Nuestros líderes deben abordar las causas sistémicas que provocan nuestros problemas de salud mental y priorizar el bienestar

Debería escandalizarnos profundamente que, en muchos países, en conjunto, las opciones políticas y las respuestas políticas a la crisis del coste de la vida aumenten en realidad la desigualdad económica y la miseria que causa

Kate Pickett**

Parece que nos tambaleamos de crisis en crisis estos días: a la crisis financiera mundial de 2008 le ha seguido  la crisis del coste de la vida, la crisis climática está causando sequías, olas de calor y otras catástrofes  medioambientales en todo el mundo, y estamos en medio de múltiples pandemias, no solo de Covid-19.  Una de esas pandemias es la enfermedad mental.  La Organización Mundial de la Salud considera que la depresión es la principal causa de enfermedad y discapacidad en todo el mundo; en sus últimas estimaciones pre-pandémicas de 2017, más de 300 millones de personas vivían con depresión, y la prevalencia había aumentado considerablemente desde 2005.

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Los lobbies en España: grupos de presión política con muchas lagunas de regulación

Es necesaria una reforma integral de la regulación lobista en España que garantice la rendición de cuentas a nivel nacional y europeo

Marcos Núñez Navarro y Juan Diego Paredes Gázquez

Los lobbies o grupos de presión son organizaciones con capacidad de influencia en el diseño de las políticas públicas y los hay de varios tipos: asociaciones empresariales y económicas, sindicatos, despachos jurídicos, agrupaciones ciudadanas, religiosas y ONG. 

Por lo general, son organizaciones poco conocidas dentro de la actividad pública. La sociedad los relaciona con el mundo empresarial en general y con el poder de las grandes corporaciones en particular. 

Se caracterizan por la opacidad en sus actividades, la falta de transparencia en su financiación o la promoción de las llamadas puertas giratorias entre el sector público y el privado. Por eso generalmente se les considera organizaciones sin legitimidad democrática. 

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Rompiendo el enroque: un plan de acción por la descarbonización de Cataluña

Tenemos la transición enrocada por la poca valentía política para aceptar las consecuencias de hacer el camino y por ciertos colectivos que piensan que, si la economía colapsa, todo irá mejor

Joan Vila

¿Cuál será el desarrollo que deberá figurar en el siglo XXI? No me cabe duda de que será el freno al cambio climático y la adaptación a él por parte de la humanidad. Por eso no entiendo a quienes no dan ese valor a las acciones para realizar la transición energética, que nos debe llevar a frenar el cambio climático ya dejar un planeta más habitable a nuestros hijos. No entiendo cómo no se ve la gravedad de las malas cosechas, la escasez de agua, el estrés de las plantas, la desaparición de especies, la futura pérdida de actividad económica, en definitiva, la llegada de la ruina ambiental y económica, el hambre en muchos países, y los desplazamientos masivos de emigración. No comprendo cómo se bloquean ante unos aerogeneradores que serán visibles en el horizonte, o por placas fotovoltaicas en los tejados, o en ciertos campos. No percibo qué es lo que explicamos mal para que la gente no lo vea y me acuse, por ejemplo, de estar pagado por poderes fácticos para decir lo que digo o de ser una persona insensible detrás de una hoja de cálculo.

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La modernidad no puede existir sin estos 4 ingredientes. Todos ellos requieren combustibles fósiles

Las economías modernas siempre estarán ligadas a los flujos masivos de materiales para  producir células solares, turbinas eólicas, coches eléctricos y baterías de almacenamiento.

VACLAV SMIL 

Smil es profesor emérito de la Universidad de Manitoba. Es autor de más de cuarenta libros sobre temas como la energía, el cambio medioambiental y poblacional, la producción de alimentos y la nutrición, la innovación técnica, la evaluación de riesgos y las políticas públicas. Su nuevo libro es How the World Really Works

Las sociedades modernas serían imposibles sin la producción a gran escala de muchos materiales fabricados por el ser humano. Podríamos tener una civilización próspera que proporcionara abundantes alimentos, comodidades materiales y acceso a una buena educación y atención sanitaria sin ningún microchip ni ordenador personal: lo tuvimos hasta los años 70, y conseguimos hasta los 90, expandir las economías, expandir las infraestrucuras y conectar el mundo por medio de aviones de pasajeros sin ningún teléfono inteligente ni redes sociales. Pero no podríamos disfrutar de nuestra calidad de vida sin el suministro de muchos materiales necesarios para plasmar la miríada de nuestros inventos.

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Hacia un presupuesto de carbono

La emergencia climática exige reorganizar la economía con medidas de calado, viables e igualitarias, como el reparto de cuotas anual de emisiones entre la población y su incorporación en los precios de bienes y servicios

Susana Martín Belmonte

Cada vez está más claro que no podemos seguir vertiendo CO2 y gases de efecto invernadero en la atmósfera a este ritmo. Nos arriesgamos a traspasar la frontera del aumento de temperatura de más de 1,5 grados sobre la era preindustrial, algo que nos puede llevar a la extinción. La población es consciente de ello. Un estudio reciente revela que el 83% de la ciudadanía en España cree que los efectos de la crisis climática se notarán de forma más grave en los próximos 10 años.La cuestión es cómo interpretamos este dato y qué hacemos al respecto. Tenemos que cambiar la forma de hacer las cosas, pero ¿por dónde empezamos?En este artículo exploramos la posibilidad de tratar el presupuesto de carbono con un enfoque presupuestario. La cantidad de CO2 máxima que la humanidad puede verter en la atmósfera sin sobrepasar el límite de temperatura mencionado es de 400 Gt de CO2 (giga-toneladas de CO2 y gases de efecto invernadero). Sin embargo, vertemos 36 Gt de CO2 al año. Las cuentas se hacen rápidamente, en 10 años, nos habremos pulido el presupuesto de carbono total.

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