Presidente de la Agrupación de Arquitectos al Servicio de la Administración Pública (AASAP) del Colegio Oficial de Arquitectos de Catalunya (COAC).
El presidente Illa ha anunciado su propuesta de convertir todo el suelo urbanizable de Catalunya en parcelas edificables para combatir la crisis de la vivienda. Una medida aparentemente razonable: más terreno para construir, más pisos, más oferta, precios más asequibles. Pero esta lógica, tan repetida, vuelve a confundir los efectos con las causas. No se puede planificar dónde vivimos y trabajamos sin haber planificado antes cómo nos moveremos.
Catalunya es, todavía hoy, un país estructurado por el coche. La AP-7 fue el gran eje transformador del siglo XX: una autopista que ordenó el territorio alrededor del vehículo privado, de la carretera y de la dispersión urbana. Aquel modelo trajo prosperidad, pero también sembró desequilibrios: un litoral denso y un interior olvidado, polígonos industriales sin tejido social y ciudades dependientes de un transporte que ya no es sostenible.
El reto del siglo XXI no es urbanizar más, sino vertebrar mejor. Y la clave de esta nueva vertebración es el ferrocarril. Pero no hablamos solo de trenes: hablamos de estaciones. Las estaciones de ferrocarril deberían ser los nuevos corazones urbanos del país, los puntos de articulación de una Catalunya concebida como una red de ciudades conectadas y no como una constelación dispersa.
Para conseguirlo, es imprescindible un Plan ferroviario para Catalunya que integre Cercanías, Regionales, Alta Velocidad y mercancías, el eje del futuro Plan Territorial General de Catalunya, debería identificar con precisión dónde la red ferroviaria coincide con los corredores urbanos existentes, especialmente a lo largo del trazado de la AP-7. Este corredor, que ya es la columna vertebral económica de Catalunya, podría convertirse también en el gran eje ferroviario del país, si se refuerza con más estaciones en los puntos donde las diferentes vías (cercanías-regionales, alta velocidad y mercancías) confluyen en un mismo espacio junto a pueblos y ciudades.
Cada nueva estación no sería solo una parada: sería una oportunidad de regeneración urbana, de revitalizar barrios, de acercar vivienda asequible, de crear suelo para actividad económica y de equilibrar el territorio.
Esto exige cambiar el orden de las prioridades: primero las vías y las estaciones, después las viviendas y los puestos de trabajo. Planificar vivienda y suelo para actividad económica sin planificar el transporte es repetir los errores del pasado. En cambio, si situamos la movilidad en el centro —y dentro de ella, las estaciones como focos de vida— podremos orientar el crecimiento urbano de forma sostenible e inteligente.
Las estaciones pueden ser el inicio de nuevos ejes de centralidad, de áreas mixtas donde convivan vivienda, comercio, servicios, actividad económica y espacio público.
La solución a la crisis de la vivienda no pasa por multiplicar parcelas, sino por coser el país a través del ferrocarril. Donde hay tren, puede haber vida urbana equilibrada; donde no llega, solo hay dependencia y desigualdad.
Catalunya necesita un nuevo pacto territorial que ponga el tren en el centro. Si la AP-7 hizo nacer la Catalunya del motor, ahora toca construir la Catalunya de las estaciones: un país donde la movilidad ferroviaria determine el desarrollo urbano y no al revés.
Urbanizar sin estaciones es construir sin rumbo. Cuando cada pueblo y ciudad del corredor ferroviario tenga una estación viva, conectada y planificada como motor local, entonces sí: tendremos un país habitable, equilibrado y sostenible.
Solo así podremos empezar a planificar con el orden correcto y el sentido del futuro: primero las vías y las estaciones, después las viviendas y los puestos de trabajo.
Xavier Ludevid i Massana, arquitecto. Presidente de la Agrupación de Arquitectos al Servicio de la Administración Pública del COAC

