Seis puntos que, a nuestro entender, conviene analizar críticamente.
Lo que sigue viene a cuento de lo entendido en la presentación del libro “La producción del dinero”, de Ann Pettifor. Remarcamos y hacemos hincapié en lo de “lo entendido”, y no por temas de traducción, que sabemos que fue de muy alta calidad, sino por dejar patente que, si lo que decimos es inconsecuente con lo que realmente dijo, nos declaramos responsables de no haber entendido bien el discurso de la señora Pettifor.
Seis ejes: 1) el deber (ético) y la obligación (derecho), 2) la causa y el instrumento, 3) los impuestos y la deuda, 4) el ahorro y los beneficios y 5) el crédito de plástico y el dinero de plástico. Una aproximación crítica a la presentación por parte de Ann Pettifor de su libro “La producción del dinero”.
Vale decir que no repetiremos todo lo que se dijo, ni la parte de los presentadores, ni la parte de la autora, ni insistiremos en aquello con lo que de común todos acordamos en gran manera, sólo referiremos ciertas cosas (presentes o ausentes) que nos llamaron la atención.
Primero: Neus Casajuana, en una presentación sintética, invitó a la autora a hablar sobre dos temas: la finitud de lo material y el tema del interés como impulsor de la necesidad de crecimiento.
1) Ética vs Derecho
Sobre el primero, después de reconocer lo de la finitud de lo material, planteó Pettifor lo de volver tornas, y en lugar de cambiar trabajo por combustible (importando judías desde otros países, por ser más baratas incluso pagando el queroseno), cambiar combustible (bajando su uso al no importar judías) por trabajo (incrementando la producción autóctona, a sabiendas de que tendremos un producto más caro). También indicó que potenciando educación, cultura y en general el Estado del Bienestar se podría incrementar el empleo intensivo de mano de obra.
Por lo que hace al interés, abogó por que sólo se pagara el equivalente a una tasa administrativa para suplir exclusivamente el coste del organismo financiero. Por la prohibición religiosa que tienen de cobrar intereses, sacó a colación como ejemplo del no cobro de intereses los bancos islámicos, indicando que en ellos ella era muy apreciada.
Evidentemente dijo más, reiteramos que sólo nos referiremos a lo que, por su presencia o por su ausencia, nos sorprendió.
Y nos sorprendió que se hable con tanta soltura de la finitud de lo material, cosa que hace tanto Pettifor como un elevado número de personas, sin advertir que, en tanto que concepto, es cierto, pero por lo que hace a su uso práctico o experiencial, la finitud es indeterminada, o incluso indeterminable.
Pero lo más grave fue basar la solución de la finitud en la racionalidad de la persona: para salvar el mundo, debemos directamente pagar más caras las judías, es decir, cuando en el mercado se ofrezcan judías foráneas y judías autóctonas, basaremos la salvación del mundo en que las personas racionalmente escogerán comprar las judías autóctonas, que son más caras y que además, continuarán pensando racionalmente las mismas personas, como tendrán menos renta disponible, podrán consumir menos.
Aún si hubiera planteado luchar políticamente por un cambio material de las condiciones de los países del Tercer Mundo, pues entonces en esos países sería de esperar que el consumo suba, y por ello sería de esperar que, en paralelo a un mercado interior plausiblemente más potente, sus costes, y por ende, sus precios suban, haciendo con ello posible que no nos sea rentable la importación de sus productos, y pagar quieras que no quieras las judías más caras, como decíamos, aún si hubiera planteado esta opción, que a pesar de conducir al mismo sitio (judías más caras), lo hace por un camino indirecto que de alguna manera impide que tengamos que poner a prueba la calidad ética de nuestro proceder, podríamos convenir en tener cierta probabilidad de éxito.
Aún si hubiera dicho eso, que no obliga a las personas a enfrentarse al dilema de salvar el mundo (que es algo abstracto, pues digamos lo que digamos, “el mundo” es sólo pensable, conceptual, no es experimentable) a costa de su vida inmediata (ésta no sólo pensable, sino experimentada y sentida día a día), si hubiera expuesto eso, que sigue siendo muy racional y exige al común de los mortales pensar en terceros, cuando apurado va si logra no ya pensar en segundos, sino pensar en sí mismo, la hubiéramos aplaudido, pero con su afirmación de escoger entre las dos judías la cara nos viene a la cabeza aquello de “Una mirada fuertemente racional sobre la realidad, especialmente la social, sólo devuelve una visión fuertemente racionalizada de la misma, pero no la realidad”.
Pero hay otro peligro aún más escondido: confundir deber con obligación, ética con derecho.
Si bien en el mundo antiguo (y aún hoy en las teocracias) esta confusión era aceptada como natural, pues aquél que establecía las normas éticas, normalmente el poder, deducía de ellas las obligaciones legales sin más mediación que su interpretación de las leyes divinas, en el mundo moderno, y por lo menos desde Kant, aceptamos distinguir entre el deber moral y la obligación legal. La moral, o ética, es un deber que nos impone nuestra capacidad racional: sabemos qué debemos hacer, cómo debemos actuar: siguiendo la máxima moral (ya sea la utilitarista -hipotética- o la deontológica -categórica-), pero en nuestra libertad, y bajo el único escrutinio de nuestro juicio, actuamos con conformidad o no a ese deber racional y conocido. Luego está la parte sensible, animal, emotiva que nos lleva a temer las consecuencias de nuestros actos: no a juzgarlas, a temerlas; y dado que no siempre actuamos por deber, es necesario que exista el Derecho para actuar por obligación. Pero en tanto que nos movemos en un entorno progresista (en la mejor de las acepciones de la palabra), que tenemos claro las consecuencias de nuestros actos -pero no en nosotros, sino en el resto del mundo-, que nos encontramos cómodos en el racional actuar por deber, tenemos propensión a confundir deber (Ética) con obligación (Derecho), y ese camino al que propendemos es peligroso, pues lleva a imponer -involuntariamente, pero imponer- totalitarismos en menor o mayor grado, imposiciones que, por pequeñas que sean, no dejan de ser desviaciones totalitaristas contra las que tenemos que estar siempre alerta. Sólo cuando la sociedad asume con suficiente normalización un deber ético, este puede y debe convertirse en una obligación legal. El problema, como siempre, es ser cuidadoso y no embridar a la sociedad antes de tiempo, aunque ello signifique que, como sabemos que pasa, la sociedad siempre irá tanteando más allá del Derecho: a veces se equivoca, a veces acierta, y sólo un suficiente tiempo permite la necesaria experiencia para que el pasar del deber (de comprar judías más caras) a la obligación (de comprar judías mas caras), el pasar de la Ética al Derecho, no sea una reacción totalitaria de unos seres racionales desapegados del resto de mortales.
Sí estamos de acuerdo, y sin ningún “pero”: ya se ha planteado en más de una ocasión, con lo de que aumentar el Estado del Bienestar, donde además de dependencia, trabajo de cura y reproducción, incluimos también la cultura y la educación no obligatoria, por su uso intensivo de mano de obra: de alguna manera es hablar en un sentido positivo de la desmaterialización del PIB.
Lo del interés: una de cal y otra de arena (aunque a decir verdad, no sabemos si lo bueno es la cal o la arena…). A pesar de ciertas reticencias, fructíferas conversaciones con un amigo y socio de revo nos llevaron hace tiempo a renunciar a entender como necesaria la tasa de interés en tanto que tasa de interés (precio del dinero), a cambio le convencimos de que sí es necesario tener en cuenta, en la línea indicada por Pettifor, los costes (salarios -incluyendo o no beneficios-, inversión en y amortización/reposición de muebles e inmuebles, morosidad…) y que de alguna manera, ya fuera de forma actuaria, ya de forma mutualista, estos costes se debían calcular y repercutir en proporción a la deuda y como incremento en la cantidad a ser devuelta. Y de ello, de pagar los costes, no se sigue una necesidad intrínseca de crecimiento, sino que el perceptor del crédito debe generar con su actividad (gracias al crédito, si es a la inversión, o de otra manera, si es al consumo) un cierto excedente, parte del cual servirá para sufragar tanto el principal como esos costes. Si no, si los costes no los paga el deudor, alguien (la sociedad en su conjunto, a través de impuestos, por ejemplo) deberá sufragarlos, y obviamente lo hará en detrimento de parte del excedente que dicha sociedad haya creado y reservado para su uso social. Tanto da lo uno o lo otro: el coste habrá que pagarlo, y de su pago no se sigue un ineludible crecimiento sino la necesidad de existencia de excedente.
Así pues la diferencia entre interés como precio del dinero más coste de gestión o sólo como coste de gestión es cualitativa, de categoría, pero la diferencia del importe resultante sólo es cuantitativa, de grado: da igual que sea un caso u otro, el mayor importe sobre el principal a devolver no viene -puede, pero no tiene por qué venir- del crecimiento sino de la existencia de excedente. Dos conceptos, excedente y crecimiento, que, como bien está obligado a saber cualquiera que quiera hablar de economía, ni son lo mismo ni se fundamentan en lo mismo: puede haber excedente sin crecimiento, pero no crecimiento sin excedente; puede haber crédito sin crecimiento, pero no puede haber crédito sin excedente (o lo que es lo mismo, sin ahorro derivado de la apropiación del excedente).
Lo que nos pareció asombroso es que reivindicara una banca halal. Otra vez le pudo el racionalismo a Pettifor. O la ingenuidad. Los bancos islámicos que cumplen con la sharia y son declarados halal sí cobran intereses al consumo, y de una forma tan sencilla como ésta: yo, banco, compro el bien, te lo rento en leasing, y al final te lo vendo por un restante pactado ¿dónde están los intereses? Tiempo de solución: 1 segundo para los que tienen la mosca detrás de la oreja, indefinido para los restantes.
Más información, aquí:
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Pero a los efectos de su discurso sobre la creación de dinero no nos debe importar, obviamente, que Pettifor sea muy apreciada por los bancos islámicos: uno no elige a sus admiradores. Aunque nos deberíamos tentarnos la ropa si, por un decir, unos poderes fácticos cualesquiera se declararan nuestros admiradores.
2) Causa vs herramienta
Siguiendo con el discurso, Pettifor responsabilizó (aquí por primera vez, pero lo hizo más de una vez) al crédito como causa del consumo. La cosa tiene, prima facie, su lógica: si no hubiera crédito al consumo, éste bajaría en picado. Aquí es posible que, a nuestro juicio, se le haya colado una falacia lógica, la de la afirmación del consecuente. Veamos.
Forma proposicional: “si p, entonces q”: si hay crédito (p), entonces hay consumo (q), cierto, pero banal por obvio. Lo que no es cierto es que de esto se deduzca que: hay consumo (q), luego hay crédito (p); hacerlo es caer en la falacia de la afirmación del consecuente[1]. No es cierto: puede (sin obligación lógica) haber consumo porque hay salario -suficiente- que lo permite. La causa del consumo es que hay producción con excedente, la causa del crédito es que no hay suficiente salario para comprar ese excedente.
Así pues son otras las implicaciones existentes:
1) Si no hay excedente, no hay consumo.
2) Si no hay salario suficiente, no hay consumo
Si no hay otros factores ocultos que lo falseen, de “si p, entonces q” se deriva lógicamente: “si no q, entonces no p”.
Así tendríamos (asumiendo doble negación como afirmación):
1) si hay consumo, entonces hay excedente, lo que por experiencia sabemos que es necesariamente cierto.
2) Si hay consumo, entonces hay salario suficiente, lo que también sabemos empíricamente que no es necesariamente cierto.
Si la negación lógica de la 2) no es cierta, la 2) tampoco lo es, ¿por qué? porque la falta de salario se cubre con crédito, pero ¿es, entonces, el crédito la causa del consumo? Si y no.
Lo es como causa formal, cuando la otra causa formal, el salario, deja de actuar como tal. No lo es como causa final, ya que la causa final del consumo, el acto de la capacidad de consumir es, precisamente, consumir el producto excedente.
El problema es que el lenguaje es polisémico y nada unívoco: la causa que importa no es la formal (la forma con respecto al dinero: salario o crédito), ni tampoco la causa material (objeto del consumo) o la causa efectiva (dinero con que se compra el objeto de consumo), sino la causa final. De la plurisignificación de la palabra causa, de los muchos sentidos que tienen en el lenguaje vulgar, viene ese error de confundir la causa en estrictu sensu (hay consumo porque hay excedente que debe ser consumido: causa final) con las herramientas (eficientes y formales) para su realización (dinero en forma de salario o crédito). Error, pues, en el que el lenguaje coloquial nos hace caer, pero error que el lenguaje de un discurso o ensayo debe evitar so pena de embrollar, en lugar de aclarar, el asunto a tratar.
En resumen, y a nuestro entender, la causa final del consumo es la existencia de excedente, la material el propio producto, la eficiente es el dinero y la formal el salario, o en su defecto, el crédito.
Volviendo a la presentación, el dinero no lo creamos nosotros al pedir el crédito, lo crea el banco al movilizar el ahorro en él depositado. Y no lo crea de la nada (como si fuera un mero, milagroso y mágico apunte doble: en su activo y en nuestro pasivo, como dijo el otro co-presentador, Marcel Coderch -al que hay que agradecer que debido a su larguísimo discurso, casi miting, para más inri alejado del tema, que no era otro que el libro, y sin concretar pregunta alguna, nos dejó sin tiempo para dialogar con la autora-, sin que medie ni necesite otra cosa que la irrestricta voluntad del banco y del usuario), sino que ineludiblemente lo crea de los exclusivos depósitos que tiene en cada momento: no puede prestar más dinero del que tiene en forma de depósitos (incluyendo los depósitos que logra cuando va a solicitar caja a la ventanilla de su banco central de referencia o a otros bancos).
Resumiendo, y por lo tanto con una cierta reducción de la operativa: creamos un Banco con 1000 en depósito, operando con un 1% de coeficiente prestamos 990 (99% de 1000), los clientes NO depositan inmediatamente este dinero en sus cuentas de nuestro banco, sino que compran, invierten en maquinaria, consumen… y al cabo de cierto tiempo unos u otros clientes retornan el ahorro (por ejemplo 500) en forma de depósito o devuelven el crédito (que también es una forma de ahorro, por ejemplo 100), y pasamos a tener en depósito 1500. Ahora podemos prestar 595 (99% de 1500 – menos 890 pendientes), que vuelven a circular en forma de inversión, compra o consumo… y y al cabo de cierto tiempo unos u otros clientes retornan el ahorro (por ejemplo 300) en forma de depósito o devuelven el crédito (que también es una forma de ahorro, por ejemplo 250), y pasamos a tener en depósito 1800 y pendiente de cobrar 1235. Ahora podremos prestar 547 (99% de 1800 menos 1235). Si ahora ningún cliente nos ingresa nuevos ahorros (y ni decimos si ademas se los llevan) ni ningún deudor paga parte de sus deudas (es decir, si no hay ningún tipo de ahorro), no podremos prestar más dinero: obviamente sólo podemos hacer esos nada “milagrosos y mágicos” apuntes si de una manera u otra (nuevos depósitos, pago de deuda) algún ahorro derivado de la existencia del excedente es depositado en nuestro banco. Este no es el fin de la historia, el fin de la historia de la creación del dinero la expondremos más tarde, con ocasión del llamado por Pettifor “crédito de plástico” (o crédito asociado a las tarjetas de crédito).
3) Impuestos y deuda.
Del speach/miting de Marcel Coderch nos sorprendió, si es que lo entendimos bien, su apuesta samuelsoniana por la deuda pública, y fue sorpresivo no sólo por lo que el propio Samuelson dice al respecto[2], sino porque desde una visión progresista se insista en la deuda en detrimento (por omisión) de los impuestos, especialmente cuando la deuda no sea utilizada para estructuras que de alguna manera luego puedan producir excedente con el que pagar la deuda, sino que vaya a cubrir costes derivados del (mini)estado del bienestar: cualquier analista de balances (incluso si sólo ha hecho la oficialía de banca) nos diría que si reiteradamente financiamos una partida con un plazo de la obligación de pago menor que el plazo del retorno que esperamos del activo financiado (y el retorno de un gasto, que no sea inversión, es infinito por inexistente), vamos de cabeza a la bancarrota… Entendemos, o al menos eso pensamos, que debemos considerar críticamente el apoyar a la deuda como una alternativa válida a la austeridad, como si aceptaba el copresentador al solicitar incurrir en un mayor déficit, o si en su lugar, y sin negar los problemas a que nos tenemos que enfrentar aquí y ahora, la alternativa real a la austeridad es incrementar y hacer más progresivos los impuestos reales (más que los nominales) a todas las rentas.
Ante la falta de preguntas, Pettifor se explayó en la consideración de un modelo de recuperación basado en la inyección de capital público en forma de créditos e inversiones para fomentar la economía, con ello se incrementaría el negocio, los impuestos, etc. La autora consideraba, si no lo entendimos mal, que la causa de la crisis había sido la súbita bajada de créditos, por lo que, abundando en esa visión, lo lógico era plantear, como de hecho hizo, que la solución debía basarse principalmente en el incremento de créditos a la industria, quejándose (afirmamos que con razón) de que se ayudara a las entidades financieras, con algo así como créditos a fondo perdido, en lugar de dedicar esas ingentes sumas a salvar a la sociedad.
Cabe inducir, aunque no tengamos pruebas fehacientes, que en ese pensamiento hay rastros de la política de grandes inversiones públicas acometidas tras la segunda guerra mundial, y si ese fuera el caso, debemos decir que no estamos ante la misma génesis de crisis (entonces: un tejido industrial y financiero privado destrozado por la guerra sin capacidad de generar créditos, hoy: un potente tejido financiero creado a base de beneficios y apalancamientos que ha destrozado el tejido industrial). El motivo de la actual crisis no ha sido la restricción del crédito. Al contrario, la restricción del crédito ha sido un efecto de la crisis, y recomponer el crédito, por otra parte necesario, es como tratar sólo los síntomas de la enfermedad y olvidarse de sus causas fundamentales.
A pesar de todo, y aunque aceptáramos que pudiera funcionar el endeudamiento público como motor, es bastante osado plantear que con los impuestos derivados de ese supuesto crecimiento del mercado laboral, y del consumo propiciado, se podrá obtener cantidades suficientes como para devolver el principal más los intereses sin promover de alguna manera políticas de austeridad, máxime cuando nos enfrentamos a un futuro donde la necesidad de trabajo decaerá con motivo de la informática, la automatización de servicios, especialmente los de mediación de cualquier tipo o sector, y la robotización de la industria.
4) Ahorro vs beneficios
Volvamos a lo que planteó Marcel Coderc, y que de alguna manera secundaba Pettifor: que el Gobierno conceda o promueva más créditos, asuma más deuda, para con ello incrementar el nivel de empleo (otro caballo de batalla de Pettifor) y de forma directa e indirecta, incrementar los impuestos con los que cerrar un círculo virtuoso.
¿Financiarización? Parece ser que nadie se pregunta quién le va a prestar al Gobierno de la Nación ese dinero para conceder o promover o gastar o invertir, ni qué impacto ello tendrá en la promoción de ese problema, el de la financiarización de la economía, el mismo que de alguna manera está detrás (aunque no sea la causa última) de la crisis del 2008.
¿Es una opción incrementar la financiarización de la economía a cambio de un posible mayor negocio y menor desempleo? ¿Es viable plantearse la estrategia de impuestos (menos) por deuda (más)? ¿No estaremos obviando, autora y copresentador incluidos, que el motivo de la crisis no fue una caída de la producción sino una debacle del consumo por el cambio de salarios por beneficios, cambio que así mismo fue motor del potente músculo del capital financiero, causa de la financiarización, alimentado ésta por beneficios no consumidos?
Siendo que Pettifor es presentada como una keynesiana, y aunque su propuesta de “¡más crédito, esto es la guerra!” es muy de Keynes[3], echamos a faltar que no reconociera aquello otro que también planteó el propio Keynes: si todo el mundo (hogares, por el miedo a un futuro incierto y precario; empresas, por la no inversión ni gasto de los beneficios, dedicados a productos financieros; y gobiernos, por sus políticas de ajustes y austeridad) comenzaran a intentar aumentar su ahorro al mismo tiempo, no habría manera de evitar que la actividad de la economía se redujera hasta que la gente se volviera demasiado pobre para ahorrar[4].
La tormenta perfecta se ha dado, pero no en cualquier orden, sino precisamente en este orden: primero, el Capital, musculándose con los beneficios no dedicados ni a inversión ni a consumo, financiariza la economía, seguidamente la crisis desatada por la financiarización golpea a los hogares creando incerteza y precarización en el trabajo y, finalmente, los gobiernos (nada keynesianos) responden con ajustes y austeridad. No es crédito lo que falta, ni ahorro (en forma de beneficios no distribuidos) para financiar ese crédito, lo que falta es un mejor reparto del excedente ¿Alternativa al colapso derivado de no invertir/gastar los beneficios? Para Keynes, la eutanasia del rentista[5], es decir, la oxidación del dinero, la fiscalidad progresiva, resumiendo: una apropiación menos desigual del excedente.
Los beneficios no invertidos, su impacto en la desigualdad y su posible relación con la necesidad/creación de deuda fueron un tema ausente en el discurso de Pettifor: emulando a Keynes podemos decir que cuando un parte creciente del ingreso no se gasta, o bien crece la parte dedicada a la inversión o bien a la… especulación.
5) Dinero de plástico
Casi en tiempo de descuento, y a raíz de volver a poner sobre la mesa por parte de Pettifor que somos nosotros, los usuarios, los que creamos el dinero, por ejemplo al utilizar las tarjetas de crédito, ya que sin tener dinero disponible (o a pesar de tenerlo), al pagar con la tarjeta a crédito aparece (¿mágicamente?, ya hemos visto que no, que aparece porque hay un ahorro previamente depositado que lo soporta, así que no podemos decir “aparece”), o mejor dicho, se nos vende algo a crédito, operación avalada por el banco que, a su recepción, efectuará el correspondiente apunte contable, nos vino a la cabeza un descubrimiento (por llamarlo así) que aconteció intentando modelizar el impacto de los beneficios no gastados ni invertidos en la creación de dinero bancario: ninguna relación nos apareció entre beneficios no realizados y creación de dinero bancario, lo que si que se hizo evidente es que en una sociedad donde todo, absolutamente todo se pagara con dinero de plástico, es decir, donde todo proceso de compraventa se realizara sin necesidad (o con la prohibición) de usar dinero metálico, el ejemplo que hemos puesto al final del punto 2) se vería seriamente modificado.
En un sistema económico cerrado donde toda transacción fuera electrónica, y dado que el dinero nunca saldría de las entidades financieras, el multiplicador de creación de crédito se aplicaría con toda su potencialidad y a la totalidad, es decir, y volviendo al ejemplo: depósito inicial 1000, coeficiente de caja 1%, préstamos por 990 (99% de 1000) que, por mucho que se utilicen para transacciones, pues todas son electrónicas, inmediatamente vuelven a estar como depósito, con el nuevo depósito podremos generar nuevos préstamos por 980, ídem, nuevos préstamos por 970, ídem, nuevos préstamos 960, y así hasta alcanzar aproximadamente la cantidad de 100.000 o más de dinero creado…
Son los depósitos los que permiten al banco crear dinero, con independencia de su fuente, y si el pago con tarjeta crea dinero bancario, lo crea o bien porque es un crédito o bien porque es a débito y no “saca” dinero del sistema bancario, tan sólo lo mueve de uno a otro depósito.
Rafa Granero.
[1] En lógica proposicional se sabe que si es verdad que “si p entonces q”, y por muy contraintuitivo que parezca, se deduce “si no q entonces no p”, pero por mucho que la intuición nos diga que sí, no se deduce “si q entonces p”. Verbigracia: si es verdad que 1) “cuando hace sol entonces hace calor”: 2) “no hace calor, luego no hace sol” es necesariamente verdadera al dar por verdadera la afirmación 1); y 3) o bien “hace calor luego hace sol” o bien “hace calor, no hace sol, porque tengo la estufa encendida”, por lo que la afirmación 3) puede no ser cierta a pesar de que sí lo siga siendo la 1) y la 2). Sostener que de “si p entonces q” se deduce “si q entonces p” es caer, o utilizar, la falacia de la afirmación del consecuente.
[2] “TEORÍA ECONÓMIC A DE LA DEUDA Y LOS DÉFICITS
En la actualidad, ningún aspecto macroeconómico despierta más controversia que el efecto de los grandes déficits públicos en la economía. Algunos sostienen que los grandes déficits representan una carga muy pesada para las generaciones futuras. Algunos consideran que existen muy pocas pruebas de influencia de los déficits sobre las tasas de interés o la inversión. Y un tercer grupo afirma que éstos son favorables para la economía, particularmente durante épocas de recesión.
¿Cómo podemos discernir entre estos puntos de vista en conflicto? En un extremo, debemos evitar la práctica acostumbrada de suponer que una deuda pública es mala porque se castiga a los acreedores privados. Por otro lado, debemos reconocer los problemas genuinos que se relacionan con los grandes déficits públicos y las ventajas que se derivan de una menor deuda pública […] Deuda y crecimiento. Si se consideran todos los efectos de la deuda pública en la economía, es probable que cuando ésta es muy grande reduzca el crecimiento económico en el largo plazo. Digamos que, con el tiempo, una economía debería operar sin deuda alguna.” Paul A. Samuelson, William D. Nordhaus, Economía, McGraw Hill, enero 2006, páginas 685 y ss., la negrita es nuestra.
[3] “Por medio de la acción internacional (con la que el crédito bancario es barato y abundante) no podemos hacer beber a los caballos. Ése es su problema. Pero podemos proporcionarles agua. Reanimar el mundo seco a través de la liberación de un millón de arroyuelos de capacidad de gasto es la tarea primaria de la Conferencia Mundial” (1932), John M. Keynes, Los medios para la prosperidad, en Ensayos de persuasión, Editorial Síntesis, Madrid, p. 357.
[4] Como Dirk Loehr expone, refiriéndose al propio Keynes y su Teoría General, “…el crecimiento cero requiere como condición necesaria una inversión neta de cero. Sin embargo, como consecuencia (ex ante) «S» [beneficio/ahorro] excederá «I» [inversión/gasto] por lo que la circulación económica se interrumpirá. Las consecuencias de tal interrupción podrán ser graves. Al igual que la interrupción de la circulación de la sangre, la interrupción de la circulación económica puede conducir a un colapso del organismo (económico).” http://icvdecreixement.blogspot.com.es/2013/09/la-eutanasia-del-rentista-un-camino.html
[5] “Aunque este estado de cosas (un rendimiento suficiente para cubrir el coste de reposición del capital) sería completamente compatible con un cierto grado de individualismo, significaría, no obstante la eutanasia del rentista y, por consiguiente, la eutanasia del poder de opresión acumulativo de los capitalistas para explotar el valor de la escasez del capital”, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Keynes, John Maynard, Fondo de Cultura Economica, México, 1970, página 331.