El economista considera poco ambicioso un impuesto de sociedades del 15% a nivel global, como propone EE UU, pero reconoce que alcanzar un acuerdo sería “cualitativamente revolucionario”
La globalización ha transformado a las multinacionales en unas trituradoras de impuestos y en los guardaespaldas de los paraísos fiscales. En las últimas décadas, el tamaño de la elusión y evasión fiscal se ha hecho cada vez más grande y se ha convertido en una pescadilla que se muerde la cola: a más desvíos de beneficios a territorios de baja tributación y triquiñuelas para rebajar la factura fiscal por parte de las empresas, más carrera a la baja de los Estados en el impuesto de sociedades y más rotos en los ingresos públicos. El economista francés Gabriel Zucman (París, 34 años), profesor asociado en la Universidad de Berkeley y uno de los mayores expertos en este campo, cree que el modelo actual “no es sostenible”. Pero no hay soluciones mágicas. “Los paraísos fiscales seguirán existiendo mientras otros países los toleren”, zanja.
Los estudios de Zucman se han convertido en la inspiración de la izquierda progresista de EE UU. Discípulo de Thomas Piketty, ahora también dirige el European Tax Observatory (EU TAX), un organismo de la Paris School of Economics que ha presentado este martes la Comisión Europea y que está enfocado a estudiar y proponer soluciones sobre la fiscalidad en la Unión Europea. “Hemos hecho muchos progresos en cuanto al mercado único, la moneda común y la armonización política en varias áreas, pero no ha habido casi ningún avance en impuestos”, analiza en una entrevista por videoconferencia.
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Si no se pone freno a la planificación fiscal agresiva de las multinacionales ―”los principales ganadores de la globalización”― y a la competencia entre países, las consecuencias serán desgarradoras. Los datos hablan por sí solos. El tipo nominal medio del impuesto de sociedades en la UE era del 50% en 1985. Hoy es menos de la mitad, un 22%, resultado de un juego de suma cero, que se ha exacerbado con la integración europea y la globalización, para competir con paraísos fiscales y otros territorios de baja tributación en los que se incluyen países europeos como Irlanda, Países Bajos, Luxemburgo o Malta.
“Si seguimos así, en tres o cuatro décadas más el impuesto de sociedades desaparecerá”, argumenta Zucman. Y esta no es la única advertencia: puede haber una rotura ―una más― dentro del mismo bloque comunitario. “El riesgo es que haya un divorcio creciente entre los ciudadanos comunitarios y el proceso de integración europeo”. El problema, apunta, es que los tratados no fijan ningún límite: “Cualquier país puede elegir los tipos que quiera en el impuesto de sociedades, incluso cero”.
Es más: esta dinámica está tan interiorizada que parece ser una ley implícita de la naturaleza. “Mientras las normas no digan nada sobre la fiscalidad, siempre habrá competición, es inútil cambiar las cosas. Pero mi perspectiva es diferente: no es una ley de la naturaleza, son decisiones políticas. Podemos elegir la competición o la coordinación y la armonización. Podemos elegir que las multinacionales se lleven sus beneficios a paraísos fiscales o cobrarles los impuestos que los paraísos fiscales deciden no cobrarles”, reflexiona.
Y esta decisión política puede que llegue este año, aunque quizás con menos valentía de la que Zucman defiende. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), encargada de poner de acuerdo a más de 130 países para reformar las normas fiscales internacionales y adaptarlas al siglo XXI, parece estar cerca de un consenso para elevar la tributación de las multinacionales tras años de trabajos y algún que otro fracaso.
La elección de Joe Biden ha dado el empujón final: EE UU, uno de los países más hostiles a un acuerdo cuando Donald Trump ocupaba la presidencia, pidió en abril un impuesto mínimo de sociedades a nivel global para las grandes corporaciones. Después de sugerir un tipo del 21% ―un planteamiento que el mismo Zucman aplaudió―, hace dos meses rebajó hasta el 15% su propuesta formal ante la OCDE. Un porcentaje que se acerca más al que barajaba la misma OCDE hace un año y al tipo legal de los países más reacios a un pacto, como Irlanda (12,5%).
―¿Cree que un 15% es suficiente?
―Borra la mitad de la recaudación adicional potencial. Es demasiado bajo, no soluciona el problema: es como decir que hay un consenso sobre un tipo cero. No funciona. Sin embargo, creo que si se alcanzara un acuerdo en la OCDE, incluso sobre un 15%, sería un paso importante: es la primera vez que los países hablan de un impuesto mínimo. Todas las discusiones hasta ahora se centraban en cómo armonizar bases imponibles, pero cualquier país era libre de elegir la tarifa que quisiera. Aunque el 15% sea muy bajo, una vez se empiece el proceso será más fácil imaginar tipos impositivos más altos. Y nada impide elevarlos a los países que quieran ser más ambiciosos. Creo que un tipo mínimo del 15% no es revolucionario cuantitativamente, pero sí cualitativamente.
Zucman esgrime datos: el primer informe del EU Tax Observatory, publicado este martes, concluye que un impuesto de sociedades mínimo del 25% permitiría elevar la recaudación un 52% en la UE, logrando ingresos adicionales de casi 170.000 millones. EE UU conseguiría 165.400 millones extra. Con un suelo del 15%, el incremento de los ingresos se quedaría en menos de la mitad: 48.300 y 40.700 millones, respectivamente.
Un nuevo impuesto
“Si no hay acuerdo o se fija un tipo mínimo muy bajo, nada impide que un país como España mañana diga: ‘Bueno, vamos a poner un impuesto mínimo más alto para las multinacionales españolas’. Y luego lo puede hacer con las extranjeras en función de sus ventas. No viola ningún tratado internacional”, defiende Zucman, quien recuerda que en muchos casos los acuerdos internacionales más ambiciosos han sido precedidos por una avanzadilla de un grupo restringido de países.
“La idea es un nuevo impuesto, sobre una nueva base que es el déficit fiscal de las multinacionales [la diferencia entre lo que tributan en cada país y lo que deberían tributar según el tipo mínimo que se fije]”, explica: “No necesitamos a Irlanda ni a las Bermudas para tener un acuerdo. No hay necesidad de un pacto global ni de un impuesto mínimo bajo para complacer a Irlanda. El objetivo de un impuesto mínimo es que sea superior al que tienen los paraísos fiscales actualmente, porque de lo contrario no vamos a cambiar nada”.
―¿Por qué la UE no ha sido capaz de evitar que haya semiparaísos fiscales entre sus socios?
―En la UE se requiere unanimidad para todas las decisiones fiscales. Y varios países miembros se benefician del actual estado de la competición fiscal.
Pone un ejemplo: “Malta es el número uno del mundo” entre los países que más ingresan por el impuesto de sociedades con respecto a su recaudación total. “¿Cómo lo hace? Por tener tipos muy bajos atrae muchos beneficios de compañías extranjeras. Le funciona, pero estos impuestos que atrae son a expensas del resto del mundo”. Es así que tanto Malta como otros países del bloque ―que ya han sido reprendidos por Bruselas sin que nada sustancial cambie― que se benefician de este modelo se resisten al cambio. “Y los tratados actuales son tales que existe un requisito de unanimidad para cambiarlos. Si necesitamos la unanimidad para cambiar la regla de la unanimidad no vamos a avanzar mucho”, comenta. “Por eso, podemos tener varios países de la UE, igual no los 27, que se acuerdan para fijar un impuesto mínimo más alto”.