
Podemos construir una economía más justa y más ecológica, pero debemos abandonar la idea obsoleta del crecimiento a cualquier precio y centrarnos en el bienestar humano
Jason Hickel
El decrecimiento es bastante sencillo. El primer paso es que el crecimiento perpetuo deje de ser el objetivo de nuestra sociedad, nuestros gobiernos y nuestras empresas. Nos dicen que debemos considerar el crecimiento como sinónimo de progreso social cuando en realidad no tiene nada que ver con el progreso. La definición de crecimiento es muy específica: es el proceso de aumentar la producción industrial –producir más cosas y a un ritmo exponencial– y se cuantifica según los precios de mercado.
Las élites están perdiendo los papeles con el tema del decrecimiento. Sin embargo, resulta que son ellas las que se han quedado desfasadas respecto a la realidad y los últimos avances de la ciencia. El decrecimiento es un concepto científico sólidamente establecido que se ha debatido a fondo en informes elaborados por importantes organizaciones internacionales, como el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, según sus siglas inglesas) de las Naciones Unidas y el grupo de la ONU sobre la biodiversidad. Según los científicos, si queremos detener la pérdida de biodiversidad y descarbonizar la economía a tiempo para mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5 grados, como prevé el Acuerdo de París, es necesario aplicar el decrecimiento en los países de renta alta.

Nuestra economía no funciona demasiado bien. La producción en España es elevadísima. Pero la economía no puede cubrir muchas necesidades humanas básicas
Pero, en materia de bienestar humano y avances sociales, lo importante no es la producción agregada. Lo que importa es lo que estamos produciendo (¿asistencia sanitaria o gases lacrimógenos?), si la gente tiene acceso a bienes y servicios de primera necesidad (como viviendas y una alimentación nutritiva) y cómo se distribuyen los ingresos (si van a parar a los ricos o a la gente que los necesita). Ésta es la cuestión. No hace falta ser una lumbrera para entenderlo.
Desde ese punto de vista, nuestra economía no funciona muy bien. La producción en España es elevadísima. La economía utiliza 24 toneladas de materiales por persona y año, que es un nivel cuatro veces superior al sostenible, uno de los más altos del mundo. Y la consecuencia es la profanación de la Tierra. Sin embargo, la economía no puede cubrir muchas necesidades humanas básicas. En este sentido, es profundamente ineficaz. ¿Por qué? Porque la producción se organiza sobre todo pensando en aumentar los beneficios empresariales, más que en lo que se necesita para el bienestar humano.
La teoría del decrecimiento afirma que, dada la urgencia de la crisis ecológica, debemos dejar de producir cosas que en realidad no necesitamos y centrarnos en garantizar que todo el mundo pueda acceder a lo que necesita. En otras palabras, debemos hacer la transición a una economía ecosocial. Esto reduciría drásticamente el consumo de energía y recursos, y nuestra economía recuperaría unos niveles sostenibles. La producción total bajaría, pero se reforzarían los avances sociales.
En cuanto a la crisis energética, el decrecimiento la aborda totalmente
En estos momentos nos enfrentamos a unas crisis económicas temibles que han coincidido en el tiempo: la crisis del desempleo, la del coste de la vida y la energética. Por un lado, los gobiernos quieren resolver la crisis del paro haciendo crecer la economía, pero esto es peligroso desde el punto de vista ecológico. Por otro lado, quieren controlar la inflación recortando los salarios, lo que provoca terribles estragos sociales. Las ideas que ahora se aplican son incapaces de resolver un problema sin agravar a los demás.
El ecosocialismo del decrecimiento nos ofrece una estrategia más coherente.
No necesitamos el crecimiento para resolver la crisis del desempleo. Lo que sí podemos hacer, en cambio, es acortar la semana laboral y distribuir el trabajo de forma más equitativa. También podemos crear una garantía de empleo público para que todo el mundo que quiera pueda participar en los proyectos colectivos más importantes de nuestra generación: impulsar la capacidad de producción de energías renovables, desarrollar los transportes públicos, aislar las viviendas y regenerar los ecosistemas. Esta estrategia erradicaría definitivamente el desempleo y la economía se centraría en la producción de lo que necesitamos realmente.
No es necesario recortar los salarios para resolver la crisis del coste de la vida. Lo que sí tenemos que hacer, en cambio, es instaurar unos servicios públicos universales. La sanidad y la educación son ya bienes públicos gratuitos en España. Pero deberíamos ampliarlo e incluir el derecho a una vivienda asequible y a unos transportes públicos gratuitos, así como la asignación a todos los hogares de un porcentaje gratuito de energía y agua suficiente para satisfacer las necesidades esenciales. Estas medidas rebajan directamente el coste de la vida. Los servicios públicos universales son por naturaleza deflacionistas.
En cuanto a la crisis energética, el decrecimiento la aborda de lleno. Si reducimos las formas de producción menos necesarias (los vehículos todo terreno, los aviones y los coches privados, la publicidad, la carne industrial, los envases desechables y la obsolescencia programada), rebajaremos la demanda de energía de nuestra economía. Y esto también tendría como consecuencia la caída de los precios de la energía y el control de la inflación.
Podemos construir una economía más justa y más ecológica, capaz de resolver las múltiples crisis que afrontamos. Pero debemos abandonar la idea obsoleta del crecimiento a cualquier precio y centrarnos en el bienestar humano.
Jason Hickel es antropólogo económico, investigador de ICTA-UAB, investigador sénior en la London School of Economics y miembro de la Royal Society of Arts.
https://www.ara.cat/opinio/decreixement-debo-jason-hickel_129_4514157.html
Traducción: Teresa Abril