La lucha ecologista no puede ir desligada de una lucha por la justicia social y la erradicación de las desigualdades. Pero los movimientos sociales tampoco pueden desvincularse de la lucha ecologista
Andrea Duane*
Somos muchos los que a menudo nos preguntamos qué o quién está detrás del movimiento ecologista últimamente tan tendencioso a escala mundial. Si es una metodología más de ‘greenwashing’ (lavado de imagen verde) para muchos lobbys del modelo capitalista actual, en un sacudidor de conciencias que nos intenta culpabilizar de nuestra existencia o si realmente nos estamos creyendo que estamos ante una emergencia ecosocial que debe cambiar por completo las agendas políticas y económicas mundiales
La crisis climática está teniendo repercusiones importantes sobre los sistemas naturales, tal como muchas evidencias científicas sostienen. El incremento de la temperatura está cambiando los patrones climáticos mundiales aumentando el número de fenómenos meteorológicos extremos. Se están reportando extinciones de especies debidas al calentamiento global. Además, son muchos estudios que demuestran cambios en la fenología, reproducción y comportamiento de muchas especies con consecuencias inciertas sobre su futuro. El cambio climático está afectando la regulación de nutrientes a escala global y está creando desequilibrios estructurales de repercusión desconocida. De hecho, uno de los grandes inconvenientes de la toma de decisiones ligada a la crisis climática es que sus consecuencias son muy inciertas, ya que existen procesos retroactivos de difícil predicción.
Aunque la lucha ecologista se ha focalizado a menudo en los efectos sobre la naturaleza, los humanos podemos salir realmente perjudicados de esta alteración climática. La crisis climática aumenta las víctimas de fenómenos meteorológicos extremos, incrementa los damnificados por incendios forestales, provoca migraciones masivas forzadas, aumenta la inseguridad, altera la disponibilidad de agua potable, disminuye el rendimiento del sector primario, crea insuficiencia de recursos, fomenta la desnutrición, etcétera. A pesar de que nuestro modelo de vida tiene consecuencias muy graves sobre la vida del planeta, si se dejan de lado los humanos, estas consecuencias tendrían una gran repercusión en los ecosistemas actuales, pero la Tierra sobreviviría, con otras especies, otros procesos y otras estructuras. La vida en la Tierra ha sufrido extinciones masivas a lo largo de la historia y la vida ha continuado, de manera diferente, pero no ha cesado. La diferencia ahora es que el causante somos los humanos, que ejercemos una presión a una velocidad nunca registrada antes por ninguna otra especie. Y somos los humanos los que podemos salir muy mal parados si queremos conservar una relación con el medio como la que hemos mantenido durante nuestra existencia.
Ahora bien, en las sociedades actuales el impacto de la crisis climática no es igual sobre todas las personas, sino que afecta más a los grupos más vulnerables, como por ejemplo colectivos en situación de pobreza, ancianos o mujeres. En un contexto con más incertidumbre e inseguridad, las clases populares son las que pueden salir peor paradas. Según estudios recientes, una mujer tiene cinco veces más posibilidades de morir ante un evento climático extremo que un hombre. La lucha ecologista no puede ir desligada de una lucha por la justicia social y la erradicación de las desigualdades. Pero los movimientos sociales tampoco pueden desvincularse de la lucha ecologista. El replanteo de la lógica de mercado para la redistribución de la riqueza necesita hacerse desde la base limitada de recursos en la que los humanos existimos. La única manera de conseguir sociedades justas pasa por modelos socioeconómicos que garanticen social y ambientalmente el futuro de todas las personas y del medio en que vivimos.
Para frenar la crisis climática y conseguir más justicia social hay que cambiar el modelo socioeconómico y apostar por un decrecimiento y descarbonización de la economía, y crear sistemas que aseguren una relación sostenible con el planeta. La erradicación de las desigualdades requiere rebajar nuestro estilo de vida a niveles más sostenibles, y ser capaces de renunciar a muchos de nuestros hábitos de consumo. Además, la sobrepoblación humana crea importantes desafíos en el ámbito ambiental, y evitar la sobreexplotación de recursos pasa por una disminución de la población mundial mediante la educación, la concienciación y la libertad a decidir sobre nuestra reproducción.
Puede que detrás del movimiento ecologista encontramos una moda para hacernos sentir menos culpables de nuestra existencia, y quizás las empresas se aprovechan de este sentimiento para vender más. Sin embargo, es imprescindible que este movimiento esté presente y que vaya en dirección a cambiar profundamente el modelo ecosocial actual en un contexto donde las emergencias climáticas y sociales son cada vez más graves. La lucha por frenar el cambio climático es más que nunca una lucha por una sociedad más justa.
* Doctora en Ecología e investigadora del Centro de Ciencia y Tecnología Forestal de Cataluña (CTFC) y del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF)
Artículo publicado en catalán en el número 491 de la Directa