Neus Casajuana Filella
El contagio global por un virus que no habíamos previsto nos ha hecho comprender que la degradación ecológica y la pérdida de la biodiversidad se pueden volver en contra de la humanidad con la misma rotundidad que lo está haciendo el cambio climático. La colonización de espacios que antes eran cotos vírgenes de la naturaleza está borrando las fronteras que separaban y, al mismo tiempo protegían, a la población humana de los patógenos asociados a la fauna salvaje.
Es cada vez más evidente que la salud y la supervivencia de la humanidad no se pueden desligar del buen estado de los ecosistemas que están degradándose a marchas forzadas con el calentamiento global y la destrucción de los hábitats. La constatación que con nuestro modelo de vida causante de tales perjuicios estamos poniendo en riesgo nuestra propia supervivencia, nos obliga a una transformación sin dilaciones de nuestro sistema de producción y consumo si no queremos llegar al colapso de nuestra civilización en pocas décadas.
La organización de las sociedades modernas, modelada desde hace dos siglos por el acceso fácil a la energía fósil ha permitido, entre otros muchos cambios, la posibilidad de transportar con rapidez cantidades masivas de alimentos y materiales desde las regiones distantes donde se producen a los núcleos urbanos donde se consumen o utilizan. Esto ha facilitado un cambio en la distribución de la población mundial que se ha ido desplazando desde el campo a las metrópolis que han ido concentrando la industria y el comercio y, con ellos, los puestos de trabajo.
Las urbes han permitido a sus moradores gozar de muchas ventajas respecto a los habitantes del mundo rural, como las de tener acceso a una gran diversidad de servicios y de empleos que no es posible en el campo, pero también tienen su lado obscuro: su dependencia del exterior para la provisión de todas sus necesidades materiales, la concentración de residuos, la contaminación y la imposibilidad de cubrir una necesidad tan esencial como lo es el contacto con la naturaleza y los espacios abiertos, fuente demostrada de bienestar. De ahí la necesidad que tienen los urbanitas de escaparse de las ciudades aprovechando cualquier oportunidad.
La civilización del petróleo ha consagrado un modelo de ciudad urbanísticamente fragmentada por usos (residencial, industrial, comerciales, deportivos, etc) que obliga a pasar mucho tiempo trasladándonos de un lugar a otro. La movilidad en automóvil, que fue vendida como símbolo de libertad individual es un espejismo, ya que muchos han pasado de defenderla a ser sus esclavos para llegar al trabajo y a todas partes. El coche privado ha generado múltiples inconvenientes sociales y de salud como la contaminación atmosférica, el ruido, los accidentes y la congestión, además de un enorme despilfarro energético. El acceso masivo al coche produce, además, un círculo vicioso porque cuanto más se facilita la movilidad privada, más congestión y más polución se genera, y cuantas más vías construimos para solucionar estos problemas, más suelo se ocupa, más fragmentado queda el espacio y más se impulsa el uso del automóvil. El resultado ha sido la exacerbación del cambio climático y, con la expansión de la mancha urbanizada a costa del espacio libre, la merma del suelo agrícola, la degradación continua del espacio natural y la contribución a la pérdida de biodiversidad.
La migración masiva a las ciudades ha dejado a muchas poblaciones del medio rural despobladas, envejecidas y empobrecidas. La despoblación ha contribuido a la consecuente pérdida de servicios, al abandono de tierras de cultivo y al crecimiento sin tipo alguno de gestión, de bosques donde antes había cultivos o pastos. Estas masas de árboles jóvenes que crecen descontrolados en condiciones estresantes de sequía, están secuestrando parte del agua que debería llegar a fuentes o ríos, además del riesgo de incendio que suponen en un clima cada vez más propenso a ellos.
Este modelo disfuncional de concentración urbana-despoblación rural quizá no sea tan imposible de modificar. La Covid19 nos ha obligado a cambiar, de un día para otro, nuestros hábitos de consumo, de trabajo y de reunión. Durante la cuarentena hemos visto como el consumo de alimentos de proximidad ha aumentado, el teletrabajo se ha impuesto para la legión que trabaja desde despachos y con ordenadores y la tecnología nos ha facilitado videoconferencias y videoreuniones. Estas nuevas formas de trabajar y comunicarnos que van a quedarse entre nosotros, pueden tener repercusiones importantes en la formas de vivir y en la movilidad. Debemos saber aprovechar el momento para revertir la tendencia a la concentración y expansión urbanas, para fijar población en los pueblos y ciudades interiores y también para cambiar la forma de movernos dentro y fuera de las ciudades hacia sistemas menos dependientes de los combustibles fósiles y menos perjudiciales para el medioambiente.
Pero para que se produzca esta vuelta al campo es necesario que la vida en los pueblos sea viable y agradable. Vivir en el espacio rural no debería ser sinónimo de precariedad, falta de trabajo, de servicios o de aislamiento cultural. Solo garantizando que esas necesidades se pueden cubrir también en los pueblos, podremos revertir la despoblación. Para ello es imprescindible activar e implementar un conjunto de estrategias políticas en sectores tan diversos como la movilidad, la empresa y el turismo, la energía, el comercio y, por supuesto, la agricultura.
La accesibilidad al trabajo
En España, durante el confinamiento, diez millones personas trabajaron desde casa. Esta es la evidencia de que el teletrabajo se puede ejercer desde cualquier pueblecito si hay una buena conexión de internet. De hecho, la demanda de viviendas en zonas rurales alejadas de las metrópolis para ganar calidad de vida se disparó durante el confinamiento, demostrando que la buena conexión digital es tan importante cómo la buena conexión en movilidad. Es imprescindible mejorar la conexión de banda ancha por cable o por ondas que ahora mismo tiene muchísimas carencias en las zonas rurales españolas.
Pero un pueblo es mucho más que un conjunto de trabajadores teleconectados que compran por internet y sin vínculos con el espacio que ocupan. Cuando más diversa y más compleja es una comunidad, mas interesante es socialmente y más resiliente es a las perturbaciones. Tan importante es la presencia de comercios y servicios como lo es el empleo ligado al uso de la tierra que, en muchos casos ha sido abandonada por falta de viabilidad o ha sufrido una falta de recambio generacional debido a unas espectativas de futuro poco atractivas. Esta falta de viabilidad ha afectado, sobre todo, a los titulares de pequeñas y medianas explotaciones que no han podido beneficiarse de las ayudas de la actual política agraria europea PAC con un sistema de pagos basados en los “derechos históricos” que ha favorecido de forma injusta a las explotaciones de mayor tamaño y a los latifundios sin importar la calidad de su gestión.
El sector agroforestal es el responsable del mantenimiento y conservación de los espacios naturales, los paisajes y de los ecosistemas asociados a ellos. Contribuyen a la preservación de la biodiversidad, a la fijación de CO2 y a la prevención de incendios. La conservación del patrimonio natural es, además, la base del desarrollo de otras muchas actividades relacionadas con el ocio, los deportes de naturaleza, el turismo rural y la gastronomía. La buena salud del sector agrario y forestal no incumbe únicamente a los trabajadores de este sector, sino que por sus múltiples funciones es de interés general, ya que afectan a toda la sociedad, sea rural o urbana.
El sector agrario está experimentando en las últimas décadas, una transformación desde un modelo convencional de explotación basado en la agroquímica y muy enfocado a optimizar la productividad sin valorar otros criterios ambientales o de calidad, a otros modelos alternativos basados en la agroecología, más acordes con las nuevas demandas sociales de agricultura ecológica o de mercados de proximidad. La comercialización de alimentos también se ha vuelto más compleja; además de la relación rural/urbana tradicional donde los productos llegan al mercado a través de una amplia red de intermediarios, el e-comercio y los acuerdos directos entre productores y consumidores están permitiendo acortar estas cadenas de comercialización.
Las actividades relacionadas con la gestión de los recursos forestales y la bioeconomía son también una oportunidad de futuro para la creación de nuevas actividades laborales si se establecen los circuitos comerciales para los productos que actualmente tienen poca salida en el mercado nacional.
La viabilidad de muchas de estas transformaciones y proyectos innovadores depende de múltiples factores, entre ellos, de la modernización de las instalaciones, de las técnicas eficientes de riego, de la digitalización de sector, del desarrollo de nuevas estratégias y circuitos de comercialización que abran mercados y permitan nuevos sectores de negocio, pero este proceso de modernización no será posible sin la incorporación de los jóvenes y, para ello son necesarios cambios de orientación en las políticas del Gobierno y de la Unión Europea que puedan garantizarles unas condiciones de vida y unos ingresos dignos. Hay esperanzas de que las políticas impulsadas por la UE, como la estrategia “De la granja a la mesa” o la orientación de la nueva PAC (2021-2027) tengan en cuenta estas necesidades a través de las ayudas directas y otros incentivos. Tambien es prometedor el compromiso verbalizado por el ministro de Agricultura Pesca y Alimentación Luis Planas por la “defensa de la agricultura familiar y el establecimiento de incentivos a las primeras hectáreas o a las primeras cabezas de ganado, o con topes de percepción de ayudas directas por agricultor y explotación” .
Sin embargo Europa está negociando, al mismo tiempo, el tratado comercial Mercosur que permitirá la compra a bajo precio de productos agroalimentarios procedentes de la producción industrial basada en el monocultivo, los combustibles fósiles y la deforestación en los países de origen. Muchos de estos productos van a entrar, además, en competencia con la producción local o nacional con la consiguiente presión de precios a la baja. Existe una clara incoherencia entre las medidas necesarias para estabilizar el cambio climático y recuperar la biodiversidad y estas políticas comerciales basadas en externalizar los impactos negativos a terceros países, mientras se toman medidas de protección ambiental en suelo europeo.
La accesibilidad a los servicios
Las políticas de movilidad son fundamentales para facilitar el acceso desde los pueblos a las ciudades y poblaciones de mayor tamaño que disponen de los servicios básicos. Esta movilidad no puede depender solamente del transporte privado por carretera por razones de equidad social y aún más, cuando necesitamos cuanto antes una economía descarbonizada.
La transición energética nos obliga a repensar la movilidad para mejorar la conectividad entre pueblos y ciudades, organizando un entramado jerarquizado de redes y modos de transporte que permita optimizar el tiempo de desplazamiento. Este plan integrado de movilidad entre trenes, autobuses, taxis y coches compartidos, organizados como una única red, con frecuencias y horarios pensados para no perder tiempo en los intercambios modales es un trabajo pendiente en nuestro país, pero no es una utopía. Solo tenemos que ver y copiar los modelos mas exitosos que ya funcionan en otros países. Suiza es el mejor ejemplo de lo que estamos proponiendo.
El ferrocarril es el transporte universal, el del futuro, energéticamente limpio, de gran capacidad y el que vertebra un país. Pero hay hacer que los trayectos en tren sean competitivos en tiempo con los del coche. Hay que dar más servicio, aumentando tanto las frecuencias de trenes como extendiendo la red ferroviaria a los numerosos lugares donde hoy no llega. El modelo ferroviario español es un modelo centralista, que gira en torno a la capital del reino, como si las relaciones entre provincias y ciudades tuvieran que pasar obligatoriamente por Madrid. El modelo del futuro no debe orientarse a un solo nodo de intercambio (Madrid) , sino que debe ser multinodal, en forma de malla.
Tampoco los trenes de cercanías, los que conectan los pueblos con sus ciudades más cercanas, están extendidos en todas las capitales de provincia. Crear o mejorar el servicio de trenes de cercanías significa, no solo aumentar la frecuencia de los servicios, sino racionalizar sus horarios para que puedan ser útiles a las necesidades cotidianas de acceso al trabajo o a los servicios básicos que poseen las ciudades, en el viaje de ida y en el de vuelta.
A partir de los nodos de esta red ferroviaria vertebradora se necesitará completar la conexión con las redes de autobuses, coches compartidos y sistemas de autobús a la demanda para el 50% de personas que no poseen permiso de conducir o para todos aquellos que desean prescindir del coche, llegando por capilaridad al mayor número de ciudadanos y de pueblos.
Si garantizamos esta conexión a las ciudades con tiempos razonables y a la vez conseguimos que trabajar viviendo lejos de la gran ciudad sea posible, habremos ganado la batalla contra la despoblación. A partir de ahí, otros servicios mas locales van a ir floreciendo en los pueblos a medida que estos vayan ganando habitantes.
Poniendo en marcha todas estas estrategias conseguiremos que vivir en el campo, lejos de las metrópolis, no sea visto cómo un castigo sino cómo una alternativa real de vida. Sabremos que España está en la buena senda de recuperación cuando veamos que realmente se ha iniciado el necesario recambio generacional en las zonas rurales.