De tres vértices solo coinciden dos
En 2020 el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales ha recaído sobre Dani Rodrik, economista turco nacido en Estambul hace 63 años y afincado en Estados Unidos, donde forma parte del claustro de la Universidad de Harvard.
Este galardón le ha sido concedido por sus “(…) conclusiones, que contribuyen a mejorar el funcionamiento del sistema económico y a hacerlo mucho más sensible a las necesidades de la sociedad”.
Sin embargo, las aportaciones de Dani Rodrik a la ciencia económica van más allá de la economía internacional y alcanza los ámbitos de la filosofía.
En 2011 Dani Rodrik publicó La paradoja de la globalización, obra en la que expone su teoría del trilema.
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¿Quiénes somos?
En ella establece que los países (entendidos en el concepto clásico de Estado nación) solo pueden elegir dos de los tres vértices que componen un triángulo imaginario compuesto por:
- Apertura económica (globalización).
- Democracia.
- Soberanía nacional.
Dependiendo del tipo de sociedad al que se aplica, las combinaciones serán unas u otras. Por ejemplo, China ha optado por la globalización y la soberanía a costa de sacrificar la democracia. Tras el Brexit, el Reino Unido se ha inclinado por la democracia y la soberanía, renunciando a la apertura comercial. En el caso de la mayoría de los países pertenecientes a la Unión Europea, la elección de democracia y globalización ha conllevado la pérdida de soberanía nacional, transferida a Bruselas (y a Fráncfort).
En cualquier caso, dicho trilema se ha convertido en una herramienta imprescindible en el ámbito de las relaciones económicas internacionales por su sencillez y su eficacia analítica.
Globalización sí, pero no tanto
Rodrik es muy consciente de los límites de la economía como ciencia. Y es que este economista turco se erige como una suerte de agitador de conciencias para la ortodoxia económica más conservadora. No duda en admitir que no sabe la respuesta cuando se le pregunta acerca de cuestiones que ignora y, además, aboga por insuflar una mayor dosis de humildad a la profesión económica.
Sus críticas a la globalización, si bien consistentes desde un punto de vista positivo, le han valido más de una reprimenda por parte de algunos colegas debido a su enfoque normativo. Sin estar en contra de la globalización, Rodrik considera que se ha ido demasiado lejos al intentar conciliarla con los intereses nacionales y, por ese motivo, se muestra partidario de devolver el poder confiscado a los entes locales, a los regionales y, por supuesto, a los estatales.
Aunque no duda en admitir los beneficios derivados del libre comercio, el hecho de que en todo proceso comercial existan ganadores y perdedores (aunque las ganancias de los primeros superen las pérdidas de los segundos) y la falta de mecanismos de compensación que equilibren la balanza entre unos y otros (como propone Joseph Stiglitz) le lleva a concluir, con el consiguiente recelo de las escuelas predominantes, que cierto grado de proteccionismo a veces puede resultar provechoso, e incluso necesario, para el país que lo aplica.
Hay que buscar un modelo para la situación (y no lo contrario)
Con todo, Dani Rodrik se siente cómodo nadando a contracorriente y, a pesar de considerarse un economista heterodoxo (se autodefine como “el más heterodoxo de los ortodoxos”), sus desavenencias con el pensamiento académico convencional son palpables en su concepción de la ciencia económica.
Para Rodrik no existe un modelo económico que supere al resto; para él, es un error (por las energías malgastadas en detrimento de una mayor armonización) que unas escuelas traten de imponer su cosmovisión científica sobre las otras. Por ello, y aun reafirmando la esencia de la economía como una ciencia social que permite modelizar, no tanto predecir, las complejas y múltiples relaciones entre variables, la dota de un componente casi artístico: la elección del modelo de análisis económico que mejor se ajuste a cada situación y a cada país en un momento determinado del tiempo.
La economía no es una ciencia exacta
Por último, cabe hacer referencia a su crítica sobre el exceso de matematización en el análisis económico. Siendo consciente de que la economía forma parte de las ciencias sociales que por su propia condición difieren de la exactitud de las ciencias exactas, Rodrik dota a su pensamiento económico de la modestia necesaria como para recalibrar su lugar en el panteón del conocimiento humano.
En el fondo, es como si considerase que la obsesión de los economistas por las matemáticas proviniera de un profundo complejo de inferioridad que los hiciera sentirse inseguros al confrontar sus investigaciones con las de las ciencias exactas, en lugar de reafirmar la particularidad de la economía como ciencia social. De ahí que afirme que “los economistas no usan las matemáticas porque sean más listos, sino porque no lo son lo bastante como para no usarlas”. Sin duda, palabras para reflexionar y tomar nota.