Parque Ibirapuera, Sao Paulo. Foto: Maricarmen Tapia. 2024
La esperanza de progresar que ha acompañado a las generaciones de la posguerra, ha desaparecido y existen motivos que lo explican: la falta de vivienda asequible, la dificultad para emprender una vida autónoma por razones económicas o de seguridad en el empleo, la desigualdad que se hereda injustamente de padres a hijos, la apreciación de que la cobertura de servicios del estado de bienestar va a empeorar en el futuro debido al envejecimiento de la población que tensionará la capacidad de los servicios sanitarios o la disminución de la ratio entre trabajadores y jubilados que comprometerá la sostenibilidad del sistema de pensiones.
Pero son los retos medioambientales y climáticos los que van a estresar más las condiciones de vida de todos los jóvenes y de los todavía no nacidos. La sequía, la desertización del suelo, la desaparición de especies, el calor extremo y los fenómenos meteorológicos destructivos van a afectar el bienestar, la salud y la economía de toda la sociedad del futuro durante muchísimas décadas.
Las consecuencias del sistema económico ambientalmente insostenible de los últimos dos siglos van a ser, o son ya, inmensas y nos van a afectar a todos sin posibilidad de escapatoria. Pero a la vez, son tantas las incertidumbres, que nos cuesta imaginar todos los cambios que vendrán a empeorar las condiciones de vida actuales.
La necesidad de un defensor de las generaciones futuras
No existen los mecanismos legales que garanticen que las generaciones futuras puedan gozar de un planeta vivible. Tampoco existe ningún instrumento internacional vinculante que otorgue a las generaciones futuras derechos exigibles. Estos son los motivos que nos llevan a considerar que las generaciones futuras necesitan alguna institución de peso que las represente, les de voz y defienda sus derechos.
Las acciones de nuestra sociedad y las políticas que se toman ahora van a tener importantes repercusiones en la sociedad del futuro. Por eso es fundamental la visión a largo, muy largo plazo, de todos los actores económicos, sociales y políticos. Pero el cortoplacismo en la toma de decisiones es una consecuencia de nuestra tendencia común a valorar más lo cercano que lo lejano.
Los ciclos electorales tampoco ayudan a las actuaciones con resultados a largo plazo. Los gobiernos se ven empujados a presentar resultados cada cuatro años para obtener réditos electorales. Se sienten presionados a actuar para responder a las necesidades de las generaciones actuales, en detrimento de las generaciones futuras. Son estos incentivos cortoplacistas los que han llevado a la humanidad a sobrepasar ya seis de los nueve límites planetarios y a la elección de unas políticas públicas que no garantizan un desarrollo sostenible respecto a los objetivos ecológicos, sociales o económicos. Los gobiernos y los responsables políticos han de superar el presentismo y la miopía en las decisiones políticas para que sus actuaciones puedan satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de satisfacer las necesidades de las generaciones futuras.
La creación de la figura de un defensor de las generaciones futuras, que actúe en su representación y que vele por sus derechos ayudaría a que las acciones tomadas en el presente para satisfacer nuestras necesidades no perjudiquen a la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos del futuro.
La cita de Albert Einstein “Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”, nos advierte de la imposibilidad de superar los problemas ambientales y sociales generados por nuestro modelo socioeconómico si aplicamos las mismas soluciones de siempre. No vamos a encontrar solución al consumo excesivo de recursos agotables, a la emisión de gases de efecto invernadero, a la contaminación de nuestras aguas a la degradación de nuestras tierras o a la desigualdad y a la pobreza crónicas, aplicando las mismas políticas públicas que hemos aplicado hasta ahora.
Mejorar la eficiencia, aplicar las medidas de economía circular como lo hacemos actualmente o desplegar las energías renovables no nos llevarán por sí solas a un sistema económico que se ajuste a los límites planetarios. El efecto Jevons demuestra que el aumento de la eficiencia en el uso de materiales o de energía nunca ha significado a la larga la reducción de su consumo. A pesar de todas las medidas de economía circular que ya hace años que se aplican en Europa, la fracción de materiales reusados en el flujo total de materiales que alimentan nuestra economía está estancado en cifras cercanas al 11% desde hace una década. El deseo de desmaterializar la economía es solo eso, un deseo que las leyes de la termodinámica demuestran que nunca va a ocurrir.
No podemos construir el sistema sostenible del futuro con los mismos mimbres con los que hemos construido el sistema insostenible del presente
Para avanzar en esta transición indispensable no hay más solución que ensayar experiencias nuevas, que aprender de la prueba y el error, que replicar las experiencias que han dado resultados esperanzadores o bien experimentar nuevas propuestas de solución a pequeña escala para extenderlas cuando los resultados son positivos.
Existen muchas propuestas de innovación social que no han sido probadas todavía a pesar de saber que las políticas actuales no son capaces de resolver nuestros problemas. ¿Por qué todavía existen elevados porcentajes de personas en riesgo de pobreza o exclusión social en las sociedades ricas como la nuestra? ¿por qué a pesar de todas las energías renovables que vamos generando, nuestras emisiones no disminuyen al ritmo que deberían? ¿por qué no somos capaces de abandonar las energías fósiles cuando sabemos que nos perjudican? ¿por qué dejamos que nuestra tierra se degrade y se desertice cuando conocemos las soluciones para regenerarla? ¿por qué nuestros jóvenes no pueden emanciparse por falta de viviendas a precios asequibles cuando conocemos que este es un bien con el que los fondos de inversión especulan, la acaparación de pisos por parte de los fondos de inversión o de propietarios no residentes?… la respuesta a estos problemas requiere aplicar nuevas políticas distintas a las que se han aplicado hasta ahora.
Necesitamos que los responsables políticos se atrevan a emprender nuevas iniciativas y a probar si funcionan. Existe un sinnúmero de propuestas procedentes de la economía ecológica, de la economía estacionaria, del decrecimiento y del poscrecimiento, de la economía social, de la economía del bienestar, de la economía del bien común… algunas de ellas podrían ser viables y nos podrían ayudar a salir del callejón sin salida en el que nos encontramos. Pero para saberlo, se tienen que ensayar. Necesitamos espacio y valentía para innovar pero también se necesita la aprobación social.
Más participación ciudadana en la toma de decisiones para avanzar hacia una economía ajustada a los límites planetarios
Existen intereses muy poderosos que trabajan para que nada cambie, porque sus beneficios se basan en negocios que no tienen cabida en una economía sostenible. Estos intereses del statu quo actúan sobre todos los medios a su alcance para convencernos de que el crecimiento económico basado en “sus negocios” beneficia a todos, poniendo el foco en los rendimientos del presente y haciéndonos olvidar que nuestra descendencia tiene los mismos derechos a vivir dignamente que nosotros.
La transición hacia una sociedad sostenible significa tener que adaptar el consumo de recursos y la generación de contaminantes a los límites planetarios. Para ello se requiere poner en marcha un conjunto de actuaciones que difícilmente van a progresar si no son aceptadas por los ciudadanos, y aun más, si no son reclamadas por ellos. En un clima de desconfianza en los gobiernos y de polarización política cómo la que estamos inmersos, cualquier medida de cambio tomada por los gobiernos sin el apoyo social está destinada al fracaso. Tenemos ejemplos muy recientes de enfrentamientos violentos entre ciudadanos y gobiernos por políticas que no han gustado a algunos sectores.
Para avanzar, debemos primero poner sobre la mesa todas las piezas de este puzle tan complejo de intereses dispares y a veces opuestos. Necesitamos conseguir encajar estos distintos intereses y satisfacer las necesidades de los ciudadanos de hoy sin perjudicar los intereses y la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos del mañana. Para ello es imprescindible conocer las consecuencias de las actuaciones que podamos tomar. Saber a quienes benefician y a quienes perjudican. Estudiar las sinergias o contrapartidas que se puedan generar entre ellas, y conocer el grado de irreversibilidad de estas consecuencias. Y sobre todo necesitamos que todos, sin importar el nivel de estudios o de conocimientos, tengamos acceso a esa información y la oportunidad de poder participar del debate sobre la mejor forma de encajar las piezas del puzle para construir una mejor sociedad para todos, ahora y en el futuro.
El derecho a participar en las decisiones colectivas nos tiene que ayudar a sentirnos actores necesarios para el cambio y a comprometernos en estas acciones que debemos tomar para conseguir que nuestra economía pueda llegar a ser compatible con la salud de nuestro planeta.