
En 2018 hubo 17,7 millones de migrantes, 2 millones de los cuales, como mínimo, son atribuibles al cambio climático.
Josep Cabayol, Siscu Baiges y Ester González (SICOM, Solidaritat i Comunicació) 10/06/2019
El 3,3% de la población mundial vive fuera de su lugar de nacimiento, 260 millones de personas según la Organización Mundial de las Migraciones. De ellas, 68,5 millones son desplazadas forzadas, según el Alto Comisionada de Naciones Unidas para los Refugiados (ANUR), que no dice cuántas lo son por causas climáticas. Es difícil precisarlo. En el informe de la ONU de marzo de 2019, se asegura que durante 2018 hubo 17,7 millones de desplazados internos, de los cuales y, como mínimo, 2 millones son atribuibles al cambio climático. Los datos de OXFAMson peores: 21,8 millones de desplazados internos de promedio entre 2008 y 2016 a causa de fenómenos meteorológicos extremos y repentinos. 4 millones en 2017. El Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos del Consejo Noruego de Refugiados sostiene que en 2017 y por causa del clima, hubo 16,1 millones de desplazados (8.6 por inundaciones y 7,5 por tormentas, en especial ciclones tropicales).

África, con el 13% de la población mundial y el 6 del PIB global, es el continente que más se calentará, cuando tan sólo emite el 3% de los gases de efecto invernadero – GEI. En Asia se están derritiendo los glaciares del Himalaya, que es donde nacen los principales ríos. Y el mar está echando a las personas que habitan en las islas de Oceanía. A estas alarmantes emergencias, se añaden ahora casos tan graves y singulares como el de Yakarta, la capital de Indonesia, donde millones de personas deberán abandonar la ciudad porque se hunde. Un hecho que también sufre Holanda, que debate su futuro. O el millón de rohingyas que se han refugiado en Bangladesh y que han tenido que deforestar cerros enteros para hacerse sus casas. Las consecuencias pronto se harán notar. El Banco Mundial, en un informede marzo de 2018, pronostica más de 140 millones de migrantes climáticos antes de mediados de siglo. 200 millones de potenciales, según la OIM. El cambio climático es ya la primera causa de migraciones.
Aquí se pueden consultar los procesos migratorios por países.

Hasta principios de 2019 era posible hacer una relación de temporalidad entre el cambio climático, los conflictos y las migraciones pero no se podía asegurar la ‘causalidad’. Ahora ya se puede establecer. Un estudio macroeconómico y global de la Universidad de Economía y Negocios de Viena, presentado en enero y del que es coautor el español Jesús Crespo, catedrático de economía, demuestra la relación causa/efecto analizando las peticiones de asilo recibidas por ACNUR , retrocediendo en el tiempo y vinculándolas a los eventos climáticos y a la aparición de conflictos. Crespo sostiene que existe una relación causal entre variabilidad climática y conflicto y, por tanto, con la migración forzada. Según el catedrático, «los resultados indican que las condiciones climáticas tuvieron un papel importante como factor explicativo de la búsqueda de asilo en el periodo 2011-2015 y particularmente fuerte entre 2010 y 2012. Esta relación causal es muy robusta en los casos de Siria, África subsahariana y Asia Occidental. Y las tendencias no son muy optimistas». No es el único estudio que avala la relación de causalidad entre la variabilidad climática, los conflictos y las migraciones. Un nuevoinformerealizado por Dennis Wesselbaum y Amelia Aburn, de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, publicado en la revista Global and Planetary Change, también lo corrobora.
Hay cinco categorías de factores que afectan a los flujos migratorios: económicos (diferencias de ingresos y oportunidades laborales), políticos (el conflicto es una de sus materializaciones), demográficos (relacionados con el tamaño y la composición de las poblaciones en regiones de origen, así como factores relacionados con la salud), sociales (incluyen prácticas culturales), y ambientales (vinculados a los servicios de los ecosistemas). El cambio climático puede influir en estos factores de la migración a través de la acción de diferentes riesgos climáticos, como el aumento del nivel del mar, el cambio en la frecuencia y la intensidad de las tormentas y ciclones tropicales, los cambios en los patrones de lluvias, los aumentos de la temperatura o la contaminación del aire. Estos cambios afectan a la disponibilidad de agua, la productividad de los cultivos y pastos y la pérdida de los servicios de los ecosistemas. También los factores económicos se ven influidos con la reducción de ingresos de las familias debido a la disminución de la productividad de los cultivos, ganaderías o pesquerías.
El cambio climático agrava problemas relacionados con la disponibilidad de recursos. La violencia surge por el acceso a estos recursos
Las presiones ambientales -temperaturas y precipitaciones extremas, inundaciones, tormentas y sequías- son, pues, uno de los factores clave que explican las migraciones. El cambio climático agrava los problemas relacionados con la disponibilidad de recursos, que son limitados, y la violencia surge por el acceso a estos recursos. El resultado potencial es que los procesos migratorios aumenten con la radicalización del calentamiento global. La intensidad de la relación entre cambio climático, conflictos y migraciones forzadas, depende de la estabilidad política, del nivel de desarrollo y de variables socioeconómicas muy específicas de cada país. Esto quiere decir que si se ponen en marcha políticas para mejorar las economías de los países en desarrollo y la capacidad de adaptación a los impactos del cambio climático, se reduciría la posibilidad de conflictos y, por tanto, de migración forzada.
«Podemos afirmar que el cambio climático impulsa el proceso migratorio pero siempre de forma condicional», dice Crespo en una entrevista a ‘Món Possible’de Ràdio 4. «No es una relación determinista. La existencia de instituciones que puedan combatir los choques provocados por el calentamiento, pueden moderar su relación con las migraciones. Dependerá de la calidad de estas instituciones». El 19 de diciembre de 2018, la ONU aprobó el ‘Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regulada’. Entre otras cuestiones, el acuerdo considera que la persona migrada es víctima y no una fuente de riesgo o amenaza y pide que prevalezca su seguridad por encima del interés de proteger la frontera, la identidad o el Estado. Aunque lo firmaron hasta 150 estados, el pacto recibió el ‘no’ de EE.UU., de Israel y de tres estados miembros de la UE -Hungría, Polonia y la República Checa-. Además, otros doce países se abstuvieron, entre ellos, cinco países de la UE: Austria, Italia, Bulgaria, Letonia y Rumanía.
Hay un millón de especies animales y vegetales que están en peligro de extinción
«¿Por qué no se acepta el derecho a migrar?», se pregunta retóricamente Jesús Marcos Gamero, investigador de la Universidad Carlos III y especialista en el impacto del cambio climático en las sociedades. «Reconocer a los migrantes climáticos sería aceptar las variables socioeconómicas que los causan, que migran porque se han empobrecido. Hay alguien con una calculadora estudiando cuál es el coste económico de reconocer a los migrantes climáticos. Cada vez serán más millones las personas afectadas. Y a este cálculo responde la política de seguridad y de cerrar fronteras de la Unión Europea«.
El capitalismo, tal como lo conocemos, se ha acabado
El cambio climático es la consecuencia de la mala gestión que la humanidad hace de la biosfera y no la causa de los problemas que la amenazan: cambios en la temperatura del aire y del agua, en las precipitaciones, suelos, acuíferos, océanos, corrientes marinas, hielo, vientos, polinizadores, capacidad de fotosíntesis, biodiversidad. De hecho, uno de los 8 millones de especies animales y vegetales existentes está amenazado de extinción. Hace poco más de 200 años se empezó a sustituir las energías renovables -sol, viento, agua, leña-, por fósiles -carbón, petróleo, gas-, de gran rendimiento energético pero que han provocado el aumento de la temperatura a causa del vertido de Gases con Efecto Invernadero (GEI) a la atmósfera. La combustión de materia orgánica, de la que los combustibles fósiles son un derivado, supone también contaminar el aire y verter tóxicos que envenenan el espacio que habitamos con las otras especies y la pérdida de vidas humanas víctimas de muertes prematuras, evitables. Todo ello ha alterado el equilibrio de la biosfera que hace posible la vida tal como la conocemos y disfrutamos. Este mal gobierno, la confrontación clima/energía, está causando el calentamiento global y la crisis ecológica y económica que ya está aquí.

Cuanta más energía y materiales se utilizan, más residuos se generan y, por tanto, aumentan los costes ambientales, porque las economías están agotando la capacidad de almacenamiento de que disponen los sistemas ambientales. Vamos rápidamente hacia una economía radicalmente diferente, debido a la explotación cada vez más insostenible de los recursos del planeta y del cambio hacia fuentes de energía menos eficientes. La nueva era se caracteriza por la ineficiencia de la producción de combustibles fósiles y los costes crecientes del cambio climático. El hambre de energía impulsa los «costes de hundimiento», sostiene Paavo Järvensivu, economista biofísico, autor principal de un documento sobre desarrollo sostenible de la ‘Unit Bios’ de Helsinki hecho para el informe de la ONU ‘Governance of Economic Transition’.
El pensamiento económico capitalista convencional -continúa Järvensivu- ya no puede resolver los desafíos presentes y futuros de la economía mundial. El cambio climático y la extinción de especies y ecosistemas se aceleran a la vez que las sociedades experimentan una creciente desigualdad,desempleo, lento crecimiento económico, aumento de los niveles de deuda y gobiernos sin herramientas prácticas para gestionar la economía. No se puede entender ni encontrar soluciones a todos los conflictos, sin tener en cuenta el calentamiento global, la degradación ambiental y sus costes y la creciente reducción de los recursos materiales y energéticos, que son determinantes. Como lo es la pretensión imposible de crecer de manera permanente, imprescindible para el capitalismo, obviando los límites planetarios.
La temperatura en todas partes sube a un ritmo de 0.20 °C por decenio
El clima se radicaliza. La concentración de CO₂ en la atmósfera vuelve a aumentar desde 2017 y ha superado las 415 ppm. El límiteconsiderado seguro es de 350. Antes de la era industrial no se superaban las 280.
En los últimos 25 años la temperatura ha aumentado a un ritmo de 0.25° C cada decenio. La temperatura actual es 1,6° C más elevada que a mediados de siglo XX
La temperatura sube a un ritmo de 0.20 °C por decenio y de media en todo el mundo desde la era preindustrial, oficialmente, la temperatura ha subido 1.1 °C. Si observamos los últimos 25 años, el incremento es de 0,25°C por década y por lo tanto se llegaría a + 1,5 °C antes de 2040. En Catalunya, la tendencia es de aumento acelerado. Sube a un ritmo de 0.25 °C cada diez años pero en los últimos 25 lo ha hecho en 0,40 °C por decenio. La temperatura es ya 1,6 °C más elevada que a mediados de siglo XX. Aunque 2018 ha sido el segundo año más lluvioso desde 1950 (49% más de precipitación que la media), la tendencia anual es de ligero descenso, -1,4 decenio.
Carme Llassat, profesora del Departamento de Física Aplicada de la Universidad de Barcelona, explica que en el Mediterráneo la situación es tan específica y grave que se ha creado un Grupo de Expertos de Medio Ambiente y Cambio Climático de la cuenca, para estudiar el aumento de temperaturas, el proceso de desertificación y la disminución de la disponibilidad de agua, factores determinantes para las migraciones: «artículos científicos apuntan que puede que aumenten las precipitaciones intensas en el Norte del Mediterráneo y disminuyan en el Sur».
El Mediterráneo, el mar donde han muerto más migrantes
El mar Mediterráneo es el más militarizado del planeta y donde mueren más personas que huyen de la violencia, el hambre, la falta de futuro…. y el cambio climático: 35.597 desde 1993 y hasta febrero de 2019. Con la prohibición de salvar personas que ha ordenado la UE es imposible saber cuántas mueren allí ahora mismo. Javier de Lucas, catedrático de filosofía del derecho y director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia, critica que se pongan «todos los obstáculos a las ONG para que no trabajen en el Mediterráneo, en la zona más conflictiva de salvamento y rescate, la que hay entre Libia y el Canal de Sicilia. Esto significa que las vidas no tienen valor más allá de las estadísticas». Òscar Camps, fundador y director de Proactiva Open Arms, considera que la explicación de esta situación tiene que ver con el petróleo «que sale de forma ilegal de Libia». «¿Qué hacen sino los petroleros que entran y salen de Trípoli, si es un país en guerra civil desde la muerte de Gadafi? La mafia italiana controla el petróleo que sale de Libia. Empresas italianas, maltesas y egipcias venden el petróleo ilegal que se extrae, un negocio de 24.000 millones de euros en 2018. Detrás está la extracción comprometida durante diez años «, dice contundente.
Los movimientos migratorios más importantes son entre países del Sur. Al Norte llega una parte mínima de la gente
Según Javier de Lucas, sobre los fenómenos migratorios tenemos muchos prejuicios y falacias. Uno de los principales es la idea de que la movilidad migratoria es Sur-Norte o Periferia-Centro y que nosotros, que somos el Norte y el Centro, vivimos «asediados» por las masas del Sur. En cambio, los movimientos migratorios más importantes son entre países del Sur. Al Norte llega una parte mínima de la gente. «Estamos obsesionados porque en 2018 han llegado 68.000 migrantes a España en patera. Pero de Sudán del Sur fueron a Uganda 1.200.000 personas en 2018. ¿Cómo se puede sustentar que la integridad territorial, la independencia y la soberanía están en peligro por los saltos de las vallas en Ceuta, Melilla o Hungría? No es verdad que los europeos estemos amenazados por oleadas migratorias», asegura Lucas.
El Tribunal Permanente de los Pueblos presentó sus conclusiones en el Parlamento Europeo el 9 de abril de 2019. Según su secretario general Gianni Tognoni, las conclusiones ponen en evidencia la ‘necropolítica’ que ha transformado Europa en un cementerio de personas y pueblos. Se pretende rechazar de cualquier manera a los migrantes, no reconociéndolos como seres humanos. Se transforma a los seres humanos en ‘víctimas no evitables’.Són’ crímenes económicos ‘, dice Tognoni.
Necropolítica o el futuro negro del mundo
Achille Mbembe, camerunés, profesor de Historia y Política e investigador en el Wits Institute for Social and Economic Research (WISER) de la Universidad Witwatersrand de Johannesburgo, fue quien definió el término ‘necropolítica’ como el poder para dar la vida o la muerte. El concepto ha alcanzado dimensiones globales. Lo explicó en el libro homónimo donde describe las políticas de ajuste y exclusión ensayadas por el capitalismo en África postcolonial y ahora puestas en práctica en todas partes. Mbembe va más allá y en el libro ‘Crítica de la razón negra‘ describe aquel momento en el que desaparece la diferencia entre el ser humano y la mercancía, sin que nadie pueda escapar de la amenaza. El análisis de Mbembe, dice Javier de Lucas, se complementa con el de Zygmunt Bauman, polaco, sociólogo, escritor, cuando habla de la industria del desecho humano’ al referirse a las políticas migratorias y de asilo, no sólo de Europa sino también de los Estados Unidos o Australia. Son ‘necropolíticas’, en tanto que son manifestaciones de esta industria del desecho humano’, integradas en un modelo económico característico de esta fase del capitalismo global, en el que los seres humanos son sustituibles, caducables, desechables.
El capitalismo extractivista exprime minerales y energía al servicio de élites privilegiadas y expulsa a grandes mayorías de gente de los márgenes de la vida
«En la reunión del Foro de Davos era casi obsceno escuchar cómo hablaban de ‘población sobrante’ refiriéndose al mercado laboral», dice Yayo Herrero, antropóloga, educadora social, ingeniera técnica agrícola y profesora de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible. Para ella, «cuando miras a quien el sistema considera una persona ciudadana, te das cuenta que sólo lo hace si es capaz de consumir, de generar crecimiento económico con su actividad, con su cuerpo y consumo. Cuando hay personas que no son capaces de consumir porque están en una situación de precariedad se las considera ciudadanas fallidas y, por tanto, prescindibles».
El alto costo de la exportación de recursos
«Si la valla que rodea la Europa rica, además de no dejar entrar migrantes, no dejara entrar energía, materiales, alimentos y/o productos manufacturados, la UE no se sostendría ni dos meses. Todos los países que se consideran desarrollados y ricos viven con muchos más recursos de otros territorios», sostiene Herrero. Conseguir estos recursos tiene un costo alto para las personas de la región. A veces, se hace con procedimientos muy violentos: Irak, Libia, Siria, Congo… Otros, con mecanismos más sutiles como son las reglas de la Organización Mundial del Comercio, los tratados que fuerzan a los países empobrecidos a vender sus recursos naturales y extraídos en sus territorios en unas condiciones tremendamente ventajosas por los países más ricos. Saskia Sassen, economista y socióloga experta en globalización y migraciones, dice que estamos viviendo el capitalismo del extractivismo, que exprime las últimas gotas de vida de minerales y energía al servicio de élites privilegiadas y expulsa a grandes mayorías de gente de los márgenes de la vida.

En 50 años se ha triplicado la explotación de recursos en el mundo, según el International Resource Panel. 92.000 millones de toneladas anuales ahora mismo. 27.000 millones de toneladas desde 1970. La multiplicación por tres no se corresponde con el aumento de la población, que se ha duplicado. «Lo digo francamente: para muchos de nosotros no habrá mañana si no acabamos con estas prácticas», dice Joyce Msuya, director interino de Medio Ambiente de la ONU.
El sistema alimentario actual, amenazado
El cambio climático y otros cambios ambientales amenazan los medios de subsistencia en todo el planeta y son la causa de los desplazamientos y la migración. La mitad de la expansión agrícola de los últimos decenios ha sido a costa de las selvas tropicales y se han perdido hasta 100 millones de hectáreas de bosques vírgenes que se han dedicado a ganado y plantaciones.
«Debería ser de interés de todos los países mantener oportunidades locales para una buena vida», dice Isabel Álvarez, experta en soberanía alimentaria, agroecóloga, responsable de incidencia política en la ‘Red Internacional de Agricultura Sostenida por la Comunidad – Urgenci’, en representación de la que participa en el ‘Comité Mundial de Seguridad Alimentaria’. «Vamos hacia la polarización, un mundo con élites que pueden vivir bien y el resto que espabilen, con una desprotección social absoluta. El actual sistema agroalimentario no sólo destruye el planeta a marchas forzadas sino que echa a la gente de sus casas y tierras. Ser campesino es una profesión que no tiene reconocimiento social. Y mientras esto sea así, tenemos un problema». El acceso a los alimentos es uno de los elementos clave que determinan los movimientos migratorios. ¿Cómo pararlo? ¿Cómo hacer frente a la crisis ambiental y climática? Para Paavo Järvensivu las tres primeras medidas son claras: calentar/enfriar casas y producir electricidad sin quemar fósiles; eliminar también la energía fósil en el transporte de personas y mercancías y, finalmente, producir alimentos de manera que se regenere el suelo en lugar de erosionarlo.
Para subvertir la emergencia climática que viene, la exportación de alimentos puede llegar a ser insostenible tal como la conocemos ahora
Para subvertir la emergencia climática que viene, la exportación de alimentos puede llegar a ser insostenible tal como la conocemos ahora. En los países en vías de desarrollo, el sistema impuesto de exportar una selección reducida de materias primas y materiales y la importación de alimentos básicos baratos no ha funcionado para las comunidades locales. Estos países deberían centrarse en proporcionar nutrición diversa a las personas, producida en el país por cuenta propia y, así, aumentar las oportunidades de vida locales y mejorar las condiciones sociomateriales generales. Simultáneamente, la mayoría de los países ricos que actualmente confían en la importación de alimentos en cantidades significativas, deberán alcanzar un alto grado de autosuficiencia alimentaria. Sería demasiado arriesgado confiar en la producción de algunos alimentos principales para importar el resto. Esto tendrá repercusiones en el comercio internacional de alimentos, que debería limitarse a casos de seguridad alimentaria.
«Hay que ir hacia un sistema alimentario basado en pequeñas producciones– sostiene la agrecòloga Isabel Álvarez – que proteja el medio rural y produzca alimentos fijando carbono. Asentar un tejido agrario muy potente que limite el crecimiento de las ciudades, que fije población y ahorre emisiones, energía y kilometraje para transportar alimentos». Actualmente, en las ciudades es donde vive más de la mitad de la población [el 75% de los europeos, 82% en Estados Unidos] aunque ocupan menos del 2% del territorio, consumen el 78% de la energía y son responsables del 70% de las emisiones de GEI como indican los datos de ONU Hàbitat. Reducir el crecimiento de las ciudades requiere que la gente quiera y se pueda quedar en el campo donde debe haber condiciones de vida atractivas, no discriminatorias. Ahora mismo son las personas migrantes, que se dedican sobre todo a tareas de cuidado y/o en el campo, mal pagadas, las que van más hacia el medio rural. En Europa, cada vez hay menos productoras. En Catalunya, es alrededor del 7% de la población activa, según confirman los datos del Atles de Nova Ruralitat.

Hoy día, el acceso a la tierra es un cuello de botella. Las grandes empresas agroalimentarias se afanan por convencer de que, para asegurar el abastecimiento de alimentos, es mejor que las tierras estén en sus manos. «A las transnacionales, a los poderes económicos y financieros, no les importa el desplazamiento de comunidades, forzar migraciones internas y externas. Lo que quieren es acaparar tierras para poder decidir quién produce alimentos -y quién come qué- y en qué condiciones. Vaciar el campo de personas es entregarlo a las grandes corporaciones y perder/renunciar a la soberanía alimentaria», apostilla Álvarez. Así lo confirman estos informes de la Fundación Mundubat sobre el acaparamiento de tierras en Europay en Espanya.
Las mujeres, las más afectadas
El cambio climático no escapa tampoco a la perspectiva de género. Ellas son las más afectadas, con niñas, niños y pueblos indígenas, por el calentamiento global. Tienen 14 veces más posibilidades de morir durante un desastre natural que los hombres. Ellas son el 80% de los desplazados climáticos, según Naciones Unidas. Pero no sólo eso. La división sexual del trabajo que establece la sociedad patriarcal hace que ellas asuman las tareas más afectadas por el cambio climático, por ejemplo, la búsqueda y transporte de agua y alimentos (cada vez más lejos). Obligaciones que se suman a las múltiples y pesadas cargas que ya tenían. Así lo explica Eva Garzón, responsable del Grupo de Trabajo sobre Migraciones y Desplazamientos Forzados de Oxfam Intermón: «Hay mujeres que se quedan en contextos de mucha vulnerabilidad cuando los hombres han migrado, con la responsabilidad del hogar y sin los derechos de los hombres de participación política o acceso a la tierra». Garzón, sin embargo, subraya que, muchas de ellas, «están aprovechando estas situaciones terribles para avanzar en sus derechos y librar pequeñas batallas de acceso a la tierra, de control de los recursos. Son ellas las que están adoptando medidas de adaptación y mitigación del cambio climático y están haciendo más resilientes sus comunidades. No es mayoritario, pero sí hay ejemplos».
Migraciones interiores también en España
El suelo es un recurso finito, no renovable. En España, la desertificación -la degradación de un territorio por causas antrópicas hasta convertirse en desierto- avanza. Hay un millón de hectáreas, el 2,03% del territorio, en riesgo muy alto. Y 8 millones en riesgo altosegún datosdel Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. En el sureste de la península Ibérica hay zonas identificadas como los primeros espacios afectados gravemente por el cambio climático, como explica el investigador Jesús Marco Gamero. Son la zona de Málaga, Granada, Almería y Murcia. Las zonas interiores agrícolas del interior de España ven como no pueden sacar adelante sus cultivos. Son personas agricultoras que no tienen trabajo, debido a la degradación del suelo, el estrés hídrico y el aumento de temperaturas. Hay gente que se ha cambiado de pueblo. Pueden ser pocos kilómetros pero ya es un primer paso.
Las principales instituciones internacionales, basadas en la privatización, las exportaciones y la industrialización, deberán ser reconfiguradas
Mover personas de sur a norte no tiene por qué ser una locura. Y aún más teniendo en cuenta la España vaciada. Esta situación no es exclusiva de nuestro país. En Estados Unidos también sufren el problema. Florida, Nueva Orleans, Arizona… son zonas muy sensibles al cambio climático y comienza a haber desplazamientos de personas, capitales, sectores productivos… Es imperceptible y quien lo hace es quien tiene más conciencia e información. «En los países desarrollados, hay gente, grupos de presión, instituciones, que quieren ser los más ricos del cementerio», concluye Gamero.
Epílogo
«Asistimos a la ‘repoblación del planeta», dice Mbembe, «un cambio de época caracterizado por el envejecimiento de las sociedades del norte y el rejuvenecimiento de África y Asia. A grandes olas migratorias y la proliferación de «apartheids ‘de los que nadie, ningún país, se escapa; un momento en que la violencia económica consiste en convertir en superflua buena parte de la población, exponiéndola a peligros mortales y, o recluirla en territorios acotados, zonas de exclusión, porque confinar, ‘securizar’ es un negocio». ‘Es la necroeconomía’. Europa levanta muros cuando lo que necesita es rejuvenecerse. Quizás porque quiere segregar, elegir qué personas son bienvenidas – las que necesita -, y cuáles condenadas – las sobrantes.
«La mejora de la vida y la reducción de las emisiones», dice Järvensivu, «debería caracterizarse por la relación entre países desarrollados y en vías de desarrollo, a través de una actividad económica basada en el aprendizaje bidireccional para construir nuevas infraestructuras y prácticas locales adecuadas en las dos partes». El economista concluye que, esta gobernanza proactiva, que debería ser dirigida por los estados, es contraria al orden establecido. «Los mercados la rechazarán. Las principales instituciones internacionales, basadas en la privatización, las exportaciones y la industrialización, deberán ser reconfiguradas«, asegura.
Estamos ante una gran transformación en que sólidas construcciones de vida, personales y colectivas, dejan de serlo. Una revolución, de hecho. También mental. Y ante un dilema crucial que nos plantea el escritor y activista político y ambiental, George Monbiot, ¿qué hacemos? ¿Poner fin a la vida para dejar que el capitalismo continúe o acabamos con el capitalismo para que sea la vida la que continúe?