La cultura del petróleo ha consagrado un modelo de ciudad social y urbanísticamente fragmentada por usos (residencial, industrial, comerciales, deportivos, etc) que nos obliga a pasar mucho tiempo para trasladarnos de un lugar a otro. La movilidad en transporte privado, que ha sido el símbolo de libertad individual, nos ha conducido a múltiples inconvenientes sociales y de salud como la contaminación, el ruido, los accidentes y la congestión, produciéndose un círculo vicioso, ya que cuanto más se facilita la movilidad privada, más congestión y más polución tenemos y cuanta más vías construimos para solucionar estos problemas, más fragmentado queda el espacio y más estamos promoviendo el uso de más coches

La cultura de la “libertad a través del coche privado” ha sido un espejismo, ya que muchos hemos pasado de defenderla a ser esclavos de una movilidad obligada para llegar al trabajo. Este modelo, además de ser perjudicial para la salud humana, también es uno de los principales responsables de la pérdida de biodiversidad y del cambio climático, ya que ha contribuido a la dispersión urbana y a la fragmentación y degradación continua del espacio natural y, a la vez, a la generación de gases de efecto invernadero. Este modelo ha contribuido al vaciamiento y a la consecuente pérdida de servicios en las poblaciones rurales, al abandono de las tierras de cultivo y al crecimiento sin ningún tipo de gestión de bosques donde deberían existir cultivos o pastos, que han secuestrado el agua que necesitamos para otros usos como los cultivos o el consumo humano. A la vez, el riesgo de incendios en un clima cada vez más propenso a ellos, es una amenaza real.

El coronavirus nos ha hecho ver hasta qué punto es disfuncional el actual modelo y, a la vez, nos ha demostrado que no es tan difícil modificarlo, ya que la cuarentena nos ha obligado a muchos de nosotros a cambiar, de un día para otro, nuestros hábitos de trabajo y de reunión. El teletrabajo se ha impuesto para todos aquellos que trabajan desde despachos y con ordenadores, y la tecnología nos ha facilitado videoconferencias y telereuniones.

Todos estas nuevas formas de trabajar y comunicarnos han venido para quedarse y van a tener repercusiones muy importantes en las posibilidades de mejora del urbanismo de las ciudades, en la repoblación de las zonas rurales y en la movilidad. Debemos saber aprovechar estos nuevos fenómenos para frenar la expansión urbana, el consumo de combustibles fósiles y la contaminación atmosférica.

Medidas:

1. Limitar la expansión urbana

Para evitar la fragmentación y degradación continua del espacio natural y la generación de gases de efecto invernadero.

2. Adecuar las ciudades al uso de las bicicletas y patinetes

Ofreciendo seguridad tanto a sus usuarios de estos vehículos, como a peatones, a través de planes e implantación de carriles bicis, zonas de velocidad 30, aparcamientos antirrobo, etc. Adecuar los vehículos del transporte público para poder acceder a ellos equipados con las bicicletas, etc.

3. Implantar tasas de congestión en la entrada de las grandes ciudades.

4. Flexibilizar los horarios laborales

Compaginando el trabajo presencial con el teletrabajo.

5. Organizar el transporte público de forma integrada entre las ciudades y los pueblos de las áreas metropolitanas

Conectando los distintos modos de movilidad y adaptando los horarios a las necesidades de los usuarios.

6. El impulso al ferrocarril debe ser una prioridad

Si el gobierno realmente quiere apostar por la movilidad sin carbono, dando más servicio, tanto en frecuencias de trenes como aumentando la red ferroviaria. Los trenes nocturnos, ahora casi desaparecidos, deben ser el substituto de los vuelos aéreos cortos (< 800 km.).

7. Facilitar la vuelta a las poblaciones rurales

Con el desarrollo de flotas de car-sharing eléctrico en todos los pueblos de España y sistemas de autobús a la demanda para el 50% de personas que no poseen permisos de conducir.