En un mundo agrícola tan cambiante como el actual, con la creciente incorporación de las nuevas tecnologías de la comunicación, el uso de nuevas fuentes de energía y el avance de la biotecnología, sería conveniente precisar mejor el contorno de la agroecología y revisar algunos de sus principios canónicos
Es cada vez más frecuente utilizar de forma indistinta los términos agroecología y agricultura ecológica como si tuvieran el mismo significado, cuando en realidad son conceptos diferentes. También es frecuente encontrar una gama cada vez más diversa de prácticas agrícolas que se autoproclaman agroecológicas, ampliando así el horizonte de la agroecología. Son dos tendencias que se superponen y que generan confusión sobre el significado de la agroecología.
Para empezar, conviene aclarar que la agroecología no es una práctica agrícola, sino conocimiento científico. Como señala Altieri, uno de sus fundadores, la agroecología es un conjunto de ideas que, basadas en el saber ancestral del campesinado (etnociencia), entienden la agricultura como parte integral de un ecosistema. Las ideas de la agroecología inspiran una amplia gama de prácticas agrícolas y ganaderas.
Por el contrario, la agricultura ecológica es una práctica, es decir, un conjunto de técnicas agrícolas y ganaderas caracterizadas por la no utilización de insumos químicos de síntesis (fertilizantes, pesticidas, herbicidas, antibióticos…).
Dada la variedad de prácticas agrarias que se inspiran en la agroecología, la producción ecológica no es, por tanto, la única que puede considerarse agroecológica. Hay otros sistemas que no utilizan las técnicas de la producción ecológica, pero que podrían ser considerados agroecológicos si cumplen los principios científicos de la agroecología.
Cabe, por tanto, afirmar que el campo de la agroecología es amplio y diverso, que no puede restringirse a una sola práctica (la agricultura ecológica), pero que tampoco debe extenderse sin límite, ya que entonces se difuminaría su significado.
El objetivo de este artículo es precisamente aportar algunas ideas en aras de clarificar el debate en torno a la agroecología, un enfoque de naturaleza científica que está cada vez más presente en los ámbitos sociales, académicos y políticos.
Los principios de la agroecología
En un documento de 2018, la FAO define diez principios de la agroecología. De ellos, hay cuatro que pueden considerarse esenciales:
- Diversidad ecológica. Coexistencia de varias orientaciones productivas en una misma explotación.
- Rotación de cultivos. Para evitar el agotamiento de los recursos naturales en una misma parcela.
- Combinación de agricultura y ganadería. Para favorecer el reciclaje de nutrientes de forma circular.
- Participación de la comunidad local. Su conocimiento se valora al mismo nivel que el de la comunidad técnica y científica.
En la realidad, sin embargo, esos principios son interpretados de diversas formas. Esto da lugar a dos versiones de la agroecología: una, más esencialista y militante; otra, más pragmática y tecnocrática.
Versión esencialista
La versión esencialista de la agroecología rechaza frontalmente los principios de la revolución verde que han regido el rumbo de la agricultura desde hace más de 50 años (mejora genética, mecanización, intensificación productiva, utilización de paquetes tecnológicos e insumos químicos…).
Para esa versión de la agroecología, estas tecnologías, alejadas del conocimiento local, han hecho que la agricultura vire hacia modelos intensivos cada vez más especializados y más dependientes de las industrias y las grandes multinacionales. En su opinión, provocan un creciente endeudamiento de los pequeños agricultores y provocan efectos negativos sobre el medio ambiente, siendo una de las causas del cambio climático.
En su versión esencialista, la agroecología adquiere así un carácter militante, al presentarse como un ariete para luchar contra este modelo de agricultura industrializada. Eso explica que esta versión de la agroecología haya sido asimilada por las organizaciones de ideología de izquierda (sobre todo, en los países latinoamericanos), así como por algunos movimientos altermundistas (organizaciones ecologistas y asociaciones campesinas internacionales, como La Vía Campesina). Es en esta versión esencialista donde suele situarse la identificación entre agroecología y agricultura ecológica.
Versión pragmática
La versión pragmática de la agroecología es, como he señalado, más tecnocrática. Se circunscribe al ámbito de los enfoques holísticos dirigidos a la preservación de los ecosistemas. No rechaza las nuevas tecnologías ni demoniza el papel de la industria y las transnacionales.
Según esta versión, serían agroecológicas todas aquellas prácticas que, mediante la diversificación y la extensificación productiva, contribuyan a la biodiversidad y sostenibilidad medioambiental, con independencia de que se basen o no en paquetes tecnológicos procedentes del complejo agroindustrial.
Para esta versión, el hecho de que las explotaciones sean de tipo familiar o empresarial no sería relevante para calificarlas dentro de la agroecología.
Modelos agrícolas como los basados en la agricultura de precisión (que utiliza tecnologías de alta gama, como los drones), la producción integrada (para el tratamiento equilibrado de plagas y enfermedades) o la agricultura de conservación (laboreo mínimo), serían calificados de agroecológicos desde esta versión más tecnocrática. Asimismo, la agricultura ecológica sería una práctica agrícola más, y no la más relevante, de las que se inspiran en la agroecología.
Además, las prácticas de agricultura urbana impulsadas desde las ciudades (huertos, corredores verdes…) y amparadas por el Pacto de Milán (2015) se declaran agroecológicas, pudiendo ser también contempladas como tales desde esta versión más pragmática y menos esencialista de la agroecología.
Lo mismo cabe decir de algunos de los principios rectores del Pacto Verde Europeo y de los ecoesquemas de la PAC post 2020.
Actualizando los principios agroecológicos
En un mundo agrícola tan cambiante como el actual, con la creciente incorporación de las nuevas tecnologías de la comunicación, el uso de nuevas fuentes de energía y el avance de la biotecnología, sería conveniente precisar mejor el contorno de la agroecología y revisar algunos de sus principios canónicos.
Por ejemplo, habría que preguntarse qué es hoy realmente el conocimiento agrícola local. Es verdad que en algunas áreas ese conocimiento sigue enraizado en la cultura campesina ancestral, pero en otras es un conocimiento mezclado ya con hábitos y prácticas foráneas, procedentes de culturas influidas por las formas modernas de hacer agricultura.
También debería revisarse el principio de la diversidad agrícola, debatiéndose si es pertinente continuar planteándolo al nivel de la explotación o a una escala más amplia (por ejemplo, un área de cultivo o un área ganadera).
Asimismo, sería conveniente preguntarse por la pertinencia de otro de los principios de la agroecología, el de la participación social, en un mundo como el actual en el que las redes sociales abren enormes vías para nuevas formas de implicación de los agricultores (física o virtual) en los asuntos relacionados con la gestión de sus explotaciones.
Además, cada vez es mayor la interacción de los agricultores y las industrias en la cadena alimentaria, y cada vez mayor la influencia de los consumidores, lo que nos lleva a pensar que la Agroecología no es ya un asunto exclusivo de los productores.
Una agroecología adaptada a la actualidad
Parece necesario, por tanto, actualizar los principios de la agroecología para adaptarla a los profundos cambios que experimenta el mundo de la agricultura y la alimentación.
Si el objetivo último de la agroecología es servir de guía para asegurar el equilibrio de los ecosistemas, preservar la biodiversidad, mejorar el bienestar y aumentar la autonomía de los agricultores en todo el planeta, quizá sea pertinente flexibilizar algunos de los principios que la definen para así poder abrir su campo de acción.
De este modo podrían incluirse dentro de la categoría agroecológica aquellas nuevas prácticas agrícolas que, aun no siendo las tradicionales del campesinado, contribuyen de manera efectiva a la sostenibilidad ecológica, social y económica de las áreas rurales (y también de las urbanas), y que, por eso, deberían ser objeto de protección y apoyo.
No todo es agroecología, pero tampoco debe circunscribirse a un sistema agrario concreto como el de la producción ecológica. Es un debate que merecería la pena abrir.