Ideas erróneas para la transición energética

Jordi Ortega

Marzo 2019

En el debate en los años 90 de establecer un precio adecuado a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) surge una variedad de modalidades de fiscalidad, gravamen o tasas. El foco de todas ellas no está ni en calcular la externalidad, ni en diseño del precio del carbono, sino en cómo diseñar el cambio de modelo con implicaciones geopolíticas.

Entre las dos vias contrapuestas para favorecer los objetivos sobre el clima y la transición energética, las políticas regulatorias o el mercado que internaliza costes, los escolásticos de Kioto se decantaron por el mercado, considerando que una regulación con un diseño más eficiente de la fiscalidad sobre el kWh de carácter finalista era un atentado a la competencia y al libre mercado.

Los defensores del mercado de emisiones se basan en el concepto de la neutralidad tecnológica: el objetivo del mercado de emisiones es reducir los GEI a través del precio, sin tener en cuenta de qué tecnología proceden dichas emisiones y entendiendo que este sistema es el óptimo para disminuir el máximo volúmen de GEI al menor coste para las empresas. Estas iran substituyendo las tecnologias contaminadoras en función de lo rentable que suponga el coste de esta substitución. El encarecimiento del precio del carbono será el incentivo que lleve a las empresas a la decisión de substituir unas tecnologias mas baratas pero mas contaminantes por otras mas caras pero menos contaminantes. Pero aquí radica la falacia: bajo el lema de la “neutralidad entre tecnologías”, muchas de ellas inconmensurables entre si, se usa como único criterio el de escoger la tecnología según las emisiones de carbono, sin contar con otros criterios, como los desequilibrios de los ecosistemas, sin contrastar transiciones concomitantes con las que no lo son; apostar por tecnologías bajas en carbono, pero fósiles, que el desarrollo de las renovables pone en riesgo el capital invertido por depender de un modelo económico fósil y no tecnologías puentes que puede adaptarse a un cambio de modelo energético.

La fiscalidad ecológica puede servir para promover las energías renovables y cambiar el modelo energético. Si está bien diseñada para su finalidad; una pequeña tasa al kWh sirve para estimular una demanda de renovables. En cambio se acusa a esta política fiscal ecológica de hacer fracasar el mercado de carbono con un excedente de permisos que hunde el precio del carbono. Esto ha supuesto contraponer la transición energética y la lucha de cambio climático basada en precios de carbono.

Un precio elevado del carbono tiene diversos inconvenientes. (i) Penaliza el carbón nacional y beneficia el carbón de exportación; si se pretende cerrar el carbón, de forma escalonada, de tal modo que grave las centrales más antiguas para que cierren primero cuando se utilizan como “potencia flexible” dado que las centrales más nuevas pueden entrar más horas y le sale caro salir. Hay que fijar un buen diseño para el objetivo. (ii) Un elevado coste del carbono permite que el gas desplace al carbón, pero los consumidores pagarían no solo el precio de estas centrales más caras sino que se retribuiría con el precio marginal a todas las demás tecnologías.

Resulta más eficaz si se retribuye a las renovables con un precio previsible y garantizado, gravando con pequeña tasa al kWh por su contenido de carbono. Por el contrario, el argumento de los defensores de la neutralidad tecnológica, defienden que reducir una tonelada de carbono con fotovoltaica puede costar 10 veces más que adquirir permisos de carbono incluso con un precio de 60 euros /tonelada. La réplica es que ese precio lo paga el consumidor multiplicado por 20 al tener el carácter marginal; en cambio la tasa que se paga por alta penetración de renovables que se sitúa en 5 céntimos euros/kWh (supone 3 veces menos del sobrecoste por kWh que lo que supone el comercio de carbono calculado en 8.000 millones sin incentivos a inversión, empleo, etc.). Por tanto se requiere una evaluación del diseño de la fiscalidad ecológica para entender cuales son los resultados reales de cada propuesta teórica:

La supuesta neutralidad tecnológica privilegia inversiones en centrales de transición como fueron los ciclos combinados, que el desarrollo de las renovables los ha dejado en una posición marginal, y reclaman para sí nuevos pagos por capacidad y disponibilidad. Cuando hay inversiones concomitantes que aceleran la transición energética. El cuento de la competencia, neutralidad tecnológica ha llevado a creer en la igualdad competitiva entre diversas tecnologías considerando que todos los kWh son iguales, detrás de cada uno de ellos existen tecnologías que cumplen funciones muy dispares y, sobretodo, su posición en los mercados marginales son muy diversas: aquellas tecnologías que tienen capacidad de entrar y salir (tecnologías térmicas convencionales) pueden ofertar el mayor precio mientras que tecnologías como las renovables, cuya energía generada tiene que ser consumida de forma instantánea, no pueden negociar precios. Pretender hacer jugar con unas misma reglas de juego a unas y otras hace del mercado una caricatura por más que se internalicen los precios de carbono.

Según la Agencia Internacional de la Energía no vamos a cumplir con el objetivo de los 2ºC, pero para revertir la situación propone como única herramienta los precios. Un precio elevado de petróleo para internalizar costes. La realidad ha sido que la caída del precio del petróleo hunde las inversiones que puede capturar la industria de petróleo y hace inviable una parte de extracción. Conduce a que el sector inversor se reoriente hacia las energías renovables. Del mismo modo, cuando la mayor penetración de renovables deprima los precios eléctricos en el mercado será necesario que el regulador ofrezca «señales claras» del valor que aporte cada nueva central de generación. Para ello, la Fundación Renovables propone distinguir entre precio marginal y retribución en el nuevo diseño de electricidad.

Un estudio realizado en el MIT nos advierte que, al ritmo actual tardaríamos 400 años para transformar el sistema energético. Este tipo de estudios demoviliza a los inversores que con esas previsiones no van a desinvertir en fósiles ni a invertir en renovables, como los documentos de RWI o del lobby Initiative New Social Market Economy (INSM) que plantean que el coste de la transición energética en Alemania va a significar 520.000 millones.

El giro que ha dado Alemania desde la implantación del paquete de medidas a favor de la Energiewende hasta la situación actual de Energi-ende, ha supuesto la targiversación de la transición justa y va tener como resultado, la subvención de 40.000 millones a las industrias electrointensivas, maldirigiendo el dinero público hacia las tecnologías que deben desaparecer, en lugar de destinarse hacia las oportunidades como hace dos o más décadas avaladas por estudios antes mencionados.

La abolición de las políticas energéticas y climáticas harán que Alemania incumpla los objetivos de clima y energía en 2020. El reto de la lucha del cambio climático en Europa se frena mientras renace la nuclear de 4 generación y la inteligencia artificial con monumentales presupuestos.

El acuerdo de Paris de dotar un fondo de cientos de miles de millones, con un consenso paralizante, disuade de que nadie se salga del mínimo común denominador. Y esos fondos terminarán siendo captados por la industria fósil dominante. Hay que analizar que tecnologías requieren ayudas directas y cuales ayudas concomitantes. Algunas propuestas sobre donde dirigir las ayudas directas: una feed-in tariff de las baterías a determinadas horas, no por vertido; programas de 100.000 baterías que acompañen a inversiones solares que no requieren ayuda. Retribuir el uso de las redes de la batería del coche eléctrico.

Supone abordar un conflicto estructural: cuando las largas cadenas pierdan clientes el coste de mantenerlas se disparará para quien este enganchas a ellas. Aquí si cabe hablar de justicia, no con las petroleras sino a quien le cueste salirse. Sin refinerías nos vamos a una agricultura ecológica, una química biológica, una textil con polimeros biológicos, esto seria una verdadera economía circular basada en la biomimesis y lograr decrecimiento.