La productividad, palabra clave

La solución pasa por un cambio cultural, por dejar de producir más y más, empleando menos recursos, aumentando la calidad…..

Joan Vila 

Todo el mundo asume que, si una sociedad aumenta su PIB, si cada año crece, se vuelve más rica y próspera. Esto no es así. En primer lugar porque el PIB depende de la cantidad de trabajadores existentes y del capital que se dedica. Si en Catalunya entran más emigrantes a trabajar crece el PIB, pero eso no significa que seamos más ricos. El segundo elemento a considerar es que el PIB es un indicador que hace trampas midiendo: cuando se produjo el temporal Gloria los desastres no se valoraron en negativo en el PIB pero, cuando los desperfectos se resolvieron con inversiones, el PIB lo contabilizó. Todo esto ocurre porque quien realmente nos dice si una sociedad progresa o no es la productividad.

A menudo explico aquí mi ejemplo preferido sobre la productividad de la humanidad: La pirámide de Keops (hace 4.583 años) se construyó con 33.000 personas durante 20 años y hoy podrían hacerlo de forma robotizada 3 personas, con una ganancia de 11.000 veces la productividad laboral. Xavier Sala-i-Martin en su libro De la Sabana a Marte explica un cálculo que hizo William Nordhaus, que calculó las horas de producción para producir luz. Los primeros humanos (hace 200.000 años) necesitaban antorchas con madera, paja y grasa animal para producir luz, por lo que aplicaban 58 horas para cada unidad de 1.000 lúmenes/hora (unidad de luz de una vela o de una bombilla de 60 W). Hace 40.000 años idearon la lámpara de aceite, lo que necesitaba 50 horas. Las lámparas de aceite mejoraron y en 1750 necesitaban 41 horas de trabajo. Cuando apareció la cera o parafina el coste de trabajo para obtener los 1.000 lúmenes/h fue de 5,3 horas. Con el queroseno se descendió a 14 minutos, con la bombilla eléctrica a 5,5 minutos, con el fluorescente el trabajo necesario fue de medio segundo, y con el LED se redujo a 0,02 segundos. La ganancia de productividad de toda la humanidad produciendo lúmenes es de 10 millones de veces.

Las ganancias de productividad son las que han permitido el nivel de bienestar que tenemos y proceden de mejoras tecnológicas, de innovaciones técnicas y de organización. Si la productividad la medimos como la cantidad de bienes por persona, dependerá del capital por persona que le dediquemos, pero también de los factores tecnológicos que se llaman Productividad Total de los Factores o PTF, es decir, de la capacidad de producir con menos recursos , y de aumentar la calidad de los productos y servicios producidos.

Hace años que el PTF no mejora significativamente. De hecho, después de la Guerra Mundial se encontraba en valores de 5,1% en Francia, 6% en Alemania y de 7,7% en Japón. Ahora, estos valores son muy bajos, inferiores a 1% en Europa. España ha pasado de tener valores de PTF de 5% en los años 1970 a -2,4% hoy, mientras que Cataluña está a 1%. Por tanto, si la productividad PTF no crece, ¿por qué el PIB y la sensación de bienestar aumenta? Porque el crecimiento de una economía se hace por los valores PTF, pero también por el capital invertido per cápita. Y esto es lo que sólo sabe hacer la economía desde el año 1980, crear más moneda en el sistema para que pueda producir más y más, bajando la calidad, llevando el sistema al borde del colapso.

Puede producirse más empleando menos materiales, menos energía, menos agua, haciendo los productos más duraderos, pero no, la economía se ha puesto en una vía que sólo sabe extraer más recursos para producir más: 93.000 millones de materias primas, de las cuales fijamos 24.000 millones, tiramos a la atmósfera, aguas y vertederos 69.000 millones y reciclamos sólo 9.000 millones.

¿Por qué se ha producido tal despropósito? Porque el sistema, generando cada vez más liquidez, sólo se ha concentrado en las operaciones financieras, en la especulación. Y ahora nos encontramos con que la liquidez ya no puede aumentar más, de hecho debe disminuir, y que el sistema ha calentado el planeta con valores insostenibles. Los economistas como Sala-i-Martin confían en que ya saldrá una mente brillante que resolverá el problema, que inventará un sistema que absorberá todo el CO 2pero lo más grave es que se ha pervertido el concepto de productividad. Si antes una nevera tenía una vida de 30 años hoy la tiene de 10, y eso encarece el producto al usuario. La solución a todo este lío pasa por un cambio cultural, por dejar de producir más y más, y hacerlo con más productividad de los factores, empleando menos recursos, aumentando la calidad, dejando de fabricar cosas de un solo uso.

Para poner luz a lo que puede venir, recuerdo las cinco tecnologías disruptoras que se están desarrollando en este momento: energía renovable, aislamiento y bomba de calor residencial, movilidad eléctrica autónoma de flota, inteligencia artificial y proteína de fermentación. La velocidad exponencial a la que ya va alguna de estas tecnologías llevará a la sociedad a ganancias de productividad PTF similares a las de después de la Guerra Mundial en pocos años. El resultado puede ser la desaparición de trabajos como los conductores de coches, furgonetas y camiones, la disminución de burocracia, abogados, jueces, banqueros y el nacimiento de trabajos de rehabilitación de viviendas, de recuperación de materiales, de servicios de ocio local, de alquiler de coches, de mantenimiento de aparatos de alquiler (la nevera, la lavadora y otros aparatos domésticos podrían tener vidas de 30 años si se ponen en alquiler), y finalmente trabajar muchas menos horas que las de ahora, necesitando menos recursos para vivir. La revolución es profunda, e implicará resistir las protestas de quienes perderán el trabajo, debiendo encontrar fórmulas para formarlos hacia otras actividades y debiendo resolver el coste de la vivienda que no aguantará a los precios actuales.

No valdrá la solución mágica que proponen continuamente los economistas que ya saldrá un ingeniero para resolver el problema, porque la cuestión no es meramente tecnológica, es cultural: se trata de aprender a vivir sin estar permanentemente dopados con mayor liquidez, a desarrollar la mejora del bienestar con mayor innovación, más invenciones y quizás con más tiempo libre. Keynes en 1930 previó que en 2030 no deberíamos trabajar tanto, y el nivel de bienestar alcanzado, el bienestar marginal que llamo, hace prever que ya hemos llegado. Ahora sólo hace falta prepararse para el cambio, para rehacer un error que se empezó en 1980 con Ronald Reagan y Margaret Thatcher . Deshacer un camino de 40 años no es fácil y el retorno a la frugalidad de los años 1970 menos.

A los que les gustan las ecuaciones, ésta explica el problema:

http://www.jvila.cat/ca/?p=2544

Traducción: Teresa Abril

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Un comentario

  1. Josep Ramon Aragó

    La palabra “productividad” hace muchos años que la han gastado ya los empresarios, utilizándola para despidos masivos.

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