El Relator Especial sobre los derechos humanos al agua potable y al saneamiento advierte de que España se arriesga a la quiebra de su modelo económico si no cambia su gestión de los recursos hídricos
Pedro Arrojo (Madrid, 1951) habla con el conocimiento de los sabios. Este histórico dirigente social y político, creador de la Fundación Nueva Cultura del Agua en Zaragoza, exdiputado en el Congreso por Unidas Podemos y actual relator especial de la ONU para los Derechos Humanos al agua potable y al saneamiento, lleva décadas alertando sobre las consecuencias e impactos de una crisis hídrica mundial –naturalizada e invisibilizada– que, como consecuencia del cambio climático, ha dejado de ser un problema únicamente de los países más expoliados y empobrecidos.
En el marco del Día Mundial del Agua, Arrojo participó esta semana en la conferencia Agua para la paz, ¿derecho universal o recurso geopolítico?, organizada en el Congreso de los Diputados por la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo y la Red Pública de Agua.
En su disertación advirtió que nunca fue tan urgente la necesidad de dejar atrás la noción del agua como un simple recurso económico, lógica que, a su juicio, invita siempre a la “competencia” y a la “apropiación“. “Urge transitar de la visión del agua como un simple recurso económico a una visión ecosistémica y una gestión sostenible de todos los ríos“, pidió.
Tras la actividad, Arrojo dialogó con Climática para profundizar en sus diagnósticos y advertencias y para hablar de los conflictos por el agua en España, un país que se seca pero que, al mismo tiempo, sobreexplota al máximo, cada vez con más demanda productiva (agricultura, agroindustria, turismo), sus acuíferos.
¿Somos conscientes de la crisis global del agua a la que nos enfrentamos y de los escenarios críticos que se avecinan por el cambio climático?
Vamos siendo conscientes, pero con una consciencia miope, de muy corto plazo y efímera. Todo está supeditado al entorno en el que vivimos. Un ejemplo: la sequía. Todo el mundo empieza a hablar, los medios se hacen eco. ¿Cuánto nos dura eso? Pocos meses, hasta que caigan algunas lluvias. Además, se piensa solamente en las “desgracias” que ocurren en nuestros espacios. Lo que ocurre en África o en Asia son cosas de las que oímos hablar, pero de las que queda muy poca consciencia. Y lo peor: queda muy poco compromiso con aquello que es lejano. No cabe duda que algo avanzamos. Hace tiempo, al hablar uno de este tema en una conferencia, salía de la sala con una etiqueta pegada en la frente que ponía “profesor radical antisistema enemigo del progreso”. Hoy no tengo ese riesgo intelectual, lo que significa que hay más consensos y más consciencia. En una escala hartamente insuficiente se van tomando algunas medidas, pero muy por debajo del ritmo que necesitamos para poder tener éxito.
Los ciudadanos del norte global solemos tener un mecanismo de negación al pensar que la escasez de agua es un problema de los países pobres. Pero el verano pasado el 18% de la población de España sufrió algún tipo de restricción en el suministro y actualmente miles de personas no pueden abrir los grifos por contaminación de nitrato. ¿El problema ya está en nuestros patios?
Yo te daría otro dato. En el norte de Córdoba, en las comarcas de los Pedroches, 80.000 personas no tienen agua potable desde hace un año, tienen agua contaminada y tóxica por exceso de nitratos derivados de la ganadería intensiva. Estamos hablando de España, no de África. Claro que sí. Esta problemática, mal que bien y a empujones, va a afectarnos. Las desgracias cercanas nos ayudan a entender un poquito mejor lo que deben ser compromisos urgentes. Las desgracias lejanas ya no son tan lejanas, son próximas. Suena mal, pero esto ayuda a una visión ya no solidaria, sino responsable. Quienes más hemos contaminado somos muchos más responsables y deberíamos ser mucho más activos en la lucha contra el cambio climático que hemos provocado.
¿Cómo hacemos para avanzar en una gestión más sostenible si en contextos de escasez la lógica del agua como mercancía se va a agudizar? La sensación es que la única alternativa es que el poder político se enfrente al poder económico.
Sí, y a veces los intereses económicos son legítimos y otras veces no tanto. Estamos hablando de perversiones alentadas por dinámicas de crecimiento ilimitado que no son posibles. Es verdad, los gobiernos tienen que enfrentarse a estos poderes. Y no es tan difícil. Hay otros desafíos que suscitan más pesimismo. Vivimos en el “planeta agua”. La paradoja es tremenda: la crisis global del agua en el planeta agua. Dos mil millones de personas sin acceso al agua potable. Pero en contra de lo que suele pensar en términos de escasez, no son 2.000 millones de personas sedientas sin agua en sus entornos. Son 2.000 millones de personas brutalmente empobrecidas que viven junto a ríos y acuíferos contaminados. O sobre ríos y acuíferos cuyas aguas han sido acaparadas por grandes actores poderosos por encima del derecho humano al acceso al agua potable. Soluciones las hay y están cercanas. Europa, por ejemplo, tiene una legislación que pena con cárcel la contaminación de un río. No se pueden soltar las cloacas de una ciudad al río y que aguas abajo la gente empiece a morir de disentería. Eso es un delito. Una solución: instalar depuradoras, que mejoran los estados de los ecosistemas acuáticos. De la sostenibilidad de los ríos depende, al cabo, nuestra felicidad. En esta cruzada, lo que tiene que quedar claro es que no hay ningún capricho ecologista, se trata de un interés general primordial. Estamos en esa lucha. Necesitamos mayor empuje social, mayor consciencia y la aplicación rigurosa de las legislaciones vigentes.
La OCDE ya sitúa a España como uno de los países con más estrés hídrico del mundo. Pero el Estado español, en todos sus niveles, sigue administrando el agua como si fuese un recurso abundante: carnicería, huerta y meca del turismo de Europa. ¿Cuánto le queda a este camión para chocar?
Ya chocó. Y volverá a chocar muchas más veces para darnos cuenta de que el hormigón no resuelve la falta de agua. Hemos pasado ya por los límites de la sostenibilidad de lo que dan nuestros sistemas hídricos. Se piensa en hacer más presas. Nadie niega sus enormes ventajas. Pero, claro, hacer represas en el país del mundo que tiene más producción de fresa por habitante y kilómetro cuadrado es como regalarle un monedero a un pobre. No nos faltan presas, muchas de ellas vacías. Tenemos que pensar otras estrategias, como por ejemplo recuperar los acuíferos, en donde hay 30 veces más agua que en la superficie, que son los pulmones hídricos de la naturaleza, claves en tiempos de sequía. Lo que no se puede hacer es sobreexplotar los acuíferos y contaminarlos en tiempo de normalidad, porque cuando llegan las sequías, que serán más duraderas e intensas a causa del cambio climático, nos quedamos sin agua. Por eso tenemos que parar la locura de la ambición. No podemos seguir aumentando el regadío porque eso mata al regadío que ya tenemos. Es como si ante la crisis del taxi, se resolviera duplicar el número de taxis.
Para un sector de la política, la sequía y la crisis hídrica se solucionan con los trasvases. ¿Qué les dice a estos dirigentes?
Que el propio plan hidrológico que aprobó el PP en tiempos de Aznar decía en el anexo correspondiente a la sequía que los trasvases del Ebro no podrán funcionar en época de sequía. Lógico: las sequías no son locales. No hay una sequía en el Guadiana o una sequía en el Segura. La sequía es en toda el área mediterránea. Cuando entra en estrés hídrico el Guadiana, entra en estrés hídrico el Júcar, entra la cabecera del Tajo, entra el Ebro, entran las cuencas internas de Catalunya. Por eso los trasvases no son una buena herramienta para prevenir las sequías que el cambio climático va a endurecer. Lo bueno es que hay alternativas. Para eso hay que moderar y limitar la codicia del permanente crecimiento, el “todos queremos más” todo el tiempo. Si seguimos aumentando el regadío, vamos camino a la quiebra de una parte importante del modelo económico de España.
En España, el ministerio de Agricultura rechaza la reducción de regadíos y apuesta por la modernización. ¿Es suficiente para evitar escenarios de colapsos hídricos?
La modernización siempre es positiva. Permite hacer más con menos. El problema es que la eficiencia que te da esta modernización no te garantiza la sostenibilidad. Podemos matar eficientemente al planeta. Un ejemplo: en Almería tenemos los regadíos más eficientes del mundo. Pero ese acuífero que nos daría un emporio de riqueza de forma sostenible está sobreexplotado con más del doble de lo permitido. Estamos matando los acuíferos eficientemente, por eso repito: necesitamos parar la locura de la ambición. Con la modernización de regadíos el Estado invierte una enorme cantidad de dinero, ayuda a los regantes, pero no le impone recuperar el ahorro para disponer de más agua en la siguiente sequía. Todo lo contrario: libertad absoluta porque es lo que da votos en las siguientes elecciones. ¿Qué hace el regante? Aumentar su superficie de regadío o duplicar cosechas. En la práctica, el resultado final de la modernización es que aumenta el consumo de agua.
¿Por qué a los Gobiernos les cuesta tanto entender que cuidar la naturaleza es el mejor de los negocios en términos económicos?
Está comprobado y documentado, y no por los ecologistas, sino por las universidades, las consultoras, los discursos técnicos más solventes, que esto es así. Evidentemente, a la clase política este mensaje le llega. Yo soy consciente de que el Ministerio de Transición Ecológica en España es perfectamente consciente de esto y además se lo cree. Pero sobre la base de esa convicción, llegan las presiones de corto plazo, las presiones de los sectores poderosos. En esa presión del día a día de los poderes fácticos, el poder político desfallece y cede. Por eso son tan importantes los movimientos sociales fuertes, que empujen hacia el otro lado, que hagan de contrapeso.
Si los gobiernos que creen en esta sostenibilidad no avanzan cuando tienen el poder, ¿qué esperar entonces de los gobiernos reaccionarios y negacionistas que están en auge?
Yo llevo toda la vida luchando por cosas que entiendo que son justas. Probablemente nunca hayamos conseguido una victoria total en esas luchas, lo que nos suele dejar un sentimiento amargo de derrota que, muchas veces, no se corresponde con la realidad. Lo digo desde la necesidad que tienen los movimientos sociales de saber apreciar las importantes victorias parciales que, aunque pequeñas, vamos consiguiendo. Claro que el camino a corto plazo de este Gobierno, de corte progresista y ecológico, frustra. Pero, junto a la denuncia, yo también quiero saludar los avances positivos que se van consiguiendo. Soy un convencido de que la lucha también incluye valorar las conquistas legales e institucionales. La legislación en Europa respecto al agua es de vanguardia. Puede que no esté lo suficientemente atornillada, pero funciona. Un ejemplo: el cierre de los pozos ilegales tras el escándalo en Doñana.
¿Qué lecciones tenemos que aprender de las comunidades indígenas y campesinas respecto a la gestión democrática y sostenible del agua?
Uno de mis últimos informes en la ONU ha sido justamente sobre estas comunidades, que han tenido la heroicidad de preservar cosmovisiones ancestrales, un patrimonio de sabiduría derivado de la observación de sus territorios y de sus ríos. Hay cantidad de prácticas que nos dan lecciones sobre lo que hoy reconocemos como nuestros grandes desafíos hídricos. Por ejemplo: cuando las comunidades indígenas dicen que el agua es el alma de la vida y que hay que respetar de manera sagrada el orden natural del territorio, de manera integrada con toda la biodiversidad y las comunidades, ¿no estamos acaso pensando en el concepto moderno de sostenibilidad o hablando de economía circular en un determinado territorio? Tenemos un montón de lecciones prácticas de comunidades que consideran el agua como un bien común, accesible para todos y no apropiable por nadie. En las grandes ciudades necesitamos una gobernanza democrática del agua. Urge dejar atrás la lógica del agua como mercancía. ¿Qué tal si desde Madrid, si desde París o Nueva York miramos las experiencias comunitarias de la gestión del agua y saneamiento de estas comunidades? No para copiar, sino para aprender.