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El trilema de Monbiot

El trilema se expresa como la necesidad de “producir más comida con menos sector agrario” o, como dice el subtítulo del libro, cómo “alimentar el mundo sin devorar el planeta”

Una Reseña de «Regénesis» de George Monbiot.

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Hace poco en Twitter leí a alguien que proponía un trilema, una elección entre tres opciones aparentemente contradictorias entre sí. No recuerdo el trilema que proponía pero sí la respuesta de otro tuitero que le decía «nos gustan más los trilemas que un tonto», seguramente en referencia al famoso trilema de Rodrik .

Pues sea por ser tonto o no, creo que lo que George Monbiot nos plantea en su Regénesis, recientemente publicado en castellano por Capitan Swing, es, esencialmente un trilema: en los próximos 30 años tenemos que producir más comida, con menor impacto ambiental y usando una menor cantidad de suelo.

Este trilema también se expresa como la necesidad de «producir más comida con menos sector agrario» o, como dice el subtítulo del libro, cómo “alimentar el mundo sin devorar el planeta”. 

A lo largo del libro Monbiot nos mostrará que el sistema agroalimentario tiene tres características:

  1. es demasiado intensivo (consumo muchos recursos)
  2. es demasiado extensivo (consumo mucho espacio)
  3. se está volviendo cada vez más frágil a los impactos de la crisis ecológica que, ahí la gran paradoja, es uno de los responsables en crear y empeorar.

Uso del suelo

En el libro, George Monbiot nos dice que ha llegado a concebir «el uso de la tierra como la más importante de todas las cuestiones ambientales» (pág 138).

El sistema agroalimentario ocupa muchísima superficie. Sólo el 1% de la superficie del planeta se usa para edificios e infraestructuras frente al 12% que se usa para cultivo y un impresionante 28% se utiliza para el pastoreo y la ganadería extensiva. Por comparar, sólo el 15% del planeta es naturaleza protegida.

Ese es de hecho, el gran problema del enorme uso del suelo. La extensión de la agricultura y la ganadería se hace a costa de ecosistemas necesarios para mantener la biodiversidad, quizás la más importante de las crisis ecológicas en curso y, de hecho, el Global Assessment Report on Biodiversity and Ecosystem Services reconoce los cambios de uso de suelo debido a la agricultura y la ganadería, junto con la urbanización, como los principales responsables de los impactos negativos a la naturaleza desde 1970.

La necesidad de dejar espacios naturales sin presencia o intervención humana ha dado lugar al concepto de Rewilding, del que trataba el anterior libro de Monbiot, Salvaje, y a propuestas como dejar Medio Planeta a la naturaleza, de E. O. Wilson.

Para Monbiot el responsable aquí es claro: la ganadería extensiva, a través de la extensión de las tierras de pastoreo, responsable, por ejemplo, del 40% de la deforestación provocada por el sistema agroalimentario (tres veces más que el aceite de palma).

Los datos de Our world in data muestran que los productos de origen animal consumen una enorme cantidad de espacio para producirse. Espacio que se está quitando a bosques, praderas, sabanas, humedales, etc.

Frente a quienes proponen como enemigo principal a la ganadería intensiva, Monbiot es claro en que la ganadería extensiva es, debido a su uso de suelo, no es una alternativa sostenible. Si toda la población de Estados Unidos comiese ternera alimentada por pasto en vez de alimentada con grano, la superficie necesaria para poder alimentarlas sería un 270% mayor.

La solución para Monbiot es evidente: hay que reducir el consumo de carne. Si todo el mundo fuese vegetariano se reduciría un 46% el uso del suelo del sistema agroalimentario, si la dieta fuese vegana u ovo-vegana la reducción sería del 76%.

Si alguien va a hacer la típica broma de qué hacemos con la soja de los vegetarianos se la puede ahorrar. Sólo el 8% de la soja producida se usa para alimentación humana, el resto es para ganado. De hecho, Monbiot da un dato escalofriante: hay más soja en 100 gramos de pollo, que en 100 gramos de tofu (pág. 122)

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Esos 3000 millones de hectáreas que dejarían de estar destinadas al pasto y los cultivos para comida animal podrían renaturalizarse para mitigar la actual crisis de biodiversidad.

En lo que respecta al uso del suelo la ganadería extensiva tiene un impacto mucho mayor que la agricultura o la ganadería intensiva (cuyo impacto es fundamentalmente indirecto y lejano a través de cultivos como la soja o el maíz destinados al pienso), pero, lamentablemente, no es el único problema. Nuestro sistema agro-alimentario no es sólo demasiado extensivo, es también demasiado intensivo.

Impactos ambientales intensivos 

Si bien el cambio a dietas con mayor proporción de alimentos de origen vegetal es fundamental, no basta. Nuestro sistema actual de producir alimentos consume una enorme cantidad de recursos, genera una cantidad enorme de contaminación y, además, se está cargando precisamente aquello de lo que depende: el suelo fértil.

La imagen típica de la contaminación fluvial es un legado de los 70. Básicamente fábricas vertiendo productos tóxicos en los ríos. La realidad actual es que la principal causa de contaminación de ríos y acuíferos son los excrementos de animales usados para consumo humano: vacas, cerdos y pollos, tanto en régimen intensivo como extensivo; para producir carne, pero también huevos y leche. El resultado de esta contaminación son auténticas zonas muertas en las que apenas puede sobrevivir ningún ser vivo. Monbiot pone varios ejemplos en Reino Unido, nosotros sólo tenemos que pensar en el Mar Menor.

Si miramos a la crisis climática, la producción de alimentos es responsable de en torno a un 24% de las emisiones de gases de efecto invernadero y, de hecho, las emisiones del sistema alimentario por sí solas nos llevarían a superar los 1.5ºC centígrados antes de final de siglo .

De estas emisiones más del 70% se debe a la agricultura y la ganadería y sólo el 18% se debe al transporte, empaquetado o procesado.

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Como resalta Monbiot, la producción de cercanía puede ser interesante por muchísimos motivos, no por su capacidad de reducir emisiones. Las emisiones de la comida se deben fundamentalmente a cómo se producen, no a cuánto se transportan:

«Habría que transportar un kilo de guisantes secos aproximadamente cien veces alrededor del mundo antes de que sus gases de efecto invernadero alcanzaran los de un kilo de ternera local» (pág 152).

Monbiot dice que las emisiones asociadas a la fruta y verdura local fuera de temporada es mayor que la de los productos frescos importados (pág. 152). El almacenamiento en frío o la producción en invernadero generan más emisiones que el transporte por barco o carretera.

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El último de los impactos es el que la agricultura está produciendo sobre el propio suelo en el que crece: roturar, arar, usar abono en exceso o en determinados momentos, la acumulación de minerales artificiales, etc. rompe el delicado equilibrio estructural y ecológico de los suelos haciéndolos menos fértiles, más dependientes de intensificaciones vía regadíos o nutrientes artificiales y menos resilientes a fenómenos atmosféricos como las lluvias o las sequías, fomentando la erosión del suelo y la degradación de las tierras. 

Producir más comida

Llegamos ahora a la tercera pata del trilema: producir más comida.

El sistema agroalimentario global es la base de todo lo demás. Sin comida disponible, o si su precio es muy alto, todo se viene abajo.

En 2050 la población humana alcanzará unos 9.000 o 10.000 millones de personas. Con las dietas y formas de producción actuales necesitaremos producir un 50% más de cereales para esa fecha. La realidad es que ya producimos suficiente alimento para entre 10 y 14.000 millones de seres humanos, pero cada vez destinamos menor cantidad a alimentar humanos. La tasa de crecimiento de la población humana es de 1,05% anual, la de ganado es del 2.4%. Además, aunque producimos más alimentos que nunca, en los últimos 5 años el número de personas que sufren hambre crónica ha pasado de 60 a 690 millones.

El problema no es que se produzca poca comida sino que tenemos unas dietas y un sistema agroalimentario global que son tremendamente ineficientes en usar recursos para producir alimentos.

Es en este momento donde debemos considerar una de las dos ideas fuerzas del libro: la paradoja de que el sistema agroalimentario, siendo la base de la posibilidad de vida humana en la tierra, es no sólo uno de los mayores causantes de impacto ambiental en el planeta sino además es un sistema cada vez más frágil y amenazado por esa crisis ecológica que él mismo contribuye a crear y empeorar.

Su cada vez mayor integración en las dinámicas del mercado capitalista están haciendo que el sistema agroalimentario global sea cada vez más frágil. La revolución verde y la globalización neoliberal lo han hecho cada vez más concentrado y menos diverso, cada vez más conectado y cada vez más eficiente y menos redundante. Esto lo vuelve menos resiliente a impactos: plagas, sequías, heladas, etc. La mala noticia es que nos adentramos en una época en la que estos impactos cada vez serán mayores debido a la intensificación de la crisis ecológica.

«el impacto de la crisis climática podría llevar un tercio de la producción de alimentos del mundo fuera de su <<espacio climático seguro>> en las últimas dos décadas de este siglo» (pág 89).

Con una distribución, por cierto, tremendamente desigual que impactaría más en las zonas más pobres y con mayor capacidad de adaptación.

La necesidad de producir más alimentos lleva a Monbiot a ser tremendamente crítico con algunas posiciones asumidas sin problematizar por el ecologismo. Es tremendamente crítico con la agricultura ecológica si es de bajo rendimiento y necesita usar más suelo para producir lo mismo (si Inglaterra y Gales consumieran sólo productos ecológicos sería necesario un 40% más de tierras para alimentarlos), o con la noción de soberanía alimentaria (la distancia mínima media a la que la población mundial puede alimentarse es de 2200 km, solo un 15-25% de la población podría alimentarse con los cereales cultivados en un radio de 100km ) o la ilusión de la agricultura urbana, actividad que él mismo practica y que considera muy interesante como forma de desarrollo personal y comunitario pero que en ningún caso será importante para alimentar al mundo.

También es consciente de que la solución no puede pasar por simplemente internalizar los costes ambientales de la agricultura ya que esto supondría un aumento de precios intolerable para la seguridad alimentaria, no sólo en los países menos desarrollados sino también en países como Reino Unido, donde el número de personas dependientes de comedores sociales y donaciones de alimentos se ha disparado. Aquí hay que alcanzar un equilibrio complejo entre las necesidades de unos consumidores con cada vez más problemas para acceder a determinados alimentos y, al mismo tiempo, las de unos agricultores con cada vez menores ingresos y cada vez más dependiente de subvenciones y subsidios (al diésel o directamente a los cultivos, como la PAC).

Es decir, en el futuro vamos a necesitar alimentos sostenibles, asequibles y saludables. Para lograrlo Monbiot expresa la que quizás es la otra gran idea fuerza del libro: necesitamos un sistema agroalimentario de bajo impacto y alto rendimiento, que es quizás la forma más sencilla de expresar el trilema del que hablábamos al principio.

Hacia una nueva ciencia del suelo

A lo largo de la segunda mitad del libro, Monbiot nos lleva a pasear por diferentes experiencias concretas que pueden servir de ejemplo para ese nuevo sistema agroalimentario de bajo impacto y alto rendimiento que tanto necesitamos.

Todas ellas parten de una precondición: redescubrir el suelo bajo nuestros pies. Uno de los problemas clave del sistema agroalimentario es que tenemos un profundo desconocimiento del funcionamiento y la ecología del suelo, el ingrediente esencial y base última de cualquier sistema de producción de alimentos.

No es casualidad que el libro comience por un bellísimo primer capítulo en el que el Monbiot más naturalista nos lleva literalmente al huerto para hablarnos de lombrices, redes de hongos, relaciones simbióticas entre bacterias, hongos y plantas o de la compleja estructura arquitectónica subterránea del suelo. Hablaremos de la mirmecosfera o capa de las hormigas, la rizosfera donde habitan las raíces o la drilosfera, el territorio de las lombrices, que aparecerán una y otra vez en el libro como uno de los mejores marcadores de la salud del suelo.

Monbiot prácticamente abre el libro citando a Da Vinci (pág 25) diciendo que sabemos más del movimiento de los cuerpos celestes sobre nuestras cabezas que del cielo bajo nuestros pies, y 500 años después sigue siendo tan cierto como entonces. Un dato: en todo el mundo no existe un solo instituto de Ecología del suelo (pág. 45). Frente a eso, necesitamos un «programa de exploración del suelo» que nos permita desarrollar una «ciencia avanzada del suelo» que facilite «una revolución más verde» para conseguir «una nueva agronomía» de bajo impacto y alto rendimiento. Entender científicamente cómo cultivar, cómo producir alimentos, sin destruir el suelo en el que crecen es casi condición necesaria para la revolución que se nos plantea en el libro.

Nuevas formas de producir alimentos

A la hora de plantear las soluciones Monbiot distingue tres problemas: la producción de frutas y verduras, la producción de cereales y la producción de proteínas.

Para lo primero Monbiot nos lleva a visitar una (literalmente UNA) granja en la que se ha desarrollado un sistema de producción que a base de rotación y combinación de cultivos, rodeados de flores que promueven los polinizadores y “abonadas” con capas de astillas semidescompuestas,  se ha conseguido un sistema de producción «libre de animales» que no usa ni abonos artificiales ni estiércol. Como dice Tolly, el dueño de la granja: 

“La Biodiversidad tiene que ser parte integral de todo el proceso. No es algo extra. La biodiversidad es el motor de la explotación. Si me preguntan <<¿Tú qué cultivas?>>; digo <<Biodiversidad>>. Las verduras son un subproducto” (pág 182). 

En cuanto a la producción de cereales, Monbiot nos hace visitar otra plantación (literalmente OTRA) en la que se cultivan cereales sin usar el arado y, sobre todo, nos adentra en el fascinante mundo de los cereales perennes, concretamente la kernza, en la que literalmente dice que sin ser una panacea es, 

«de todas las tecnologías y técnicas agrícolas posibles que he analizado investigando para este libro, esta me parece la más emocionante»

Justo con las técnicas de combinación y rotación de cultivos vistas en los otros ejemplos, los cereales perennes (kernza, pero también trigo y arroz perennes) son la base de esa «revolución más verde» que necesita la agricultura.

El problema es que en esta parte se hace evidente la debilidad más llamativa del libro. En la primera parte del libro dedicada a la ciencia del suelo, de los impactos ambientales de la agricultura y del efecto de la crisis ecológica sobre los cultivos, las experiencias personales del autor están hábilmente mezcladas con una enorme cantidad de referencias y citas que las apoyan y sustentan. Sin embargo, la segunda parte, en la que se habla de las soluciones al dicho problema es mucho más rica en anécdotas personales del autor que en evidencia científica. Seguramente no puede ser de otra forma cuando comparas el presente con el futuro, pero la realidad es que el contraste es tremendamente llamativo y, hasta cierto punto, incómodo.

Sin embargo, Monbiot no abandona que la principal medida para regenerar nuestro sistema alimentario es dejar de consumir productos de origen animal y para ello, necesitamos aumentar la producción de proteínas y grasas de origen no animal.

Es ahí donde visitamos la empresa Solar Foods, que cultiva proteínas bacterianas utilizando energía fotovoltaica (en el libro Monbiot se hace literalmente una tortilla con ellas, os dejo el video de un helado) así como diferentes empresas del floreciente sector de las carnes artificiales y, sobre todo, las nuevas carnes y leches vegetales. No estamos hablando de milagros tecnológicos, sino de tecnologías en fase de despliegue que necesitan abaratar costes. Según Monbiot cuando esto ocurra, dados los costes tan ajustados de producción de los ganaderos, hay una enorme probabilidad de que simplemente sean desplazados.

Monbiot muestra una enorme confianza en la ciencia y la tecnología a lo largo del libro. Una confianza fundamentada, que es necesaria y que comparto en la mayoría de ocasiones. El libro no es ni mucho menos un abandonarse a la tecnología como solución y, de hecho, los ejemplos de agricultura que nos muestra son todo lo contrario: apuestas por volver a agriculturas menos tecnificadas (pero no por ello necesariamente menos científicas al tener en cuenta la complejidad de los suelos), pero esta última parte del libro es quizás la que deja un regusto más tecno-optimista. En esta parte Monbiot nos habla de que «gran parte de nuestro suministro de alimentos podría no proceder de la agricultura o la ganadería». Nos habla de «nuestra mejor esperanza de regenerar la naturaleza» o de «la tecnología ambiental más importante desarrollada jamás». Nos habla también de tecnologías culinarias revolucionarias que permitirán producir bocados «que sepan a carne a la brasa pero con la textura de la vieira» (probablemente sólo a un inglés se le puede ocurrir esta aberración gastronómica) Incluso nos llega a hablar literalmente de «nuestra liberación respecto a la agricultura y la ganadería» (pág. 340), llegando a lo que parece ser una especie de Soylent Green afortunadamente bacteriano.

Es verdad que todo suena a ciencia ficción, pero no es menos cierto que también resuena en un imaginario compartido por el cual producir huevo artificial con bacterias en un laboratorio suena muchísimo más artificial que cultivar usando abonos basados en amoniaco producido por el proceso Fritz-Haber en una fábrica.

Políticas de la comida y el uso del suelo

No podría acabar esta ya larguísima reseña sin abordar la cuestión que da nombre a este blog: las políticas del uso del suelo. La realidad es que Monbiot las aborda, pero al estar dispersas por todo el libro lo cierto es que, a excepción de un pequeño concentrado final, su importancia palidece frente a los impactos ambientales o la importancia de las lombrices para una suelo sano y fértil.

Dada la extensión de esta entrada, dejaré un análisis para una próxima en la que meteré mucho más de mi cosecha.

Conclusión

«Regénesis» es un libro ameno y bien escrito, sin duda polémico y a ratos desigual pero a la vez interesante y, sobre todo, necesario.

Para empezar el libro es una elefante en la cacharrería, no precisamente nueva, de la contribución de la ganadería y el consumo de productos de origen animal a la crisis ecológica. Seguramente haya partes del análisis de los impactos ambientales de la producción de alimentos que puedan ser matizables o discutibles por investigadores y expertos, especialmente los relacionados con la ganadería extensiva.  

Por un lado, sería realmente interesante ver las conclusiones del mismo a un nivel puramente académico, pero por otro sería necesario que esa parte del ecologismo que defiende la ganadería extensiva como sostenible e incluso como una ayuda a la mitigación del cambio climático, entrase a debatir abiertamente con lo que todo lo que Monbiot expone, que no es poco. Lo mismo valdría para los defensores de la agroecología y la soberanía alimentaria, que deberían tomarse en serio las críticas, en mi opinión muy razonables, que plantea Monbiot a ambas.

Ojalá también que el libro pueda hacer más conocidos el problema de los usos y la salud del suelo, dos de los hermanos pequeños de la policrisis ecológica y contribuya a investigar y extender nuevas formas de cultivar alimentos que no se carguen el planeta en el proceso.

Creo que lo más importante es que su publicación reabra y extienda el debate sobre cómo el sistema agroalimentario actual empeora una crisis ecológica que es el primero en sufrir. En entenderlo y en ser capaces de cambiarlo nos jugamos buena parte de que en el siglo XXI no sea un nuevo «siglo de la hambruna».

https://politicasdeladescarbonizacion.substack.com/p/el-trilema-de-monbiot?sd=pf

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