Una de las industrias más destructivas del planeta me ha acusado de ser un “Chico de la soja” y de estar “a sueldo de la Gran Lechuga“
Todo lo que dificulta la lucha contra los combustibles fósiles es diez veces más difícil cuando se trata de oponerse a la ganadería. Aquí encontrará un conjunto similar de negación de la ciencia, desinformación y lavado verde. Pero en este caso, va acompañado de una combinación tóxica de políticas de identidad, nostalgia, machismo y la demonización de las alternativas. Si te involucras en este tema, no solo necesitas una piel dura; necesitas la piel de un gliptodonte.
Serás vilipendiado a diario como un “chico de la soja”, un “enemigo de los agricultores” y un dictador que obligaría a todo el mundo a comer insectos. Se te acusará de socavar la civilización occidental, destruir su masculinidad y amenazar su salud. Se te denunciará como enemigo de los pueblos indígenas, aunque generalmente no por los propios indígenas, para muchos de los cuales la ganadería es y ha sido durante mucho tiempo la mayor causa de acaparamiento de tierras, desplazamiento y destrucción de sus hogares.
Te encontrarás con quienes promueven las dietas paleo (con o sin esteroides anabólicos añadidos), “localistas agrarios” que impulsan sueños imposibles de alimentar a las poblaciones del siglo XXI con sistemas de producción medievales y el conservadurismo culinario, que abarca, en diferentes formas, desde Donald Trump hasta MasterChef. Te encontrarás luchando no sólo contra una demagogia muy moderna y peculiarmente viciosa, sino también contra un romanticismo muy antiguo y arraigado, que sigue retratando la vida pastoril de forma muy parecida a como lo hicieron los poetas griegos y los profetas del Antiguo Testamento. Existe una poderosa alianza de facto entre ambos.
Tal vez lo más frecuente sea que te denuncien como una marioneta del Foro Económico Mundial (blanco de múltiples ficciones conspirativas), o como un títere del poder corporativo o institucional, a sueldo de la carne de origen vegetal, la fermentación de precisión, la Gran Lechuga o el Gran Bicho, que son presentados como gigantes monstruosos que se estampan contra las empresas tradicionales. Como siempre, es pura proyección. Entre 2015 y 2020, las instituciones financieras invirtieron 478 mil millones de dólares (380 mil millones de libras esterlinas) en empresas cárnicas y lácteas. Pero de 2010 a 2020, solo se invirtieron 5.900 millones de dólares en productos vegetales y otras alternativas. Sorprendentemente, la industria ganadera también recibe, en toda la UE y EE. UU., unas 1.000 veces más financiación gubernamental que los productos alternativos. Esto incluye mucho más dinero para la investigación y la innovación, a pesar de que la carne y los productos lácteos son industrias bien establecidas, mientras que las alternativas están al inicio de su fase de innovación. ¿Por qué? Porque las conexiones políticas de la industria ganadera son umbilicales.
Por tentador que resulte apartar la mirada, no podemos permitirnos ignorar este sector. Un abanico de impactos extraordinariamente amplio e intenso: desde la destrucción de hábitats a escala global hasta la matanza masiva de depredadores pasando por la contaminación de los ríos , las emisiones de gases de efecto invernadero y la resistencia a los antibióticos, contaminación atmosférica, las zonas muertas en el mar, revelan a la ganadería, junto con los combustibles fósiles, como una de las dos industrias más destructivas de la Tierra.
Las posibilidades de mantener una conversación razonada al otro lado de la línea divisoria son nulas. No es un accidente. Es el resultado de décadas de tácticas de la industria cárnica al estilo del tabaco y de guerras culturales fabricadas. Los mensajes inteligentes desencadenan la obsesión (y la ansiedad) de los hombres por su masculinidad, generando paranoia sobre la “feminización” y la pérdida de dominio. La industria amplifica las afirmaciones populares pero falsas acerca de que la ganadería cura la tierra y absorbe más gases de efecto invernadero de los que produce. Estos esfuerzos se ven reforzados por una oleada de desinformación procedente de personas influyentes de extrema derecha en las redes sociales. Aunque mucha gente ya es consciente de cómo nos ha engañado la industria de los combustibles fósiles, se reconoce menos el juego aún más sucio de la industria ganadera.
Esto llegó a su punto álgido en la COP28, que pretendía ser la primera cumbre sobre el clima en la que consideraran adecuadamente los impactos en el sistema alimentario . Pero cuando 120 grupos de presión del sector cárnico y lácteo ya habían ejercido su nefasta influencia, no se consiguió nada significativo.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) presentó un informe escandaloso en la cumbre incluso para los estándares de la organización, notoriamente favorables a las empresas. Subestimaba en gran medida los efectos de la industria ganadera y no proponía más que una serie de débiles tecnológicas para abordarlo, incluidas algunas que se han exagerado, enormemente, como alimentar a las vacas con algas marinas para limitar la cantidad de metano que producen. Yo llamo a este enfoque el síndrome de la guillotina. Puede que mejore ligeramente la eficiencia, pero sigue siendo una decapitación.
¿Dónde se hablaba en este informe de reducir la producción o el consumo de ganado? Al contrario, proponía que, por razones nutricionales, el mundo pobre debería comer más carne y lácteos. Es cierto que muchos de los pobres del mundo deberían tener acceso a más proteínas y grasas, pero nuevos enfoques, como las proteínas microbianas, podrían suministrarlas a todo el mundo sin la dependencia de las importaciones, los desastres medioambientales y los problemas de salud causados por el cambio a una dieta occidental.
¿De dónde, según la visión de la FAO, provendrían estos productos ganaderos adicionales? Agárrense a sus asientos, porque la respuesta es realmente asombrosa. Según informa el Financial Times, el economista jefe de la organización, Máximo Torero, explicó que “el camino a seguir es que los países que son ‘muy eficientes en la producción de ganado’, como Holanda y Nueva Zelanda, produzcan más carne y lácteos y luego envíen esos productos a todo el mundo”. ¿Realmente ignora que estos dos países se han visto arrojados a una grave crisis ecológica y política debido a la magnitud de sus industrias ganaderas? ¿Y ahora quiere que produzcan aún más y que los países más pobres dependan de estas importaciones? Saludos a nuestro visitante del “Planeta Carne”.
La FAO, como ha documentado The Guardian, tiene un largo y vergonzoso historial de supresión de la concienciación sobre los impactos masivos de la ganadería. Los científicos de la organización que intentaron dar la alarma sobre los impactos ambientales de la producción ganadera en 2006 y 2009 fueron vilipendiados, censurados y saboteados por la alta dirección. Tras el informe que publicó esta semana, puedo afirmar con seguridad que la FAO es un engranaje importante de la máquina de desinformación sobre la carne.
La industria cárnica también presionó al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU. A principios de este año, los delegados de Brasil y Argentina, grandes exportadores de carne, consiguieron bloquear su recomendación de que deberíamos cambiar hacia dietas basadas en plantas.
Por enormes y poderosas que sean estas fuerzas, debemos ser valientes a la hora de enfrentarnos a la producción ganadera y a las artes oscuras que se utilizan para promoverla. Quienes lo hacemos no odiamos a los ganaderos, por mucho que algunos de ellos profesen odio hacia nosotros. Simplemente tratamos de aplicar a esta industria las mismas normas que aplicaríamos a cualquier otra. Pero cuando levantamos las manos en señal de objeción, nos reciben con puños en alto en señal de agresión. Esa es la estrategia, que funciona como estaba previsto.
https://www.theguardian.com/commentisfree/2023/dec/14/livestock-farming-soy-soyboy
Traducción: Teresa Abril