Desde el punto de vista del arte de gobernar, es demasiado limitado considerar la lucha contra la inflación como la única tarea de los bancos centrales © Kirill Kudryavtsev/AFP/Getty Images
Hay una razón por la que, durante milenios, las monedas han llevado la imagen de los gobernantes: controlar el suministro de moneda de curso legal es un poder real, un poder que está en el centro del arte de gobernar y de la influencia geopolítica. Hoy en día, sin embargo, el poder de la acuñación de moneda está en manos de bancos centrales tecnocráticos independientes con mandatos limitados, a menudo legalistas, y mentalidades aún más limitadas.
La UE, a medida que se aproxima a una nueva era geopolítica, debería plantearse cómo debe apoyar el Banco Central Europeo su postura estratégica. Con sus declaraciones del pasado diciembre, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, pasa implícitamente la pelota: «Todo el mundo tiene que hacer su trabajo… el banco central no puede ser un experto en todos los oficios. Tenemos que hacer nuestro trabajo, que es… la estabilidad de precios».
Y así es. Pero desde el punto de vista de la política económica, es demasiado limitado considerar la lucha contra la inflación como la única tarea de los bancos centrales. Esto es especialmente cierto en el caso del BCE, cuyo fundamento jurídico le otorga explícitamente dos mandatos. En primer lugar, la estabilidad de precios, y en segundo lugar – siempre que no socave el primero – el apoyo a las políticas económicas generales de la UE.
Se presta muy poca atención al mandato secundario del BCE y -también en otras jurisdicciones- sobre cómo podrían utilizarse las numerosas herramientas de los bancos centrales para perseguir objetivos políticos más amplios. Cuando los líderes electos europeos discuten sobre cómo movilizar la inversión privada, todos coinciden que es imprescindible en el sector digital, la tecnología verde y la fabricación relacionada con la defensa, por tanto es irresponsable mantener un tabú sobre el papel de los bancos centrales en esas agendas.
Los bancos centrales ya persiguen muchos objetivos más allá de la estabilidad de precios. La mayoría tiene un papel en la regulación financiera. El BCE tiene cierta responsabilidad en el papel internacional del euro. Y en su impresionante trabajo sobre una moneda digital, se toma en serio las dimensiones geopolíticas del dinero, mientras espera, con razón, que los políticos electos tomen decisiones que sólo ellos pueden tomar. No obstante, podría hacerles comprender mejor lo que está en juego en el plano geopolítico.
La teoría económica que sustenta la independencia tecnocrática de los bancos centrales no es generalizable a otros ámbitos políticos. Hemos delegado la política monetaria a los tecnócratas por la inutilidad de intentar dar sorpresas inflacionarias a agentes económicos privados . De ello no se deduce que la actuación del banco central y los objetivos políticos deban mantenerse separados también en todos las demás asuntos.
¿Cómo podría el BCE contribuir más activamente a las prioridades geopolíticas de la UE? Estas prioridades reconocen la necesidad de destinar más recursos a inversiones de capital en determinados sectores, como se expone, por ejemplo, en el informe Draghi, que cuenta con un amplio respaldo. La asignación de capital es algo en lo que los bancos centrales no pueden dejar de influir, pero pretenden adoptar una postura de neutralidad hacia ella
Una alternativa sería la concesión de préstamos con objetivos específicos. En el pasado, el instrumento del BCE de «recompras a largo plazo» ofrecía a los bancos financiación por debajo del tipo normal de la política en la medida en que aumentaba el crédito a las empresas (imitando la anterior política del Banco de Inglaterra de «financiación para préstamos»). Una versión actualizada podría ofrecer incentivos similares a los bancos que amplían sus préstamos a los sectores designados como estratégicos por los líderes democráticamente elegidos de la zona del euro – ya sea para la descarbonización, la innovación digital o las infraestructuras adyacentes a la defensa- sin elegir ganadores individuales.
Este sistema de doble tipo de interés – especialmente con el compromiso de mantener bajo el tipo objetivo – desviaría los flujos de capital hacia los sectores prioritarios elegidos por los gobiernos. Si estos incentivos hicieran que la demanda fuera excesivamente inflacionista en su conjunto, el tipo de interés oficial principal se ajustaría al alza en consecuencia. Esto reduciría la actividad en sectores no prioritarios, pero esa es la reasignación de recursos que requieren las prioridades establecidas democráticamente.
La política de sanciones es otro ámbito en el que intervienen los bancos centrales. En el debate sobre si embargar o no las reservas de divisas rusas bloqueadas para hacer cumplir las obligaciones de compensación de Moscú a Ucrania, el BCE ha optado por oponer una fuerte resistencia. Pero su mandato es apoyar la política de la UE, no determinarla.
Un ejemplo: Al parecer, Arabia Saudí y China han amenazado con deshacerse de los bonos soberanos franceses si París apoya la incautación de las reservas de Moscú. Corresponde a los dirigentes franceses y de otros países de la UE decidir cómo responder. Pero el BCE tiene un «instrumento de protección de la transmisión» (Transmission Protection Instrument, TPI) dedicado a prevenir las crisis de financiación de los gobiernos de la eurozona por motivos no económicos. Debería declarar públicamente su disposición a esgrimir el TPI contra cualquier ataque por motivos políticos a los bonos soberanos, aumentando el margen de maniobra de los gobiernos. En su capacidad supervisora, también podría ordenar la segregación en vehículos separados de las reservas bloqueadas de Moscú en Euroclear Bank y otros bancos de la eurozona.
Cualquiera de estas medidas tendría que estar fijada democráticamente. Pero el mayor riesgo es optar por la impotencia e ignorar por completo las capacidades geopolíticas de los bancos centrales.
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