periodos largos. De ahí mi defensa de que para que el decrecimiento sea alguna vez posible, Green New Deal ahora (no cualquiera, un GND poscrecimiento).
De nuevos, los significados están en disputa. El de GND también. Esto nos trae a la película de siempre que defiendo a capa y espada con mi hermano @htejero . Pero como esto ya os lo hemos braseado mucho, corto aquí este mastodóntico hilo.