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La pandemia y las bases políticas de una economía estacionaria

Como resultado de las dificultades económicas mundiales, muchos gobiernos han implantado propuestas que nos acercan a una economía de estado estacionario, como los ingresos en efectivo que se asemejan a una renta básica y una mayor flexibilidad laboral.

Por James Magnus-Johnston*

Hace más de una década, un coro de voces exigía prioridades políticas sensatas para una transición postcrecimiento; Se necesitó una pandemia para que algunas de estas prioridades, como un ingreso básico universal, se hicieran realidad casi de la noche a la mañana. No es que las reformas políticas recientes se hayan llevado a cabo con una economía de estado estacionario en mente. Más bien, los políticos han estado tratando de «estimular» una economía moribunda.

Pero imaginemos por un momento, que en lugar de «continuar avanzando» y apuntalar una economía de crecimiento en dificultades en medio de una pandemia, construyéramos intencionalmente el mundo mejor que nuestros corazones saben que es posible. ¿Cómo construiríamos las bases para una transición justa?

Como resultado de las dificultades económicas mundiales, muchos gobiernos han implantado recientemente propuestas que nos acercan a una economía de estado estacionario, incluidos los ingresos en efectivo que se asemejan a una renta básica y una mayor flexibilidad laboral. Nueva Zelanda ha demostrado al mundo cómo priorizar el bienestar sobre el PIB. Muchos otros lugares han comenzado a gravar los costos ambientales en forma de un impuesto al carbono.

Parece como si la transición a una sociedad de post-crecimiento pudiese estar arraigando lentamente, pero vale la pena considerar algunas de las razones para actuar aún más intencionadamente sobre las elecciones en el futuro.

Limitar la desigualdad para preservar la estabilidad social

Durante la pandemia mundial, se han manifestado las fracturas de la injusticia que incluyen las disparidades raciales, financieras y de género. Las manifestaciones en contra de la desigualdad son complejas y estructurales, pero fundamentalmente, cuando las personas no pueden satisfacer sus necesidades o controlar sus destinos, es más probable que las divisiones políticas se exacerben.

Recientemente he escrito sobre las razones para implantar una renta básica universal, pero la desigualdad en la riqueza sigue siendo una preocupación aún después de establecer un ingreso mínimo universal RBU. Herman Daly afirma que al permitir las disparidades de riqueza en las que los más ricos ganan 500 veces más que los más pobres, el sentido de comunidad necesario para fomentar una sociedad justa y democrática se vuelve imposible. Señalaba que «las experiencias o intereses de ricos y pobres separados por un factor de 500, tienen muy poco en común y es cada vez más probable que estas diferencias terminen en conflictos violentos».

Se dice que el crecimiento mejora la desigualdad en los ingresos porque brinda nuevas oportunidades para los miembros más pobres de la sociedad. Sin embargo, durante la última década, el crecimiento no se ha compartido de manera equitativa y ha beneficiado desproporcionadamente a los más privilegiados de la sociedad. Reducir la pobreza y garantizar la cohesión social y la estabilidad requiere una redistribución significativa de ingresos, que incluya un ingreso básico, un salario mínimo laboral y, más controvertidamente, quizá un ingreso máximo para los que más ganan.

Tratemos el último punto, que será más difícil de lograr. En los EE. UU., donde las fracturas de la injusticia han sido particularmente sangrantes, las corporaciones americanas alcanzan una disparidad en la riqueza que llega a una proporción de 1 a 500. Czech defendía en Supply Shock (2013, New Society) la implantación de topes salariales sectoriales con un máximos de quince veces el salario mínimo del sector, señalando el precedente popular de topes salariales (aunque con salarios llamativos) en los deportes profesionales. En Enough Is Enough (2013, Berrett-Koehler), Dietz y O’Neill ponían como ejemplo la cooperativa Mondragón en la que sus miembros ganan unos salarios en los cuales el salario máximo puede llegar a ser como máximo nueve veces superior al salario mínimo. Incluso comenzar con un límite de 100 sería mejor que la asimetría actual. Si el ingreso mínimo de una renta básica universal fuese de 20.000$ al año, el tope superior permitido para recompensar la ambición y la iniciativa llegaría a 2 millones de dólares al año. Los que trabajasen con un nivel mínimo de ingresos podrían simplemente vivir pero con niveles de estrés más bajos que muchos ejecutivos bien pagados. Muchos ya lo hacen, disfrutándolo y dedicando su tiempo extra al servicio público o actividades recreativas de subsistencia, como la recolección de leña, la pesca y la recolección de hongos.

Mayor flexibilidad laboral, pero con una mayor infraestructura social

Como resultado de la pandemia, quienes tienen un empleo estable se encuentran en medio de una transición de la jornada laboral. Si bien el empleo a tiempo completo para todos puede ser difícil de lograr sin crecimiento, también es cierto que el crecimiento ya proporciona demasiado empleo para algunos y no lo suficiente para otros, particularmente para aquellos a quienes se les niega la oportunidad por motivos de raza o género. Con una mayor libertad sobre sus horas de trabajo, las personas pueden adoptar jornadas más saludables, más equilibradas y con un efecto más positivo para la vida.

En muchos sectores, los horarios flexibles y el teletrabajo ejercen menos presión sobre las personas y el planeta.

Comparando entre generaciones, los baby boomers tienen empleos con ingresos altos y continúan acumulando ganancias. Algunos de ellos están abandonando la competencia feroz, incitados por los temores de la pandemia, pero son principalmente las generaciones más jóvenes las que experimentan las ventajas y los fallos de trabajar menos. Además de la falta de oportunidades, los jóvenes también se enfrentan al estancamiento de los ingresos, las malas perspectivas de empleo, la alta carga de la deuda y el temor de que el cambio climático interfiera de manera catastrófica en la economía en sus años de jubilación. Es lógico pensar que el estado de bienestar post-covid debería institucionalizar apoyos para los horarios de trabajo flexibles y de la jornada parcial, comenzando con una Renta Básica Universal incondicional y con ayudas universales para el cuidado infantil. En Canadá, existen peticiones para modificar el Código Laboral para que los empleados tengan el derecho de solicitar un acuerdo de trabajo flexible con sus empleadores, particularmente si están ejerciendo trabajos de cuidado a sus seres queridos.

La «semana laboral de 40 horas» del mundo industrializado y la jornada laboral de «nueve a cinco» son invenciones históricas relativamente recientes que muchos de nosotros vemos más como la norma que como una variable que tenemos libertad de controlar. Sin embargo, numerosos estudios han demostrado que muchos trabajadores preferirían pasar menos tiempo trabajando, mientras que pocos preferirían gastar más.

Hay ejemplos de alternativas exitosas. El programa de trabajo compartido Kurzabeit de Alemania, en el que participaron 1.4 millones de trabajadores y 63.000 empleadores en 2009, ha reducido las tasas de desempleo y ha reducido efectivamente la cantidad de horas trabajadas por persona. Hay historias de éxito similares en Francia, los Países Bajos y el estado estadounidense de Utah.

Con una mayor flexibilidad laboral, es más probable que las personas den la atención necesaria a sus seres queridos, consuman menos y adopten actividades más creativas. Todo esto mejora nuestra calidad de vida en general y elimina presión a la biosfera.

Priorizar el bienestar sobre los ingresos

Lo que perseguimos es crear una nueva normalidad en la que se priorice la salud. Nueva Zelanda ofrece una pista del camino a seguir mientras Estados Unidos se tambalea hacia una catástrofe sanitaria. Como mencioné en una publicación reciente, el marco capitalista de la posguerra equiparó la «salud» económica con el crecimiento de los ingresos, la estabilidad de los precios y el pleno empleo. La pandemia ha revelado lo problemático que es pensar en la «salud» como una metáfora capitalista (como en los Estados Unidos) en lugar de un fin objetivo deseable (como en Nueva Zelanda). Utilizar el PIB y los valores de la bolsa como medidas de salud económica general tenía sentido en la era de la posguerra, cuando el crecimiento era necesario para mejorar el bienestar humano al elevar el nivel de vida material. En gran parte del Norte Global, ahora es necesario centrarse en mejorar el bienestar sin aumentar nuestra huella material.

La Alianza de la Economía del Bienestar (WeAll) nos sugiere que la «Gran Pausa» de la pandemia nos brinda la oportunidad de centrarnos en nuestro bienestar recordándonos que:

  1. El mercado de valores no representa ni refleja nuestra realidad económica.
  2. Entraremos en una recesión, de acuerdo.
  3. Las políticas económicas pueden ayudarnos a aguantar la Gran Pausa.
  4. Podemos reconstruir de una mejor forma.

Avanzando

Las ideas de políticas que parecían difíciles o imposibles hace solo unos pocos meses se han vuelto repentinamente deseables y necesarias, especialmente en la manera en que pueden abordar indirectamente la desigualdad y la injusticia generalizadas. Daly escribió en 2013 que tales reformas parecerían agradables «solo después de un colapso significativo, [o] una dolorosa demostración empírica del fracaso de la economía de crecimiento». Bueno, nos encontramos en medio de una disrupción radical; y aquí estamos, poniendo las bases de una transición justa. Cualquiera que sea la forma en que se desarrollen los eventos en los próximos años, está claro que volver al status quo previo a la pandemia es menos realista y más difícil que aceptar el cambio que ya está en marcha.

* James Magnus-Johnston es investigador de doctorado en la Universidad McGill en Leadership for the Ecozoic program.

Traducción Neus Casajuana

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