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El ‘capitalismo verde’ y sus paradojas

Clima y pandemia: la suma de emergencias (2)

¿Es posible el neocapitalismo que propone la Unión Europea? ¿O es un disfraz, un camuflaje de las verdaderas intenciones que esconde, aprovechando el auge del Green New Deal? Apuntamos unas posibles respuestas

Ante un diagnóstico cada vez menos rebatible, ante la posibilidad de que acabe siendo público y notorio que las energías fósiles te daban futuro pero ahora te lo quitan, los poderes económicos, políticos, sociales europeos, y los que acompañan a Joe Biden, decidieron, para recuperar la iniciativa y dar respuesta a las inquietudes de la ciudadanía, formular una propuesta de ensueño, el European Green New Deal.

Una nueva forma de capitalismo no ‘perjudicial’, que se vende como ecológico, y en el que se da por hecho que se podrá conseguir la neutralidad de emisiones sustituyendo progresivamente las energías fósiles por renovables (bajas en carbono). Nos preguntamos, sin embargo, ¿es posible este tipo de neocapitalismo que propone la UE, o es un disfraz, un camuflaje de las verdaderas intenciones que esconde, aprovechando el auge del Green New Deal?

Qué dicen los datos

En general, asociamos las energías renovables con la obtención de energía ambientalmente sostenible. Pero, ¿lo son?

Europa utiliza el 20% de las materias primas que produce el mundo, de las cuales, solo el 3% las obtiene en su propio territorio. En otras palabras, ahora mismo tiene, por lo menos, un déficit del 17% de recursos que, en consecuencia, debe importar. Entonces, si quiere fabricar placas solares, aerogeneradores, acumuladores de energía, coches eléctricos y otras ‘necesidades’ para hacer realidad el ‘sueño verde’, dada la insuficiencia manifiesta de recursos, necesitará más materiales, minerales y energía, que también deberá buscar fuera.

Situémonos a nivel global y empleemos datos tan ‘oficiales’ como son los del Banco Mundial (BM). El 11 de mayo de 2020, el BM publicaba el informe «Minerales for Climate Action: The Mineral Intensity of the Clean Energy Transition». Se describe qué se necesita para conseguir la transición energética, y detalla cuánto se debería aumentar la producción. Hacen falta, se afirma, 3.000 millones de toneladas de minerales y metales estratégicos: cobre, níquel, cobalto, litio, cromo, molibdeno, grafito, aluminio, indio, hierro, plomo, manganeso, neodimio, plata, titanio, vanadio, zinc, para desplegar la transición: eólica, solar, geotérmica.

La producción de grafito, cobalto y litio – esenciales para el almacenamiento – debería aumentar un 500% hasta 2050 para hacer frente a la demanda de materiales para las tecnologías energéticas ‘limpias’ que eviten el aumento de 2ºC de la temperatura media de la biosfera. Preguntémonos en este punto, qué cantidad sería necesaria si nos propusiéramos en el mismo tiempo, antes de 2050, evitar el aumento de un 1’5°C. Serían mucho más materiales y minerales, y energía, porque habría que construir muchas más herramientas renovables para sustituir más deprisa las fósiles.

Y no sería suficiente, porque hay otros inconvenientes que contradicen los argumentos que sustentan el capitalismo verde. Primero, que para manipular metales y minerales para fabricar placas solares, aerogeneradores, acumuladores de energía renovables, etc., habrá que emplear en una primera fase, que será larga, energías fósiles (¿de dónde sacaremos la energía si no?), que deteriorarán los ecosistemas y agravarán el calentamiento y la contaminación. Segundo, que su tasa de retorno energético (TRE – EROI) es más baja, es decir, que para obtener una cantidad determinada de energía, hay que invertir muchas más unidades de energía renovable en el proceso de producción que si empleamos fósiles: el rendimiento con fósiles es mucho más alto que en renovables. Tercero, que las renovables dependen de las condiciones meteorológicas. Si no se quiere perder parte de la producción y emplear los excedentes cuando no haya sol o viento, será necesario almacenar la energía utilizando – hidrógeno, pilas de combustible… – que también se deberán fabricar y necesitarán la extracción y manipulación de metales y minerales. Y cuarto, que es imposible electrificar toda la economía, porque no todas las actividades se pueden conectar físicamente a las centrales productoras, como es obvio. ¿Cuál es el porcentaje máximo que puede aportar la electricidad al mix energético global? ¿Qué cantidad de la energía consumida en estos momentos se puede producir con renovables? Argumenta Antonio Turiel, investigador en el Instituto de Ciencias del Mar, doctor en física teórica y autor del prestigioso blog ‘The Oil Crash’: «Las renovables tienen límites. Cuando uno analiza con cuidado cuál es el potencial máximo que nos puede dar la hidroeléctrica, la eólica o la solar, se encuentra que solo se puede producir alrededor del 30% del total de la energía que hoy se está consumiendo en el mundo. En el caso de los biocombustibles de primera generación, aunque usáramos todos los campos del planeta para producir cereales destinados a su producción, solo lograríamos generar 15 millones de barriles diarios. Es una cifra pobre, si tenemos en cuenta que ahora mismo estamos consumiendo una media de 95 millones diarios». 

Ergo, nos guste o no, la transición a las renovables implica decrecimiento energético y, en consecuencia, el fin del crecimiento que es imprescindible para la perdurabilidad del capitalismo.

El problema es global y los derechos también

Con estos datos a la vista, es evidente que la UE, para hacer frente a la transición a las energías bajas en carbono, tendrá que ir a buscar fuera de las fronteras comunitarias aún muchos más ‘recursos’ que hasta ahora, aunque se proponga reactivar viejas minas abandonadas (también en España se reabren buscando minerales/metales estratégicos y energía). Salta a la vista, pues, que la UE se verá obligada a aumentar el diferencial de dependencia más allá del 17%. Así pues, para evaluar si de verdad son verdes las políticas propuestas por la UE, habrá que saber, primero, a qué nivel llegará el déficit de minerales y metales (y energía) y si será soportable; y segundo, ¿con qué huella ecológica, con qué condiciones se quieren obtener los recursos, con qué consecuencias sociales? ¿Respetando las comunidades con igualdad/equidad, favoreciendo la gobernanza de los pueblos enfocada a la justícia climática, sin discriminaciones ni racismo, o como se ha hecho hasta ahora, a base de extractivismo, especulación, empobrecimiento, discriminación, racismo, guerras y necropolíticas genocidas?

Para ser verde, ni calentar ni contaminar, no basta con buscar la neutralidad de emisiones en Europa, sino que es necesario que la energía y materiales que se importan no lleven a la espalda una mochila de emisiones y contaminación (externalización de la producción contabilizando las consecuencias del consumo en países terceros), camuflando la huella. Sin olvidar, además, que estos minerales/metales imprescindibles para las tecnologías bajas en carbono, además de estar sometidos a la especulación de las transnacionales (reducción de la oferta/volatilidad de precios) y a las consiguientes repercusiones geopolíticas, conllevan importantes daños ambientales y graves secuelas sociales en su extracción (minería intensiva).

Renovables discriminatorias

El 23 de noviembre de 2020, Environmental Research publicaba un estudio de la Universidad McGill de Canadá y del ICTA-UAB, encabezado por Leah Temper, y en el que participa Joan Martínez Alier, uno de los investigadores catalanes de más prestigio mundial. El estudio mapea 649 casos de movimientos sociales de resistencia asociados a proyectos tanto de combustibles fósiles como de energía verde. Movimientos que configuran los futuros climáticos: un mapeo sistemático de las protestas contra proyectos de combustibles fósiles (FF) y energía baja en carbono (LCE).

El artículo científico llega a estas conclusiones: «La evidencia pone de manifiesto que los proyectos de bajo consumo de carbono, energías renovables y mitigación son casi tan conflictivos como los proyectos FF (el 30% de los conflictos FF y el 26% de los proyectos LCE son de alta intensidad) y que ambos tipos de proyectos afectan especialmente grupos vulnerables, como las comunidades rurales y pueblos indígenas (los pueblos indígenas participan en el 58% de los casos analizados).

Entre los proyectos de energía baja en carbono (LCE), se encontró que la energía hidráulica era especialmente perjudicial para el medio ambiente y para la sociedad, conduciendo al desplazamiento masivo y a la transformación a gran escala de los ecosistemas. Los incidentes de represión o violencia contra manifestantes y defensores de la tierra se produjeron en un tercio de los casos, con respuestas violentas más frecuentes en conflictos hidroeléctricos, biomasa, oleoductos y extracción de carbón. El 10% de todos los casos implicaron el asesinato de activistas. Los proyectos de energía renovable eólica, solar y geotérmica fueron los menos conflictivos y comportaron niveles de represión más bajos que otros proyectos».

«Encontramos – explica el informe – que los movimientos están impulsados por múltiples preocupaciones, el cambio climático entre ellas, y sus reivindicaciones y objetivos incluyen la localización, la participación democrática, las cadenas energéticas más cortas, el antirracismo, la gobernanza enfocada a la justicia climática y el liderazgo indígena». Mediante los conflictos, las comunidades pretenden informar de manera significativa del régimen energético que viene. Atender estas demandas es esencial para guiar la transición, no solo hacia un futuro resistente al clima, bajo en carbono y orientado a la suficiencia energética, sino también hacia un sistema de gobernanza global más justo para los bienes comunes de la atmósfera.

«Hay que redistribuir la riqueza, fomentar la equidad»

Las renovables no son, pues, tan ‘verdes’ como presuponíamos. Tampoco en el mundo rico en general, ni en nuestro país en particular. Las políticas climáticas están aumentando las desigualdades y favoreciendo la desposesión, suponiendo la transferencia más grande de dinero que nunca se ha visto desde los más pobres hacia los más ricos. [Climate change damages US economy, Increaser inequality].

En este sentido, un estudio de Thomas Wiedmann (UNSW Sydney School of Civil and Environmental Engineering), de Manfred Lenz (Universidad de Sydney School of Physics), de Lorenz T. Keysser (ETH Zürich ‘Department of Environmental Systems Science) y de Julia K. Steinberger (Leeds University’s School of Earth and Environment) concluye que los ciudadanos más ricos del mundo son los responsables de la mayor parte de los impactos ambientales. Cualquier transición solo será efectiva con grandes cambios en los estilos de vida. Sin embargo, el imperativo estructural del crecimiento de la economía sistémica, incita a la expansión del consumo de las sociedades, economías y culturas existentes e inhibe el cambio social necesario.

La humanidad necesita reconsiderar el papel de la economía orientada al crecimiento, el paradigma del consumo – que no puede separarse de los impactos ambientales, aunque los consumidores tengan poco control sobre las decisiones que perjudican el medio ambiente – y del crecimiento económico.

[Advertencia de los científicos sobre la riqueza]

Si de verdad se pretende que la transformación energética tenga futuro y no sea rechazada por discriminatoria, es ineludible evitar el aumento de las desigualdades, eliminar los privilegios verdes, mejor dicho, todos los privilegios, y pensar cómo vivir de otra manera. ¿Es lo que se quiere de verdad, o solo son palabras, lenguaje, propaganda?

Capítulo 3: Los científicos advierten: «tenemos que vivir de otra manera»

*Josep Cabayol Virallonga con la colaboración de Ester González Garcia y Siscu Baiges Planas, en nombre de Solidaritat i Comunicació.

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