Atrévete a declarar la muerte del capitalismo antes de que nos arrastre a tod@s a la ruina
The Guardian 25/4/2019
Durante la mayor parte de mi vida adulta he sido muy crítico del “capitalismo de las corporaciones”, del “capitalismo consumista” y del “capitalismo clientelista”. He tardado mucho tiempo en darme cuenta que el problema no es el adjetivo, sino el sustantivo.
Mientras algunos han rechazado el capitalismo de manera alegre y rápida, lo he hecho de manera lenta y con reticencias. Una parte de la razón era que no veía una alternativa: a diferencia de algunos anti-capitalistas, nunca me ha gustado el comunismo de estado. También me ha inhibido su estatus religioso. Decir que “el capitalismo está fallando” en el siglo 21 es como decir “Dios ha muerto” en el 19: es una blasfemia secular. Requiere un grado de confianza en uno mismo que yo no tenía.
Sin embargo, en la medida que me he hecho mayor, me he dado cuenta de dos cosas. La primera, que es el sistema y no una variante del sistema el que nos aboca inexorablemente al desastre. La segunda es que no tienes que ofrecer una alternativa definitiva para decir que el capitalismo está fallando. La afirmación se aguanta sola. Pero exige otro – y diferente – esfuerzo para desarrollar un sistema nuevo.
Los fracasos del capitalismo surgen a partir de dos de los elementos que lo definen. El primero es el crecimiento perpetuo. El crecimiento económico es el efecto agregado de la búsqueda de acumular capital y extraer beneficio. El capitalismo se derrumba sin crecimiento, pero el crecimiento perpetuo en un planeta finito nos lleva inexorablemente a la ruina ecológica.
Los que defienden el capitalismo argumentan que, en la medida que el consumo emigra de bienes físicos a servicios, se puede desligar el crecimiento económico del uso de los recursos materiales. La semana pasada, un artículo en la revista New Political Economy por Jason Hickel y Giorgos Kallis analizó esta premisa. Encontraron que, mientras durante el siglo 20 se desligó relativamente el uso de recursos materiales del crecimiento económico (el primero creció a menor velocidad que este último), este proceso se ha invertido en el siglo 21: el consumo de recursos materiales ha acelerado más rápidamente que el crecimiento económico. Nunca se ha logrado la desvinculación necesaria para evitar la catástrofe ecológica (una reducción en el uso de recursos materiales), algo que parece imposible mientras continúa el crecimiento económico. El crecimiento verde es un espejismo.
Un sistema basado en el crecimiento perpetuo no puede funcionar sin periferias y externalidades. Siempre tiene que haber una zona de extracción – de donde se extraen los materiales sin pagar su valor verdadero – y una zona de desechos, donde se deshacen de los costes en forma de residuos y contaminación. En la medida que la escala de la actividad económica aumenta hasta que el capitalismo lo afecta todo, desde la atmosfera hasta lo más profundo del fondo del océano, el planeta entero se convierte en una zona de sacrificio: todos y todas venimos a habitar la periferia de la máquina de hacer beneficios.
Esto nos empuja hacia un cataclismo de tal magnitud que la mayoría de las personas es incapaz de imaginarlo. El colapso inminente de los sistemas que nos sustentan es mucho más grande que guerras, hambrunas, la peste o crisis económicas, aunque con toda probabilidad incorporará todos estos elementos. Las sociedades pueden recuperarse de estos acontecimientos apocalípticos, pero no de la perdida de tierra fértil, de una biosfera abundante y de un clima habitable.
El segundo elemento es la premisa extraña que una persona tiene derecho a la proporción de la riqueza natural del mundo que le permitan sus recursos monetarios. La captura de los bienes comunes causa tres formas de dislocaciones. Primero, la lucha por el control exclusivo de bienes no reproducibles, que implica o la violencia o la eliminación de los derechos de otros vía medidas legislativas. Segundo, la pauperización de otras personas por un sistema económico basado en el saqueo a lo largo del tiempo y el espacio. Tercero, la traducción del poder económico en poder político, en la medida en que el control sobre recursos esenciales lleva al control sobre las relaciones sociales que los envuelven.
En el New York Times de domingo, el economista premio Nobel, Joseph Stiglitz, intentó distinguir entre el capitalismo bueno, que llamó la creación de riqueza, y el malo, que denominó la apropiación de riqueza (extracción de renta). Entiendo la distinción que hace. Pero desde el punto de vista ecológico, la creación de riqueza y la apropiación de riqueza son iguales. El crecimiento económico, vinculado intrínsecamente al uso creciente de recursos materiales, implica extraer riqueza natural tanto de sistemas vivos como de generaciones venideras.
Señalar estos problemas es invitar a múltiples acusaciones, la mayoría de las cuales están basadas en esta premisa: que el capitalismo ha rescatado centenares de millones de personas de la pobreza, y ahora propones devolverles a la pobreza. Es verdad que el capitalismo, y el crecimiento económico que impulsa, ha mejorado radicalmente la prosperidad de un número inmenso de personas, aunque al mismo tiempo ha destrozado la prosperidad de muchas otras: aquellas que han visto sus tierras, trabajo y recursos apropiados para alimentar el crecimiento en otras partes del mundo. La mayoría de la riqueza de los países ricos se construyó – y sigue construyéndose – sobre la base de la esclavitud y la expropiación colonial.
Como el carbón, el capitalismo ha traído consigo muchos beneficios. Pero, como el carbón, ahora hace más daño que beneficio. De la misma manera que hemos encontrado maneras de generar energía más eficientes y menos dañinas que el carbón, ahora necesitamos encontrar maneras de generar bienestar humano que son mejores y menos dañinos que el capitalismo.
No hay vuelta atrás: la alternativa al capitalismo no es ni el feudalismo ni el comunismo de estado. El comunismo soviético tenía más en común con el capitalismo que muchos de los defensores de ambos sistemas reconocen. Ambos sistemas son (o estaban) obsesionados con el crecimiento económico. Ambos están dispuestos a cobrar un precio altísimo por este y otros objetivos. Los dos han prometido un futuro donde solo necesitaríamos trabajar pocas horas por semana, mientras en la práctica exigen trabajo duro sin fin. Los dos son deshumanizadores. Los dos son absolutistas, al insistir que el suyo, y solo el suyo, es el único verdadero Dios.
Entonces, ¿cómo sería un sistema mejor? No tengo una respuesta completa, y no creo que ninguna persona sola tampoco la tenga. Pero veo como emerge un esbozo de un nuevo marco. Una parte viene de la civilización ecológica que propone Jeremy Lent, uno de los mejores pensadores de nuestra época. Otros elementos vienen de Kate Raworth y su economía de donut y el pensamiento ecologista de Naomi Klein, Amitav Ghosh, Angaangaq Angakkorsuaq, Raj Patel and Bill McKibben. Una parte de la respuesta la encontramos en la noción de la “suficiencia privada, lujo público”. Otra parte surge de la creación de una nueva concepción de justicia basada en este principio sencillo: cada generación, en todo el mundo, tendrá el derecho a disfrutar de la riqueza natural por igual.
Creo que nuestra tarea es identificar las mejores propuestas de los muchos pensadores diferentes para darles una forma de alternativa coherente. Ningún sistema económico es sólo un sistema económico, ya que se inmiscuye en todos los aspectos de las nuestras vidas, por tanto necesitamos que mentes de diferentes disciplinas – economía, medioambiente, política, cultura, sociedad y logística – trabajen de manera colaborativa para crear una manera mejor de organizarnos que satisfaga nuestras necesidades sin destruir nuestra casa común.
Nuestra elección se reduce a esto: ¿acabamos con la vida para dejar que el capitalismo continúe, o acabamos con el capitalismo para dejar que la vida continúe?
Traducción: John Etherington