El sistema está colapsando, pero lo nuevo está brotando: somos las que estábamos esperando
Jesús Iglesias Saugar, 10/03/2021
Llega un momento en la vida en el que hay que levantarse, decir basta, cambiar de rumbo. Llega un momento en la historia de nuestra especie en el que debemos levantarnos, elegir la vida, retomar nuestro destino. Es éste, es ahora o nunca. La pandemia ha dejado en evidencia nuestra inmensa vulnerabilidad: la de nuestros cuerpos frágiles, la de millones de personas arrojadas al virus y robadas de la dignidad por un sistema depredador, la de millones de jóvenes negados de un futuro con esperanza y un planeta con vida. Es la desigualdad, el problema, la raíz de todos los problemas. La vía de salida pasa por generar equidad (igualdad de oportunidades), eliminando las barreras sistémicas, cambiando las reglas del juego: favoreciendo lo local frente a lo global, lo pequeño frente a lo grande, lo natural frente a lo tecnológico. La historia nos demuestra no obstante que nada de eso sucede, más bien lo contrario (ver 2008), sin democracia real, directa y cercana.
La ciencia, por su parte, enfatiza la trascendencia del momento: sólo una recuperación post-pandemia que regenere los tejidos sociales y ecosistemas de los que dependemos nos otorgará la posibilidad de la supervivencia. Así, conociendo lo que está en juego y aprovechando la oportunidad del siglo, historia, ciencia y justicia trazan el camino: tenemos el deber moral de decidir colectivamente nuestro sino. La gobernanza ciudadana tiene la llave para apreciar y proteger el común: el clima, la biodiversidad, los derechos sociales. Pero nadie nos la va a dar, tendremos que retomarla, reaprender a hacerlo juntas de nuevo. Asambleas ciudadanas informadas y vinculantes para la reconstrucción (reparto de fondos europeos, acción climática). Proyectos de economía local cooperativa. Y solidaridad translocal. He aquí nuestra solución. Somos las que estábamos esperando.
Cabeza fría, corazón caliente
Sé que es difícil pero intentémoslo. Dejar de lado nuestras ideologías, afinidades políticas, prejuicios, opiniones interesadas, incluso tragedias personales. Demos varios pasos atrás y arriba, alejándonos del cotidiano por un instante, para tomar perspectiva con la suficiente objetividad y analizar desde una mirada sistémica lo que está pasando, porque es grave, muy grave. En estos tiempos tan duros como extraños tenemos que evitar actuar con las tripas, terreno al que nos quieren llevar los demagogos y manipuladores. Mantengamos la cabeza fría a toda costa, para analizar a la luz de la razón, y trazar la ruta de salida con el compás de la justicia social. Y entonces sí, tirar de pasión en aras de elevarnos colectivamente por encima de las circunstancias y vivir.
La tormenta perfecta
El colapso del sistema económico crecentista y globalizado se observa ya con nitidez. Por desgracia, nos está arrastrando consigo a la especie humana y a la mayor parte de Gaia, el planeta vivo. La vemos desencadenarse a cámara lenta, cada vez menos lenta, a la tormenta perfecta. La aniquilación de la biodiversidad nos trae la pandemia, que engulle en el pozo de la pobreza a millones de personas, multiplicando su vulnerabilidad a futuras pandemias y crisis. En un mundo tan globalizado e interdependiente, como hemos comprobado en carnes, si uno está enfermo lo estamos todos. No sirve de nada (ni hablamos de ética) vacunar sólo a los ricos. El dinero no nos salvará, sólo la salud de todos y del planeta lo hará, salud planetaria se denomina la disciplina de hecho.
Por su lado, el desajuste del sistema climático nos trae frío polar a España (Filomena) y a Texas, o huracanes a Centroamérica; disparando los rebrotes, dificultando la vacunación y el atisbo de recuperación. Mientras tanto, los multimillonarios globales (véase multinacionales) multiplican sus beneficios a costa de la caída de la gran mayoría en la cuerda floja (véase pequeños comercios). Análogamente a la energía potencial generada por una diferencia de alturas, la desigualdad en aumento genera conflicto y violencia en aumento. Tensiona nuestros sistemas políticos hasta sus límites. Esa rabia y frustración creciente dispara los bulos y teorías conspiranoicas anti-verdad, nutre los populismos xenófobos y propaga la deriva autoritaria cual virus. Las protestas actuales no tornan violentas porque sí, el caldo de cultivo está ahí. Se llama desigualdad, pobreza, falta de oportunidades, ausencia de futuro deseable.
¿Permitiremos el final?
Me dio pavor el otro día leer el titular de este informe sobre el estado de la democracia globalmente: en tres cuartas partes de los países está en recesión. Tres cuartas partes. Incluido Estados Unidos tras largos años de propaganda y realidad paralela, y con el propio Capitolio asaltado por una masa enfurecida incitada por su propio presidente, aspirante a dictador. Nadie lo hubiera imaginado. Pero no hace falta irse tan lejos, estupefacto me quedo al saber que un porcentaje no desdeñable de votantes en España (hasta el 22% en algún caso) considera preferible un régimen autoritario a una democracia “en algunas circunstancias”.
En el plano ambiental más de lo mismo, la termodinámica no perdona, el aumento de la temperatura global genera cada vez dinámicas más violentas: desde olas de calor extremas, a tormentas polares y DANAS en el Mediterráneo. Yo la siento cada día, esa violencia que se adueña de nuestro mundo, aquí en Málaga los vientos soplan con más fuerza, doblando árboles en el Monte Gibralfaro por donde salgo a correr; las lluvias caen más torrenciales, llevándose tierra cultivable a su paso. Es posible que un buen día me caiga una rama gorda o me dé un golpe de calor brusco. Y yo no soy vulnerable, supuestamente. A mi hermano el cambio climático le seca las viñas que con tanto esfuerzo de joven y pequeño bodeguero ha plantado en la Ribera del Duero. Así podría acabar con nosotros y con todo. El sistema me refiero. ¿Se lo vamos a permitir?
Arrogancia antropocénica
El capitalismo en su fase actual es una máquina suicida. Las desigualdades no sólo prenden la mecha del conflicto social, sino también del saqueo al mundo natural. En la economía de nuestros días sólo quedan ya dos tipos de clientes o clases: los ricos y los pobres. El efímero espejismo de la clase media murió, si algún día nació. Se ofrecen productos y servicios especulantemente caros a las élites, con un consumo de recursos y una generación de residuos, contaminación y emisiones brutales: el boyante mercado del lujo. En las ciudades turistificadas se observa bien: las tiendas gourmet para ‘hipsters’ pudientes, los restaurantes ‘eco-guais’ para turistas del Norte. O los coches todoterreno deportivos tipo tanque para ir a buscar a las hijas al colegio privado a 5 minutos. O el ‘turismo venganza’ para gritarle en la cara al Covid y a la Madre Naturaleza: ¿quién eres tú para impedirme viajar? Arrogancia antropocénica en estado puro.
Y para el resto, la gran mayoría empobrecida, economía de subsistencia: productos y servicios de calidad pésima, a precios por los suelos de acorde a los salarios indignos, alcanzados tan sólo por la externalización de los verdaderos costes sociales (explotación laboral) y ambientales (producimos al otro lado del mundo donde no hay legislación medioambiental y lo transportamos con petróleo subvencionado). Que nos quede claro lo que está pasando: la ‘economía’ despiadada que impera se está fagocitando, exterminando al medio que la sostiene y a la humanidad a la que debía sostener.
La reconstrucción será justa o no será
La vacuna sólo aliviará el síntoma (pandemia) pero las causas (dogma de fe del crecimiento económico y la globalización) permanecerán si el análisis no es lo suficientemente profundo y la acción radicalmente transformadora. O somos valientes y nos servimos de la reconstrucción para virar 180º, o habrá una próxima pandemia y la emergencia climática continuará acelerándose, y nos pillarán en un estado cada vez más debilitado (más desigualdad) y menos resiliente (menos biodiversidad), cavándonos un hoyo del que cada vez costará más salir. Si de verdad somos una especie inteligente deberíamos aprender la lección de este duro simulacro. Los Romanos renacieron de las cenizas de Pompeya apostando con acierto por la movilidad social: liberando a los esclavos que sobrevivieron y repartiéndoles las riquezas sepultadas para su nuevo comienzo. Eso es aprovechar la oportunidad, eso es reconstruir con equidad. Aprendamos de la historia, actuemos para que prosiga.
Compromiso individual, acción colectiva
¿Qué puedo hacer?, me suelen preguntar muchos amigos. Podemos comenzar por votar con criterios ecosociales y no ideológicos, trabajar en la economía social (pequeñas empresas y organizaciones responsables) y lo más cerca de casa posible, comprar localmente, desconectarse de los oligopolios (pasarse de las grandes eléctricas a las cooperativas de energías renovables, de los grandes operadores de telecomunicaciones a las cooperativas éticas, de los grandes bancos a las cajas rurales, banca ética o cooperativas financieras), llevar a los niños caminando al colegio público y demandar buenos programas de educación cívica y ambiental.
Acciones de iniciativa individual necesarias pero insuficientes. La verdadera palanca de cambio profundo es la acción colectiva por el bien común, y ahí la escala es la humana, y las herramientas la economía local y la democracia directa. O, en una palabra, la comunidad. Crear, pertenecer, cultivar una comunidad cercana de personas que se cuidan, viven en armonía con el entorno, construyen auto-suficiencia satisfaciendo colectivamente sus necesidades básicas (alimentación, energía, vivienda, educación, cultura, arte) mediante una economía local diversificada, desde la soberanía de la auto-gobernanza y la solidaridad de la cooperación con los pueblos próximos. En la práctica no es difícil, todo empieza involucrándose activamente en la comunidad del edificio, la asociación vecinal del barrio, el AMPA del colegio, la plataforma ciudadana por el clima, o por la movilidad sostenible, el bosque urbano, la renaturalización del río, la igualdad de género o raza, la acogida de migrantes … Basta comprar y trabajar en el barrio y charlar con sus gentes. Implicarse, ver qué pasa, dejarse atravesar por las alternativas.
La Revolución… barrio a barrio
Resistir y renovar. Exigir a las administraciones y empresas que nos faciliten el cambio a lo local, experimentarlo nosotras mismas. Y compartirlo, siempre compartirlo porque es lo que llena de verdad. La comunidad es nuestra mejor y más social oportunidad de sobrevivir con dignidad y alegría al colapso. Y la crisis pandémica nuestra mejor lanzadera para emprender el viaje. Yo tengo claro el mío, porque lo veo y siento cada día aquí, en Lagunillas, un barrio histórico de mi Málaga. Un barrio en crisis existencial, donde los pisos turísticos burbuja están echando a las vecinas, y la globalización y su pandemia a los pequeños comercios de toda la vida. Pero también un barrio lleno de talento creativo, arte urbano emancipador, conciencia social y algunas oportunidades económicas que nos brindan a los pequeños la mijita de esperanza que ansiábamos.
En esas estamos un grupito de jóvenes emprendedoras sociales con ganas de reinventar nuestro barrio adoptivo, guardando su idiosincrasia y raíces, y a nosotras mismas en el proceso. Lo estamos intentando con todas las ganas y estrategia del mundo, desarrollando el proyecto más transformador del que jamás formé parte: un ecosistema cooperativo de economía, naturaleza y cultura local en el corazón de Lagunillas, junto a Verde Quimera, la tienda de la ‘Lore’ que lleva dos años trayendo alimentos locales y saludables al barrio. Un proyecto de economía local, cultura libre, renaturalización, resiliencia climática, turismo responsable, incubación, trabajo y vivienda colaborativa, democracia económica y comunidad, mucha comunidad. Un proyecto de, por y para el barrio, que cuenta también con la participación de instituciones y entidades referentes de la ciudad. Una ‘bocaná’ de barrio fresco. Más detalles en el próximo capítulo y en el libro SEMILLAS.
Allá vamos, Mundo. Aquí vamos, Lagunillas 😉
https://www.eldiario.es/andalucia/en-abierto/faro-esperanza-barrio_132_7294709.html