Más que hablar de la falacia de luditas, deberíamos hablar de falacia de los economistas, haciendo de prestidigitadores con la deuda
Hace una semana tuve la oportunidad de leer el libro De la Sabana Marte , de Xavier Sala i Martín . Como todos los libros que hablan dela historia de la humanidad, me fascinó por el relato que muestra cómo la humanidad ha pasado del primer hombre Sapiens hasta la fecha. Sobre todo cuando detalla cómo ha ido evolucionando el cerebro a medida que se adaptaba a las nuevas circunstancias para sobrevivir.
Cuando empecé a leerlo, ya intuía la conclusión final, porque le he escuchado en alguna entrevista. Su teoría es que el avance tecnológico es imparable, razón que comparto plenamente. Pero, a su juicio, nadie debe temer por la pérdida masiva del trabajo ante un cambio tecnológico porque ha quedado demostrado que al final aparecen fuerzas que crean aún más. La idea del paro tecnológico, dice, está considerada por muchos economistas como la “falacia ludita” porque la cantidad de trabajo que existe en una economía no es constante, sino que crece. Aunque la reposición de los nuevos trabajadores que sustituyen a los eliminados puede no ser suficiente, existe el hecho de que las innovaciones tienden a abaratar los productos que se fabrican, lo que hace que los consumidores pidan más. Además, la innovación permite a los trabajadores humanos especializarse en otras tareas complementarias que pueden ser más útiles a los clientes. Por último, dice, las nuevas tecnologías tienden a comportar la creación de nuevos negocios que inicialmente no eran el objetivo de los innovadores. Voilá! Éste es el quid de la cuestión, las nuevas tecnologías disruptivas permitirán seguir creciendo.
Tiene razón si se supone que siempre podremos ir creciendo como hemos hecho hasta ahora, despreciando los problemas del cambio climático y de agotamiento de materias primas. Esto lo despacha en pocas líneas: “el sistema capitalista genera enormes incentivos para crear progreso tecnológico caro, los innovadores que logran crear productos atractivos para las masas, se les premia con retornos financieros sustanciales. Estoy convencido de que ésta será, en última instancia, la solución al problema climático… la solución real vendrá cuando algún innovador, todavía no sabemos quién, todavía no sabemos cuándo y aún no sabemos dónde, invente un motor, como los que tenemos ahora, pero sin emitir gases de efecto invernadero, o descubra la forma de ‘limpiar’ el CO 2 acumulado en la atmósfera desde el inicio de la revolución industrial.”
Yo me considero un tecnólogo por formación y por historia profesional, pero dejar el problema del cambio climático al albor de que un día un ingeniero encuentre la varita mágica, es una irresponsabilidad. En el libro explica que cuando los economistas recordaban a los catastrofistas que la historia demostraba que se equivocaban, ellos respondían: “sí, es cierto que siempre ha sido así… pero esta vez es diferente.”
¿Por qué esta vez sí puede ser distinto? Puede no serlo en cuanto a la creación de trabajo, a la irrupción masiva de tecnología disruptora, aquellas cinco que voy repitiendo: energías renovables, bomba de calor, coche eléctrico autónomo de flota, inteligencia artificial y proteína de fermentación de precisión. Los taxistas y los conductores que pierdan su trabajo, por ejemplo, podrían encontrarlos como colocadores de tecnologías renovables, aislantes y bombas de calor, lugares que estimamos en 150.000 en Catalunya. El problema no es ese. El problema, donde puede ser diferente esta vez, es en la velocidad necesaria para frenar las emisiones de CO 2 y en la adaptación que debemos hacer contra reloj a una situación de temperaturas más elevadas. Esto es tan grave que no podemos esperar a que un día salga el cerebro brillante innovador que lo resuelva todo.
Por tanto, para afrontar el problema, es necesario ayudar desde la economía a frenar el crecimiento desordenado del consumo, dirigiéndola hacia un crecimiento que haga frente al cambio climático. Y, si sale el innovador, ya cambiaremos. Hemos explicado a menudo aquí el efecto Jevons, aquél que, cuanto más eficiente fue la máquina de vapor, más carbón se consumía, porque las máquinas trabajaban más horas y se construían más. Pues si se quiere frenar el cambio climático habrá que evitar que las nuevas tecnologías disruptoras, la nueva economía creciente, impida que las emisiones bajen. Este equilibrio entre cambio tecnológico y freno a las emisiones hay que hacerlo con herramientas fiscales, tasando el uso de las materias primas, en lugar de tasar el valor añadido, y disminuyendo progresivamente la deuda de la economía, de forma suave evitando el colapso de la misma.
Es cierto que en los doscientos años desde la revolución industrial cada innovación ha aumentado el trabajo y que el resultado ha sido sacar del hambre a 1.167 millones de personas. Pero esto se ha hecho a costa de extraer materias primas en exceso ya costa de estropear el clima. Ahora toca reconducir la situación, crear un nuevo modelo, para evitar que la civilización entre en un nuevo colapso como el que tuvieron otras civilizaciones anteriores, por ejemplo la romana que, desde su caída en el año 400, no se rehízo hasta 900 años más tarde por culpa de los cinco jinetes del apocalipsis que aparecen a menudo en la historia: cambio climático, hambre, migraciones, epidemias y colapso de los estados. ¿No le suenan?
La mejora de la tecnología y el acceso cada vez más difícil a materias primas ha sido posible debido a que los economistas han ido encontrando mecanismos financieros que lo han permitido. Desde la salida del patrón oro en el año 1971, pasando por los años 1980 cuando se encontró el mecanismo de emisión de bonos, y terminando con la entrada de China a la economía mundial en 1990, el acceso infinito a las materias primas ha sido descarado. Tanto que no ha hecho competitivo su reciclaje (de 93 mil millones de materias primas que se extraen sólo reciclamos 9 mil, y vertemos 67 mil en el medio ambiente) y ha aumentado la concentración de CO 2 desde 285 ppm en 1825 hasta 425 ppm hoy, lo que ha llevado a un aumento medio de la temperatura de 1,2ºC en este tiempo.
No, el problema no es de ingenieros, el problema es de economistas, de un modelo que ha permitido crear una sociedad de jauja, sin medida en el consumo. Más que hablar de la falacia de luditas, deberíamos hablar de falacia de los economistas, haciendo de prestidigitadores con la deuda.
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Traducción: Teresa Abril