03.09.2020

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Biodiversidad

La biodiversidad es el único factor que puede asegurar la sostenibilidad de los ecosistemas y su recuperación más allá del cambio climático. Sin biodiversidad no habrá futuro posible. Las especies que desaparecen nunca volverán

Francesc Sardà

La definición más frecuente  de biodiversidad dice que es: el número distinto de especies y la abundancia relativa de las mismas en un hábitat o ecosistema determinado. Esta variación puede ocurrir en el espacio y en el tiempo y a diferentes niveles: 

Nivel genético. Aquél donde se manifiesta la diversidad de genes contenidos en los organismos de una misma especie.

Nivel de individuos. Es aquel donde se observa la diversidad de especies, géneros o grupos de especies que encontramos en un área determinada. 

Nivel de ecosistemas. Se refiere a la variedad de hábitats o de ecosistemas que podemos encontrar en un área.Pueden darse otras definiciones más intuitivas y completas.  “La biodiversidad o diversidad biológica es el término que hace referencia a la amplia variedad de seres vivos sobre la Tierra y su relación con los patrones naturales que la conforman. La biodiversidad comprende igualmente la variedad de ecosistemas y diversidad genética dentro de cada especie que permiten la combinación de múltiples formas de vida, y cuyas mutuas interacciones  con el resto del entorno fundamentan el sustento de la vida sobre el mundo”. 

Es fundamental retener la última frase en negrita. Es decir, sin biodiversidad, no existiría la vida en nuestro planeta.

Si la biodiversidad fuera solo el número distinto de especies, el Arca de Noé, parecería  un buen ejemplo. Pero es lógico que únicamente una pareja de cada especie no correspondería al concepto de biodiversidad, ya que, por ejemplo, no puede haber el mismo número de cebras que de leones, de elefantes que de hormigas o de pingüinos que osos polares. El equilibrio entre depredador y presa no sería el adecuado y el Arca de Noé, aunque contuviera todas las especies, como sistema biodiverso, no subsistiría. Es por ello que hay que añadir el concepto de “abundancia relativa de las especies”. Si tuviéramos 1 individuo de 100 especies distintas, tendríamos mucha diversidad. Si tuviéramos 100 individuos de 100 especies, tendríamos la misma diversidad pero más abundancia, pero no tendríamos un “sistema biodiverso” que considerara la abundancia de cada una de las especies en relación a su función en el ecosistema.

Así, a medida que subimos en la pirámide trófica o alimentaria, desde vegetales, a herbívoros, carnívoros primarios, secundarios y finalmente grandes depredadores, como el tiburón, el león o el hombre, el número de especies y su biomasa tiene que ir disminuyendo. Recordemos el principio de que al pasar de un nivel a otro siempre se disipa un 10% aproximadamente de la energía, que se pierde principalmente en forma de calor. Así la llamada red o pirámide alimentaria se estructura en niveles piramidales a través de los cuales, al mismo tiempo que circula la energía desde vegetales hasta los consumidores superiores (como el hombre), se “pierde” un 10% por nivel. Es decir, de hierba a herbívoros pasa solo el 90% de la energía contenida en la hierba, y de herbívoros a carnívoros, se pierde otro 10 % aproximadamente; así sucesivamente la energía se va disipando en forma de calor, crecimiento, movimiento, reproducción, etc. Por lo tanto, los niveles inferiores deben acumular más energía que los superiores de manera sucesiva. De ahí el concepto de pirámide con una base energética (y en biomassa) más grande que la cúspide.

De este modo un ecosistema solo será viable si mantiene su biodiversidad funcional estable, dentro de unos parámetros de flujo de energía capaz de ser asimilado y transmitido a través del ecosistema sin que éste se degrade. Es decir, una proporción de especies adecuada para el flujo de energía que define el ecosistema en cuestión, sea desierto, sabana, selva, océano superficial o profundo, subsuelo, etc.

Pero la biodiversidad no es un concepto aislado dentro de nuestro planeta. Según la hipótesis de Gaia  (Lovelock en 1969), la Tierra debe entenderse como un gran superorganismo que se autorregula a sí mismo gracias a los procesos biogeoquímicos. El clima, la vida y la geología, se retroalimentan tendiendo al equilibrio y manteniéndose entre sí dentro de una cierta estabilidad. Cualquier cambio tiene repercusiones en nuestro planeta y podríamos decir que “todo depende de todo”. Según esta hipótesis de Gaia la biosfera se comporta como un organismo vivo, de la misma forma que podría ser el hombre, y las constantes vitales de su sangre son las que definen su salud. La atmósfera influye sobre océanos y mares y estos a su vez, mediante sus grandes corrientes y absorción de CO2, actúan amortiguando fenómenos atmosféricos y potenciando otros, y definiendo los distintos climas en distintos lugares de la tierra en función de su orografía continental y costas. A ello contribuye la cantidad de gases y humedad atmosférica y los captadores de dióxido de carbono como los grandes bosques o parte del plancton oceánico. Si cualquiera de estas múltiples cosas se altera, el equilibrio u homeostasis del planeta puede desequilibrarse. Cuando una de las especies como el hombre, que conforma parte importante de la biodiversidad estable de Gaia, crece tanto, y genera cambios ambientales muy grandes, profundos, importantes y muy rápidamente, el sistema de equilibrio del planeta se ve seriamente amenazado,  y, a su vez, la propia vida en el planeta tal como hoy la conocemos. Por tanto la biodiversidad, des de virus a ballenas forma parte de la subsistencia de Gaia desde una perspectiva ecosistémica. Sin biodiversidad, en número de especies, abundancia y función específica de cada una,  las proporciones de gases atmosféricos y composición oceánica serían otros y Gaia distinta a como la conocemos.

Las amenazas para la biodiversidad son múltiples y globales: explotación de recursos, deforestación, turismo cinegético y comercio animal (legal e ilegal); urbanismo descontrolado, contaminación, monocultivos y cultivos de especies genéticamente modificadas, etc., que junto con el cambio climático llevan a: desertización, desequilibrio por especies invasoras, acidificación oceánica, alteración de los ciclos biológicos, enfermedades y, por ello, a la desaparición de hábitats y ecosistemas.

Aunque los números siempre deben ser tomados con cautela, algunos estudios apuntan que al ritmo actual de destrucción planetaria en  2050 el ritmo de extinción de las especies será 10.000 veces mayor que la tasa de extinción natural y que habrán desaparecido aproximadamente el 85% de animales terrestres, el 80% de mamíferos marinos, el 50% de plantas y el 15% de peces. El siguiente gráfico, publicado por Barnosky y colaboradores (en Nature, 86, en 2018), nos indica que la destrucción de los ecosistemas va en camino de superar el 50% de ellos en las dos próximas décadas, lo cual llevara irremisiblemente a un colapso de la vida en la Tierra.

Y ¿tiene todo esto algo que ver con la pandemia del COVID-19? Imaginemos un ecosistema que tiene 100 individuos de una especie que convive y con un virus letal y lo transmite. Estos 100 individuos no proliferan más  porque tienen unos depredadores naturales que están inmunizados, unas presas que mueren al ser infectadas y porque su tasa de reproducción y éxito está en equilibrio y adaptada a la pirámide alimentaria de su ecosistema. Estos 100 individuos viven en una selva que va desdibujándose en sus extremos lentamente transformándose en otros ecosistemas, lo que se llama “ecotono”, o  zona de transición o amortiguación, que favorece que los 100 individuos se mantengan siempre alejados de los núcleos urbanos. Tenemos pues un sistema en equilibrio, estable y aislado en su entorno.

¿Pero qué ocurre si mediante un proceso industrial agrario o ganadero, arrasamos las zonas de transición o amortiguación, y lo ponemos justamente en contacto con los 100 individuos? Estos individuos tendrán la oportunidad de infectar otras especies no inmunizadas, o que podrán ser resistentes pero transmisoras. Estos individuos, al disponer de mayor alimento, proliferaran mucho más y podrán expandirse desde el propio hábitat donde estaban confinados.  Los virus ahora inoculados tienen campo abonado para mutar en distintos huéspedes ¿Llegamos por este camino al inicio de las pandemias? De hecho, la mayoría de las últimas y más graves pandemias se originaron en zonas selváticas en contacto con los humanos.

Si a todo ello añadimos las talas incontroladas, la quema de grandes bosques, la acidificación oceánica, la contaminación, la modificación genética y, en consecuencia, el cambio climático, nos encontramos delante de una situación alarmante y extrema que amenaza la biodiversidad entera del planeta. De hecho el 90 % de los científicos ya han confirmado el cambio climático y su aceleración, y predicen que colapsarán los principales ecosistemas terrestres en los próximos decenios.

Así pues, si atendemos a la hipótesis de Gaia, cada vez más aceptada en el mundo científico, llegaremos a la conclusión de que la biodiversidad:

  • Favorece la estabilización del clima y la composición gaseosa de la atmósfera.
  • Estructura la cadena alimentaria y el flujo de energía en los ecosistemas manteniendo la supervivencia humana.
  • Mantiene el equilibrio de los ecosistemas y ¡permite su recuperación! Sin biodiversidad, los ecosistemas colapsarán y no podrán recuperarse.
  • Es fuente de información biológica, de estrategias vitales, base de la agroalimentación, de conocimientos médicos, de síntesis de medicamentos, del patrimonio genético…

Argumentando de otra manera podemos decir que:

  • En la superficie terrestre todo interacciona. Nada funciona independientemente. Cualquier cambio genera otro (Efecto mariposa).
  • La biodiversidad es el único factor que puede asegurar la sostenibilidad de los ecosistemas y su recuperación más allá del cambio climático. Sin biodiversidad no habrá futuro posible. Las especies que desaparecen nunca volverán.
  • El cambio climático incide más rápidamente sobre los ecosistemas más vulnerables.
  • Los fenómenos exponenciales, las retroalimentaciones climáticas y la destrucción por parte del hombre, aceleran su disminución.
  • Un ecosistema en desequilibrio es insostenible y colapsa. 

Aunque la ciencia sea la manera más objetiva de aproximarse a la incertitud del futuro, nadie dispone de una bola de cristal infalible, pero los modelos científicos actuales, si no existe un cambio radical en la manera de pensar y actuar de la humanidad, determinan que estamos muy cerca del colapso de los ecosistemas y de la humanidad como especie. Tanto por la demografía desmesurada mundial y su previsible aumento, como por las políticas económicas de crecimiento mundialmente aceptadas y el reparto desigual de la energía y la riqueza. 

En todo caso, las principales directrices que podrían mitigar un futuro desalentador serían:

  1. El hombre no ha de querer dominar la Naturaleza, sino interpretarla y desarrollarse integrado en su equilibrio.
  2. Urge un cambio de paradigma: económico, social, ambiental, productivo… 
  3. No hay una solución técnica para resolver el problema, sólo una estrategia global para afrontarlo des de una perspectiva sistémica.
  4. Hay que abordar el problema con estrategias globales que contemplen una reducción efectiva del crecimiento actual y ahorro de recursos minerales i vivos. El decrecimiento sería una opción plausible.

Ante esta lectura nos podemos preguntar: ¿y nosotros, cada uno, que podemos hacer? 

Supongo que si habéis llegado hasta aquí, es porque de alguna manera tenéis interés o preocupación por este tema. Encontrar las maneras, los modelos y las actuaciones personales para mitigar la disminución de la biodiversidad y al mismo tiempo no contribuir al cambio climático es trabajo de todos y cada uno. Seguro que si hay sensibilización por el tema se sabrá encontrar en internet, en asociaciones, cooperativas,  y en todo tipo de informaciones y organizaciones las múltiples opciones que se tienen  para cambiar nuestros hábitos de vida. El cambio empieza por uno mismo y el entorno de nuestra influencia.

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