El bien común o el extremismo capitalista

El futuro se nos muestra a menudo. A veces difuminado, a veces opaco. Pero, si miras donde toca, pierde el camuflaje. El futuro, transparente, nos enseña que hay más allá del límite del tiempo.

La clave para entenderlo, para comprender el mensaje, está en nuestros sentidos, que tienen que dejar pasar las señales que nos llegan, sin alteraciones causadas por ideas preconcebidas. Y en nuestra mente, que las debe saber interpretar libre de corsés ideológicos, de verdades absolutas implantadas, emancipada.

El futuro

El cambio climático causado por la era del hidrocarburo es capaz de anticiparnos muestras perceptibles y cuantificables de lo que nos espera. De señalar los efectos más nocivos que se acercan pero que a la vez están aquí en forma de avanzada. Y que hacen daño, mucho daño.

Físicos: rachas de días de calor, aumento de la insolación, cambios en la fenología, contaminación, pérdida de la calidad del aire, aumento incontrolado de las temperaturas, del nivel del mar, deshielo, destrucción de los hábitats, de la biodiversidad, radicalización de los fenómenos atmosféricos, fuegos forestales cada vez más violentos que se mueven a gran velocidad y con capacidad para modificar el clima local.

Y sociales: muertes prematuras, nuevas enfermedades, acumulación de la riqueza en pocas manos, aumento de la pobreza, de las desigualdades. Destrucción / negación de la equidad, los derechos humanos, de la vida digna. Discriminaciones por lugar de nacimiento, procedencia, clase social, género. Pérdida de salud colectiva, pública.

Manifestaciones que en el futuro serán aún más radicales. Hechos que en el presente son suficientemente significativos para evidenciar las señales de alerta. Presencias del futuro para hacer sonar las alarmas.

La evolución

 El cambio climático nos brinda la oportunidad de evolucionar. Analizar sus causas nos indica el camino. Sabemos que en Cataluña la temperatura habrá aumentado al menos 2 ºC de media respecto al año 1950, antes del 2040, probablemente hacia el 2030 (mínimo + 2,4 ºC a mediados del siglo). Que, por todas partes, antes de mediados de siglo, la temperatura habrá aumentado 2 ° C de media, tope que los acuerdos de París dicen que no se debe superar de ninguna manera. Y, si no detenemos la emisión de gases inmediatamente y en todas partes, corremos el riesgo de llegar a + 4 ºC bastante antes de fin de siglo, con consecuencias fatales (y los + 6 ºC, el colapso, enseñando las garras en el horizonte). Unos hechos que no son sobrevenidos ni repentinos, que están pasando y aceleradamente desde hace tiempo: desde que vertemos gases de efecto invernadero a la atmósfera para construir el futuro imperfecto del que disfrutamos.

Tenemos la oportunidad de crear el paisaje resiliente de mañana.

Un fuego forestal de nivel alto quema en una comarca de Cataluña. Una urbanización encastada en la naturaleza está amenazada. Muchos bosques de Cataluña están fuera de rango climático: son bosques de otros tiempos que necesitan evolucionar, y el mejor camino es el fuego. Y queman con una intensidad inusitada.

Una vez salvadas las personas, los bomberos deben decidir si priorizan la defensa de la ciudad, de las propiedades privadas, o atienden el interés general del país y ayudan ‘que el fuego modifique el bosque y se adapte a las nuevas condiciones climáticas. Los bomberos no tienen suficientes efectivos -no tiene ningún país del mundo- para responder a los dos problemas.

Qué hacer, se pregunta Marc Castellnou Ribau, jefe del Área del Grupo de Actuación Forestal (GRAF) de los Bomberos de la Generalitat. ¿Combatir el fuego o entenderlo? Las llamas no son siempre un enemigo. El paisaje tiene que cambiar; no podemos anclarnos en el pasado. La preferencia no debe ser apagar las llamas: debe ser gestionar la emergencia de modo que el paisaje que quede para mañana sea mucho más seguro, diverso y resiliente, con capacidad para sobrevivir a lo que vendrá. Pero no podemos hacerlo siempre. La prioridad obligatoria es, salvadas las personas, defender la propiedad privada. Cuando lo hacemos, no podemos controlar el fuego con visión de futuro y renunciamos a la ocasión de mudar el bosque, que es de toda la ciudadanía.

¿Bien común, interés general o propiedad privada?

No estamos en un proceso defensivo: estamos en un proceso creativo.

Foto: Jordi Borràs

La evolución del bosque y del fuego por causa del cambio climático nos demuestra que tenemos que cambiar de paradigma. De la defensa del interés privado se debe pasar a la búsqueda del bien común. Los cambios, las transformaciones, no son fáciles de alcanzar. Las decisiones están condicionadas por un consenso general en el que la propiedad privada está por delante de la visión y la misión de futuro. El beneficio inmediato por delante de la oportunidad colectiva. Un marco cultural que prioriza la propiedad personal. Una concepción del universo creada de manera interesadamente egoísta, que individualiza y evita, si no prohíbe, debates imprescindibles. Que acorta la mirada. Que impide ver el bosque completo, vislumbrar el futuro que se acerca. Una cosmovisión que combate el pensamiento crítico, las opciones discrepantes. Una esfera de dominación donde los resultados interesados, malintencionadamente previstos -también los electorales-, prevalecen por encima de la creatividad previsora, de la prevención, de los bienes comunes.

La humanidad del hidrocarburo

 Las energías fósiles, en especial el petróleo, han suministrado la energía que ha hecho posible el crecimiento económico -muy mal distribuido- sin precedentes en la historia de la humanidad. Y este crecimiento ha disparado la demografía, la población mundial, la mayoría víctimas del pésimo reparto. A principios del siglo XIX no se llegaba a los 1.000 millones de habitantes. En 1850, fecha en que se sitúa el inicio del cálculo de aumento de la temperatura, éramos 1.263 millones. A comienzos del siglo XX, 1.650. En 1950, terminada la II Guerra Mundial, 2.500. Ahora somos 7.500 millones. 5.000 millones de personas más y en menos de 70 años.

Hemos consumido en menos de 200 años una gran parte de la energía acumulada en un largo proceso geológico de 4.000 millones. El resultado ha sido el desarrollo capitalista con su ‘lastre’: el retorno a la atmósfera de los gases procedentes de quemar energías fósiles -dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno, metano-, causantes del efecto invernadero y de la contaminación que nos mata. Es fácil culpar a los GEI (gases de efecto invernadero) de todos los males y centrar la lucha contra el cambio climático en la reducción de las emisiones. Es un error grave. Los GEI no son entes autónomos autocreados, sin la transpiración del metabolismo capitalista, su consecuencia. La responsabilidad recae, pues, sobre el sistema económico que ha evolucionado de espaldas al planeta, a sus ecosistemas, a todas las especies. Que ha priorizado su perduración en detrimento de la sostenibilidad del hábitat que nos hace viables. Y que en nombre de la prosperidad ha envenenado el planeta. Todas, complacientes, hemos colaborado. Una vez más, el disfrute inmediato, la mirada corta, la felicidad inmediata.

Ahora la ‘civilización’ del hidrocarburo topa con dos impedimentos, dos obstáculos más que probablemente insalvables: el aumento de la temperatura, que amenaza la supervivencia y obliga a renunciar especialmente al petróleo, y la escasez energética y en general de los recursos que, guste o no, se agotan y tocan a menos por persona.

Los derechos

Los derechos son iguales para todas, y todas tenemos los mismos derechos: los 7.500 millones de personas que habitan la Tierra. Del norte y del sur. Del este y del oeste. Sean del color que sean. Del género que sean. Y aquí radica la contradicción sistémica. El capitalismo está basado en el crecimiento permanente y la ‘multiplicación’, hasta el infinito, de los beneficios. Una idea motor que se contradice con los límites físicos del planeta y de los recursos. Si la población mundial crece y los recursos se reducen, ¿que nos hace pensar que todas tendremos acceso? El capital ha resuelto la contradicción explotando primero las personas y discriminando después. Decidiendo quienes tienen la oportunidad de estar dentro del sistema y cuáles no. Y culpándolas. Cada crisis ocasiona -intencionadamente- un aumento de las exclusiones. Primero fue en el sur. Desde el 2007/2009, también en el norte. Un último informe del Banco de España nos dice que, si se contabilizaran las horas no trabajadas por aquellas personas que lo quieren hacer a tiempo completo, el paro se situaría casi en el 30%. La ecuación debería repetirse en países líderes de la austeridad como Alemania. La acumulación de dinero y de capital en pocas manos es cada vez más insultante. El catalán más rico tiene la misma renta que 150.000 familias. Tres personas tienen tanta riqueza en España como el 30% más pobre. El 10% de españoles más ricos tiene más de la mitad de la riqueza de todo el Estado. El 1% de ciudadanos del planeta tiene tanta riqueza como el 99% restante. Y esta brecha se va ensanchando año tras año.

La última discriminación está en marcha utilizando la competencia feroz por los puestos de trabajo -intencionadamente- escasos.

Descarbonizar la economía, una revolución

 Los acuerdos de París recomiendan dejar dos terceras partes de las energías fósiles encontradas y viables bajo tierra. No explotarlas. ¿Renunciarán las multinacionales a un negocio en el que han invertido, y mucho, sin estar obligadas a hacerlo? ¿Dejarán voluntariamente los países productores de aprovecharse de los pozos y de beneficiarse de la ‘riqueza’ que contienen? ¿Se puede compensar países y empresas si abandonan la producción? De momento, Gran Bretaña y Francia han aplazado hasta 2040 la prohibición de coches de gasolina y diésel, lo cual, aunque presentada como tal, no es una medida contundente porque aplaza más de 20 años la desaparición total de uno de los principales perturbadores: los coches. (Prohibición, por otra parte, que no lo es estrictamente hablando, porque los acuerdos adoptados en Londres y en París consideran los coches híbridos que también usan gasolina).

Combatir el cambio climático significa descarbonizar la economía. Abandonar las energías fósiles como motor central de desarrollo. Privar la oligarquía de los vertiginosos beneficios que consigue. Basar el progreso en energías no contaminantes, renovables: eólica, solar, fotovoltaica, hidráulica, geotérmica, mareomotrices. Y renunciar a las nucleares, que no son renovables, contaminan y tienen cada vez menos caudales -uranio muy difícil de asegurar / defender- para abastecerse.

La transición energética

 La transición energética es irrenunciable si de verdad queremos combatir el cambio climático. Sin embargo, no es fácil de hacer. El primer problema aparece cuando comparamos las tasas de rendimiento energético -muy menores- de las renovables con las de las fósiles. ¿Qué cantidad de renovables se necesitarían para sustituir los hidrocarburos y las nucleares? ¿Es posible? ¿Se dispone de materiales? La limitación planetaria y de las materias disponibles no invita al optimismo: probablemente no habrá suficientes materiales para conseguir la enorme cantidad de herramientas renovables que habría que fabricar. Todo indica, pues, que habría que decrecer. Sabemos que es posible vivir igual de bien, pero con menos energía y, por tanto, con menos consumo. Pero hay que convencer a la ciudadanía y tener la firme voluntad de hacerlo, aunque el precio sea caro electoralmente.

Tampoco invita al optimismo el precio de la transición energética, el segundo gran problema. Por ahora, el dinero del que se nutren los gobiernos para obtener liquidez y poder financiar los proyectos que ejecutan proviene de los impuestos y de la banca privada (créditos, deuda pública) propiedad de las élites que controlan el sistema. El dinero está privatizado. Más allá de los billetes fabricados por los bancos centrales, que no llegan al 10% del total, la mayor parte del dinero es fabricado por los bancos privados cuando conceden un crédito. Dado que los bancos centrales prestan dinero a la banca privada y no a los gobiernos, resulta que las administraciones públicas están sometidas a la ‘voluntad / dictadura’ de las entidades financieras que son las que deciden si financian y a qué precio. Y a interés compuesto, que multiplica exponencialmente la deuda resultante del crédito concedido y que hace inviables proyectos de altísima inversión porque, además de impagables, esclavizan el deudor a la voluntad del acreedor. Es decir, que los gobiernos quedan en las manos de los prestadores, de los bancos, de las élites (como ya pasa y muy a menudo).

Los estados o la ciudadanía

¿Entonces, como se puede financiar la transición energética? Estamos hablando de un proyecto billonario. El único camino es recobrar la capacidad pública de fabricar dinero para financiar los proyectos públicos considerados imprescindibles, como la transición energética (y el desarrollo de la economía del cuidado, feminista, ecológica), y no depender ni de la arbitrariedad de la banca ni de su vocación usurera. Al fin y al cabo, ¿tiene ninguna lógica que sean los bancos privados, la propiedad privada, y no los poderes públicos, quienes fabriquen el dinero?

Por ahora, sólo los estados podrían imponer decisiones tan drásticas. La pregunta es si están en disposición o tienen capacidad / voluntad de hacerlo. Los estados dependen de los partidos sistémicos que se alternan en la gobernanza y se financian a través de la misma banca que crea el dinero. Y a la que deben no se sabe cuánto ni qué. ¿Pueden estos partidos imponer condiciones a la banca?

Y aún habría que, como mínimo, una decisión más: cuestionar la deuda de los estados, auditar y decidir qué proporción es legítima y cuál no (resultado de la especulación financiera).

Todo ello, además, es prohibido por Bruselas y por los organismos internacionales, no elegidos por nadie pero que marcan las pautas económicas. Una revolución, ¡por tanto!

Así las cosas: ¿se puede hacer la transición energética desde el capitalismo? Y una segunda cuestión: ¿es viable el capitalismo después de una transición energética que obligará a decrecer y, por tanto, se contradice con su necesidad básica: crecer indefinidamente?

Combatir efectivamente el cambio climático es hacer la revolución. Sólo la ciudadanía puede conseguirlo. Los partidos obtienen el poder a través de los votos. Pongamos precio a los votos. No los regalemos.

Los sistemas cognitivos

 El sistema económico y cultural dominante conocido por capitalismo fabrica y emite los códigos de interpretación que conviene a sus intereses: perpetuación del sistema y de las élites que lo controlan a través de la desposesión / acumulación de capital. Sin preocuparle las consecuencias nocivas que esta actuación debido al hábitat donde nos desarrollamos, la biosfera. Su intención es individualizarnos, desconectarnos, desorganizarnos, convertirnos en animales en busca de la propia supervivencia a costa de los demás seres humanos -también de nosotros mismos-, y no humanos. Y lo hace colonizando las mentes con ideas que se exhiben favorables individualmente y a corto plazo, pero que se vuelven funestas por el bien común con el paso del (poco) tiempo. Implementar el cerebro de la gente la idea de que todos los políticos son iguales de corruptos es tanto como destruir la última línea de defensa de los humanos ante la oligarquía: la Política. Que los políticos se hayan dejado corromper es una traición a la ciudadanía. No hay, sin embargo, corruptos sin corruptores. Y son los corruptores los que controlan todos los claves económicos del poder. Con una idea básica: evitar que trabajamos unos por otros, impedir el bien común. Asegurar su beneficio por encima de todo y de todas. Recuperar la Política con mayúscula es una necesidad. Recobrar la dignidad política, una responsabilidad ineludible de todas.

El capitalismo ha impuesto su extremista sistema cognitivo. La humanidad, sin embargo, no ha perdido su capacidad de desprenderse y de sustituirlo por uno de auténtico interés general. Para conseguirlo, hay que hacer fuera del entendimiento la mordaza individualista y comprender que sólo nos liberamos cuando el bien es común. Saber que, mientras haya discriminados, excluidos, marginados, no seremos libres porque la amenaza, el problema, la agresión, también es en contra nuestro. Convencernos de que sólo nuestra convicción, responsabilidad, compromiso y compasión harán suficiente presión para cambiar el panorama. Emanciparnos!

 La Política

El futuro nos ha descubierto el mundo / clima que nos espera para que pensemos, inventemos, creemos, una alternativa. Y no es sólo una opción técnica la que se necesita: es una elección política; mejor dicho, Política. De nosotros depende saber alterar el futuro a través de la Política. Y nosotros no somos los ‘políticos’: somos la ciudadanía haciendo Política. Lo que vemos ahora no es una fatalidad insalvable. El futuro no está determinado a menos que queramos que se cumpla la profecía. El futuro está en nuestras manos y lo construimos cada día. Y se nos muestra invitándonos a cambiarlo. Es nuestra responsabilidad ineludible hacerlo.

Josep Cabayol Virallonga i Siscu Baiges Planas són membres de SICOM, Solidaritat i Comunicació

 

http://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2017/08/03/el-be-comu-o-lextremisme-capitalista/

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