Los retos de la Superinteligencia Artificial podrían favorecer un cambio de sistema, según un nuevo estudio
Salvador Pueyo.
El conflicto de intereses entre clases sociales podría estar desfasado, ya que la competencia entre empresas puede empujar a la inteligencia artificial a reemplazar a las clases altas en sus roles, y también a excluir o explotar sin ningún propósito a las personas procedentes de todas las clases si no nos damos prisa a cambiar las reglas del mercado.
Recientemente, voces informadas como la de Stephen Hawking, Bill Gates o Elon Musk han estado advirtiendo que la inteligencia artificial (IA) va camino de superar a la inteligencia humana, convirtiéndise en superinteligencia, y es probable que lo vea la generación actual. En este hito ven grandes oportunidades pero también grandes riesgos. Hasta ahora, la investigación se había centrado en aspectos técnicos de los riesgos, como errores de programación, pero un nuevo estudio de la Universidad de Barcelona sugiere que, incluso si se resuelven estos aspectos, puede ser desastroso que la superinteligencia emerja en el contexto de las reglas económicas actuales. El estudio, sin embargo, ve una parte positiva en esta amenaza, ya que podría servir de revulsivo para corregir deficiencias de estas reglas.
Para el autor del estudio, Salvador Pueyo: Cuando nos enfrentamos con el paro, la inseguridad laboral y la precariedad, es más fácil culpar a la inmigración, a un crecimiento ralentizado o a las limitaciones individuales que abordar su factor principal: laautomatización combinada con la competencia en el mercado. La competencia hace más difícil, por ejemplo, beneficiarnos de la automatización reduciendo las jornadas laborales sin reducir salarios. Puede parecer que cambiar esto es poco realista porque chocaríamos con los intereses de las tan poderosas clases altas, pero sus verdaderos intereses podrían no estar donde todo el mundo, clases altas incluídas, suele pensar.
Según el estudio, es probable que los avances en la IA intensifiquen los efectos perjudiciales de la competencia, como las presiones sobre trabajadores, consumidores (mediante publicidad hiperefectiva) y el medio ambiente, incluso si la automatización pasa a ser más selectiva en un mundo con recursos naturales menguantes. Pero las élites económicas no lo tienen mejor. Con o sin limitaciones de recursos, la competencia favorecerá la automatización donde sea más rentable y, finalmente, esto conllevará lasustitución de los altos directivos por IA. Un día antes de la aceptación del artículo se supo que estos son justamente losplanes del principal fondo de alto riesgo (hedge fund) del mundo. En cuanto a los propietarios del capital, el artículo sugiere que pueden ser desplazados por empresas financieras automatizadas sin propietarios efectivos.
Pueyo remarca que este escenario, en el que se difuminarían las clases actuales, da una razón pragmática para superar los conflictos de intereses y avanzar en un esfuerzo global concertado para, en sus palabras, pasar de la competencia desenfrenada a reglas económicas que lleven incorporadas la cooperación y la solidaridad. Para concretar más, busca pistas en iniciativas como la economía del bien común, la economía social y solidaria o el decrecimiento.
El artículo deja claro que las clases altas dejarían de ser altas en ambos escenarios, pero prevé una vida mejor para todas y todos en el segundo.
Si agitamos en una coctelera a Keynes y a Sraffa, tendremos lo siguiente (obviamente, según mi interpretación):
I Input < O Output [1]
O = C (costes: salarios directos e indirectos, gastos financieros, amortizaciones, impuestos, inversión, etc) + S (beneficios después de impuestos) [2]
L, entendido como “resto del salario”: aquella parte del salario, directo o indirecto -producto de impuestos, cotizaciones o similares- que no se destina a la mera y estricta reproducción de la fuerza del trabajo.
C = Cr (resto de costes, incluyendo salario de reposición) + L; aplicándolo en [2]:
O = Cr + L + S [3]
O = I + (O – I) = I + I(O – I)/I = I(1 + (O – I)/I) = I(1 + R (productividad del sistema)) = I + IR; aplicándolo en [3]:
I + IR = O = Cr + L + S [4]
Propuesta instrumental: Consideraremos Cr equivalente a I, al representar ambos el coste de reproducción de las condiciones iniciales del sistema:
I + IR = O = I + L + S [5] ; restando I en todos los términos de [5]:
IR = O – I = L + S = E (excedente) [6]
Hasta hoy nos hemos preocupado -o nos han obligado a estar preocupados- principalmente de la parte izquierda de la ecuación (IR, la producción), tal vez esa superinteligencia artificial de la que habla Salvador Pueyo se interese más por la parte derecha (L + S, E, el excedente y su distribución) y (re)descubra lo que Sraffa y Keynes ya vieron y teorizaron hace unos 80 años:
La pregunta es ¿si S no consume la parte de E (E – L) que “le toca”, cómo puede ser consumida? Una respuesta es: a través de la generación de deuda privada y pública.
Antaño la respuesta era: a través del consumo de lujo (cultura, arquitectura, ropa, etc), y la extracción y apropiación de materiales y minerales de lujo (joyas, oro, plata, perlas, etc), hogaño no hay suficiente consumo de lujo que cubra la generación de beneficios, por lo que estos van directos a la financiarización de la economía a través de la creación de deuda. Keynes acuñó en 1933 su famosa sentencia de la “eutanasia del rentista” como corolario a su tesis de que en todo sistema de ciclo cerrado (y nuestro actual sistema económico, en tanto que global, ya lo es) si el Beneficio (S) no se convierte en Inversión (entendida en su más amplio significado) o Gasto, el sistema necesariamente colapsará.
Y ahí estamos, bordeando el colapso.
Al margen de ciertas consideraciones sobre a qué se le puede llamar inteligencia, i adelanto mi desacuerdo a que esta palabra se utilice con, a mi entender, cierta frivolidad, la misma frivolidad que veo al utilizar la palabra analogía para comparar la selección natural (ciega, no teleológica e involuntaria) con la en nada ciega, guiada por un interés final y totalmente voluntaria intención de ganar dinero. Mal vamos, pero eso lo dejo para otra ocasión. A lo que vamos: Salvador Pueyo dice cosas interesantes, no tengo ninguna duda, como por ejemplo lo de la -falsa- culpabilización individual sobrevenida a la fuerza, o lo de la dificultad, a pesar de su bondad, de reducir la jornada sin reducir el salario (aquí no acabo de ver por qué enlaza con el libro “21 horas”, dada la postura de este libro a favor de trabajar menos ganando menos: páginas 14, 22, 58, 59, 85, 90…), pero creo que SP se equivoca, y mucho, sobre lo de que los intereses del 1% confluirán con los del 99%.
Por cierto, lo del 1% es muy de recordable, muy esloganeable, pero deberíamos ser conscientes de que una persona que en España declare ganar unos 40.000-45.000€ anuales pertenece al 5% del 20% más rico del mundo, o sea que pertenece al 1%… Pero fuera bromas: cayendo en cierto reduccionismo están los que 1) viven en un nivel de lujo increíble (también incluyo a sus, pero no a nuestros, bufones, estos últimos, que pagamos nosotros en tanto que espectadores, su suerte irá de la mano de la nuestra), los que 2) malviven y tienen -y disculpad la ironía sarcástica- un gran/enorme futuro por delante y los que 3) tenemos un futuro a la baja. Y resulta que aquel 0,1%, para seguir teniendo el mismo nivel de vida, no necesitaría más que mantener en el trabajo a una ínfima proporción del resto. Y no hay ningún motivo para pensar que seremos los del tercer grupo.
Que no nos necesitan, hace tiempo que nos debería haber quedado claro: ese 0,1 por ciento podría sobrevivir sólo del lujo, incluyendo comida de lujo (como ya hacen) con un mínimo de mano de obra, y al resto… Si en el futuro no ocurre (lo de que nos bomben), no será porque sus intereses converjan, ni porque las máquinas no les dejen realizar la parte de beneficios que necesiten (lo de la comparación de los hedge founds con cajas de ahorro aún me tiene mosca ¿realmente lo cree o se trata de otro mal uso de la analogía?), será porque (y aquí viene la parte fea y nauseabunda de la tesis) la catástrofe social de no repartir la productividad -de no incidir en la parte derecha de la ecuación- generará una catástrofe política (de la que el Brexit, Trump, Le Pen, los eurofóbicos y demás son algo más que sus primeros abanderados) que nos puede llevar a una situación de guerra más o menos larvada, más o menos caliente, más o menos mortífera, pero desastrosa para los derechos humanos, para la sociedad ¿para toda la sociedad? Me temo que no: a corto plazo ganarán los peores, y con suerte a medio plazo, y asustados de lo que haya ocurrido, una vez más como si fuéramos otra vez el benjaminiano Angelus Novus de Klee, podrán aparecer otros Monnet, Schuman, Adenauer o Beyen… eso sí, sólo con suerte.