ODS, lo que podrían ser y lo que son

Hasta que las sociedades ricas no nos planteemos en serio cómo superar la contradicción entre crecimiento y sostenibilidad no alejaremos nuestra civilización del riesgo de desaparecer

Neus Casajuana

El pasado 27 de junio, el 9 Nou publicó un monográfico sobre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) definidos por las Naciones Unidas como el modelo de desarrollo capaz de satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de satisfacer las necesidades de las generaciones futuras. En este monográfico, Carme Llaçat, catedrática de Física de la atmósfera de la UB, nos recordaba el conocido informe publicado en 1972 “Los límites al crecimiento”, que con un título tan impactante, ya nos alertaba de que el crecimiento económico sin límites nos lleva al colapso y que es necesario un cambio de paradigma para poder frenar la degradación planetaria y el cambio climático.

Las intenciones de los ODS son loables. Son un llamamiento universal a la acción para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y perspectivas de las personas en todo el mundo. Según los principios expuestos en su página web, para alcanzar el desarrollo sostenible resulta fundamental armonizar tres elementos básicos: el crecimiento económico, la inclusión social y la protección del medio ambiente. Pero la gran duda es si esta receta es la adecuada para evitar el temido colapso y si realmente estos 17 Objetivos representan el cambio de paradigma que debe conducirnos a un planeta más seguro para la humanidad.

Desde la aparición del informe “Los límites al crecimiento” la ciencia ha estado alertándonos de que el modelo de crecimiento económico infinito, sin ningún tope material, nos acerca forzosamente al desastre, pero hasta el día de hoy los gobiernos de todo el mundo han obviado esa limitación. Cada año somos testigos de cómo el día de sobrecapacidad de la tierra, el día en que nuestro consumo de los recursos ya no queda compensado por la capacidad de la tierra de regenerarlos, se avanza año tras año. La urgencia climática nos obliga a mirar el problema de cara si queremos asegurar nuestra propia supervivencia.

Nadie pone en duda que los países pobres necesitan mejorar sus condiciones materiales para conseguir unos mínimos de bienestar para sus habitantes, pero lo que debemos plantearnos es si las sociedades ricas tenemos el derecho de seguir aumentando el consumo de los recursos agotables cuando ya hace tiempo que hemos superado la parte que nos correspondería en un mundo de distribución más justa. El tan deseado desacoplamiento entre consumo material y crecimiento es una pura utopía que ningún estudio científico ha podido corroborar. Más bien, los hechos nos demuestran todo lo contrario. Tenemos un gran recorrido por la mejora en el uso de los recursos materiales. La eficiencia, la economía circular, etc. nos ayudarán a dar un mejor uso a estos recursos, ciertamente, pero estas políticas, sin otro cambio fundamental en nuestro modelo de consumo y producción, no evitarán el colapso.

Desgraciadamente, no vemos en los 17 ODS ningún cambio de paradigma. Sin ir más lejos, el título del ODS Nº 8: “Trabajo decente y crecimiento económico” es bien explícito. El mismo hecho de que trabajo y crecimiento se agrupen en un mismo ODS ya nos indica dónde radica el problema: si no crecemos, aumenta el paro y el sistema económico entra en crisis. Hasta que las sociedades ricas no nos planteemos en serio cómo superar la contradicción entre crecimiento y sostenibilidad no alejaremos nuestra civilización del riesgo de desaparecer.

En el mismo monográfico, Natàlia Mas, directora general de Industria de la Generalitat nos hablaba de las bondades del Plan Nacional para la Implementación de la Agenda 2030, aprobado por la Generalitat en 2019. Este Plan, en teoría, debería ser la base para el seguimiento y la evaluación del cumplimiento de los 920 compromisos del Gobierno. Pero la realidad es que la inconcreción de la mayoría de metas, la falta de indicadores cuantificables para la mayoría de estos compromisos y la ausencia de ningún calendario de cumplimiento, hacen que este documento sea irrelevante e inservible. La demostración más evidente es que nunca se ha actualizado.

Idescat calcula anualmente los 100 indicadores de los ODS que la UE determinó para poder realizar un seguimiento real, pero una vez más, la mayoría de estos indicadores no se han vinculado a ninguna meta concreta de cumplimiento que se deba conseguir en un determinado plazo. El resultado es que para la mayoría de indicadores, nunca podremos saber que los objetivos se han cumplido o no, porque nunca ha habido ningún compromiso explícito de cumplimiento. Hay algunas excepciones en aquellos objetivos (una veintena) que tienen metas concretas, algunas definidas por el estado español, pocas por el gobierno catalán y mayoritariamente por la UE. Pongamos algún ejemplo para que se entienda mejor lo que explico:

El Objetivo Nº 1 es “poner fin a la pobreza en todas sus formas” en 2030. Para realizar su seguimiento, la UE ha determinado una serie de indicadores medibles que Cataluña también calcula anualmente. Ejemplo de algunos de estos indicadores son: la población en riesgo de pobreza o exclusión, el % de población con privación material severa, la tasa de riesgo de pobreza en el trabajo, el % de población que vive en viviendas en condiciones insalubres o el % de población que no puede mantener el hogar calentado adecuadamente. De todos estos indicadores, sólo el primero tiene una meta definida. La UE quiere reducir la población en riesgo de pobreza o exclusión en 15 millones de personas en 2030, respecto a los 91 millones de pobres que había en 2019. Podremos estar de acuerdo o no en la meta que la UE se ha propuesto. Podemos pedir más ambición, por supuesto, pero la cifra concreta nos sirve para poder realizar su seguimiento, para saber si vamos por el buen camino y para poder valorar así, si nuestros gobiernos aplican buenas políticas y cumplen los objetivos. Con el resto de indicadores que hemos nombrado, todo esto no es posible. Lo único que podemos hacer es compararnos unos a otros para poder aplicar después aquel dicho que dice que “en el país de los ciegos el tuerto es rey”.

Cuando hace ya mucho tiempo que estamos acostumbrados a sentir que las empresas trabajan por objetivos medibles, no se entiende que las administraciones y los gobiernos sigan sin comprometerse con los ciudadanos a los cuales sirven, explicando claramente cuáles son los objetivos que quieren conseguir, cuál es su grado de ambición en mejorar la vida de las personas y qué es lo que podemos esperar los ciudadanos de su gestión. La transparencia en la forma de hacer política y los compromisos explícitos de nuestros políticos constituyen una clara medida del grado de madurez de las democracias. A partir de ahí, que cada uno saque sus conclusiones sobre el grado de madurez de la nuestra.

Publicado en El 9 Nou https://el9nou.cat/valles-oriental/format-noticia/opinio/

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