David Graeber* : Los “Chalecos Amarillos” muestran cuánto se mueve el suelo bajo nuestros pies

Si una característica de un momento verdaderamente revolucionario es el fracaso total de las categorías convencionales para describir lo que está sucediendo a nuestro alrededor, resulta ser una clara señal de que estamos viviendo en tiempos revolucionarios.

Brave new Europe 11/12/2018

*David Graeber es un antropólogo estadounidense y activista anarquista, actualmente profesor de antropología en la London School of Economics.

Me sorprende que la profunda confusión, incluso la incredulidad, mostrada por los comentaristas franceses, y aún más, los comentaristas mundiales, ante cada “Acto” del drama de los “Chalecos Amarillos” (GJ) que ahora se aproxima rápidamente a su clímax insurreccional, sea el resultado de una incapacidad casi total para tener en cuenta las formas en que el poder, el trabajo y los movimientos se han alineado contra el poder, han cambiado en los últimos 50 años, y en particular, desde 2008. Los intelectuales en su mayor parte han hecho un trabajo extremadamente pobre para entender los cambios.

Permítanme comenzar ofreciendo dos sugerencias en cuanto a la fuente de la confusión:

1. En una economía financiarizada, solo los más cercanos a los medios de creación de dinero (esencialmente, los inversores y las clases profesionales-gerenciales) están en posición de emplear el lenguaje del universalismo. Como resultado, cualquier reclamo político basado en necesidades e intereses particulares, ha tendido a ser tratado como una manifestación de políticas de identidad, y en el caso de la base social de los GJ, por lo tanto, no puede ser concebido como algo más que protofascista.

2. Desde 2011, se ha producido una transformación mundial de los supuestos del sentido común sobre lo que debería significar participar en un movimiento democrático de masas, al menos, entre los más propensos a hacerlo. Los modelos de organización “verticales” o vanguardistas más antiguos han dado paso rápidamente a un espíritu de horizontalidad en el que la práctica y la ideología (democrática, igualitaria) son, en última instancia, dos aspectos de la misma cosa. La incapacidad de entender esto, da la falsa impresión de que los movimientos como los GJ son anti-ideológicos, incluso nihilistas.

Permítanme mostrar algunos antecedentes de estas afirmaciones.

Desde el lanzamiento del patrón oro en 1971en Estados Unidos , hemos visto un cambio profundo en la naturaleza del capitalismo. La mayoría de las ganancias corporativas ahora ya no se derivan de producir o incluso comercializar nada, sino de la manipulación del crédito, la deuda y las “rentas reguladas”. A medida que las burocracias gubernamentales y financieras se entrelazan tan íntimamente, es cada vez más difícil distinguir una de la otra. Y el poder, en particular, el poder de crear dinero (es decir, el crédito), también se convierten efectivamente en lo mismo. (esto era lo que remarcábamos en el movimiento “Ocupar Wall Street” (Occupy Wall Street) cuando hablábamos del “1%”: aquellos con la capacidad de convertir su riqueza en influencia política y la influencia política en riqueza). A pesar de esto, políticos y comentaristas de los medios de comunicación se niegan sistemáticamente a reconocer las nuevas realidades. Por ejemplo, en los discursos públicos, se debe hablar de política tributaria como si se tratara principalmente de una forma de recaudación de ingresos del gobierno para financiar sus operaciones, mientras que, de hecho, simplemente es cada vez más una forma de (1) garantizar que los medios de creación de crédito nunca puedan democratizarse (ya que solo el crédito aprobado oficialmente es aceptable en el pago de impuestos), y (2) redistribuir el poder económico de un sector social a otro.

Desde 2008, los gobiernos han estado inyectando dinero nuevo en el sistema, que, debido al notorio efecto Cantillon, ha tendido a acumularse abrumadoramente en aquellos que ya tienen activos financieros, y en sus aliados tecnocráticos, las clases directivas profesionales. En Francia, por supuesto, estos son precisamente los macronistas. Los miembros de estas clases sienten que son la encarnación de cualquier posible universalismo, sus concepciones de lo universal están firmemente arraigadas en el mercado, o cada vez más, en esa fusión atroz de burocracia y mercado, que es la ideología reinante de lo que se llama el “centro político”. En esta nueva realidad centrista, a los trabajadores se les niega cada vez más cualquier posibilidad de universalismo, ya que, literalmente, no pueden costearlo. La capacidad de actuar por la preocupación por el planeta, por ejemplo, más que por las exigencias de la supervivencia pura, es ahora un efecto secundario directo de las formas de creación de dinero y la distribución administrativa de rentas; cualquier persona que se vea obligada a pensar solo en las necesidades materiales inmediatas de su propia familia o de sus familiares se considera que afirma una identidad particular; y mientras que ciertas identidades pueden ser (condescendientemente) consentidas, la de “la clase trabajadora blanca” solo puede ser una forma de racismo. Ocurrió lo mismo en los Estados Unidos, cuando los comentaristas liberales lograron argumentar que si bien los mineros de carbón de los Apalaches votaron por Bernie Sanders, un socialista judío, debió ser, no obstante, una expresión de racismo, como con la extraña insistencia de que los Chalecos Amarillos (GJ) deben ser fascistas, aunque no se hayan dado cuenta. Estos son instintos profundamente antidemocráticos.

Para comprender el atractivo del movimiento, es decir, de la eclosión repentina y la propagación incendiaria de la política democrática real, incluso insurreccional, creo que hay dos factores, en gran medida desapercibidos, que deben tomarse en consideración.

El primero es que el capitalismo financierizado implica una nueva alineación de las fuerzas de clase, abarcando, sobre todo, las clases tecno-directivas (cada vez más empleadas en mantenerse ocupadas con “trabajos de mierda”, como parte del sistema de redistribución neoliberal) contra una clase trabajadora que ahora se percibe más como la “clase cuidadora”, como aquella que nutre, cuida, mantiene, sostiene, que como la “clase productora” pasada de moda. Un efecto paradójico de la digitalización es que, si bien ha conseguido una producción industrial infinitamente más eficiente, los servivios de salud, educación y otros sectores del cuidado que estan prestando, no lo son tanto. Esto, combinado con el desvío de recursos a las clases administrativas bajo el neoliberalismo (y los correspondientes recortes al estado del bienestar), ha significado que, prácticamente en todas partes, hayan sido los maestros, enfermeras, trabajadores de hogares de ancianos, paramédicos y otros miembros de las clases cuidadoras, las que han estado a la vanguardia de la militancia obrera. Los enfrentamientos entre los trabajadores de las ambulancias y la policía en París, la semana pasada, podrían tomarse como un símbolo vívido del nuevo orden de fuerzas. Nuevamente, el discurso público no ha captado las nuevas realidades, pero con el tiempo, comenzaremos a plantearnos preguntas completamente nuevas: no qué formas de trabajo se pueden automatizar, por ejemplo, sino cuáles realmente queremos que haya, y cuales no; cuánto tiempo estamos dispuestos a mantener un sistema en el cual, cuanto más ayude de manera inmediata o beneficie a otros seres humanos el trabajo de alguien , menos probable será que se le pague por ello.

En segundo lugar, los acontecimientos de 2011, que comienzan con la Primavera Árabe y pasan por los movimientos de las plazas para ocupar, parecen haber marcado una ruptura fundamental en el sentido común político. Una forma de saber que ha tenido lugar un impulso de revolución global es que las ideas consideradas una locura muy poco tiempo antes, se han convertido repentinamente en los supuestos básicos de la vida política. La estructura de Occupy, sin líderes, horizontal y directamente democrática, por ejemplo, fue caricaturizada casi universalmente como de idiota, soñadora y poco práctica, y tan pronto como se sofocó el movimiento, se declaró la razón de su “fracaso”. Ciertamente, parecía exótico. recurriendo en gran medida no solo a la tradición anarquista, sino también al feminismo radical e incluso a ciertas formas de espiritualidad indígena. Pero ahora ha quedado claro que se ha convertido en el modo predeterminado para la organización democrática en todo el mundo, desde Bosnia a Chile, desde Hong Kong a Kurdistán. Si surge un movimiento democrático de masas, esta es la forma que se puede esperar que tome ahora. En Francia, Nuit Debout podría haber sido el primero en adoptar una política tan horizontal a una escala masiva, pero el hecho de que un movimiento originado originalmente por trabajadores rurales, de pequeños pueblos y por cuenta propia, haya adoptado espontáneamente una variación de este modelo, muestra hasta que punto nos enfrentamos a un nuevo sentido común sobre la naturaleza misma de la democracia.

Casi la única clase de personas que parecen incapaces de comprender esta nueva realidad son los intelectuales. Al igual que durante Nuit Debout, muchos de los autodenominados “líderes” del movimiento parecían incapaces o no querían aceptar la idea de que las formas horizontales de organización eran en realidad una forma de organización (simplemente no podían comprender la diferencia entre un rechazo a las estructuras dirigidas de arriba abajo (top-dawn) y el caos total). Así, los intelectuales de izquierda y derecha insisten en que los Chalecos Amarillos son “anti-ideológicos”, incapaces de entender que para los movimientos sociales horizontales, la unidad de la teoría y la práctica (que para los movimientos sociales radicales anteriores tendía a existir mucho más en teoría que en la práctica), en realidad existe en la práctica. Estos nuevos movimientos no necesitan una vanguardia intelectual para proporcionarles una ideología porque ya tienen una: el rechazo a las vanguardias intelectuales y el abrazo de la multiplicidad y la democracia horizontal en sí misma.

Hay un papel para los intelectuales en estos nuevos movimientos, sin duda, pero tendrá que implicar hablar un poco menos y escuchar mucho más.

Ninguna de estas nuevas realidades, ya sea de las relaciones del dinero y el poder, o las nuevas formas de entender la democracia, es probable que desaparezca pronto, pase lo que pase en el próximo acto del drama. El terreno ha cambiado bajo nuestros pies, y haríamos bien en pensar dónde radican realmente nuestras lealtades: en el pálido universalismo del poder financiero, o en aquellos cuyas acciones cotidianas de cuidados hacen posible la sociedad.

Traducción: Neus Casajuana

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