La energía tiene un trilema que todo el mundo sabe que hay que cumplir: debe ser soberana, debe ser sostenible y debe ser asequible
El otro día hablábamos en ese mismo espacio de la tentación de dar marcha atrás en la transición energética y en las políticas de cambio climático. Me quejaba de que las fuerzas que podríamos enmarcar dentro del concepto Business as Usual no quieren ceder ni un milímetro. Nuestro presente nos muestra día tras día estas fricciones: habíamos visto cómo dos economistas de renombre – el dr. Mas Colell y Dr Miquel Puig – frenan el relato de la transición. ¿Qué es lo que decían estos dos economistas? Que no es necesario cambiar el paisaje catalán porque se puede continuar importando la energía de fuera como se ha venido haciendo hasta ahora. Visión loable si no tuviera consecuencias importantes.
La energía tiene un trilema que todo el mundo sabe que hay que cumplir: debe ser soberana (no dependiendo de terceros países, tal y como ejemplifica el caso de Europa en la respuesta a la guerra entre Rusia y Ucrania), debe ser sostenible (con un objetivo de CO2 cero en 2050) y debe ser asequible para la economía. Desde hace años nos hemos subido a un tren de debates, haciendo prospecciones de hacia dónde tenía que ir esta transición. Este trabajo se ha concentrado en un documento del Instituto Catalán de Energía, donde unos técnicos han redactado durante años el PROENCAT: prospectiva energética de Cataluña.
¿Qué dice la proyección? Que ahora tenemos una energía primaria (la que entra en el sistema) de 295 TWh y que en el año 2050 ésta será de 120 TWh, un descenso del 59% en consumo de energía. Y esto se hará en base a introducir generación renovable masiva, la tecnología en las casas con aislamiento y bomba de calor, la movilidad en coche, camión y tren eléctricos, electrificando el calor en las empresas, introduciendo biomasa, biogás e hidrógeno en ciertos casos , insertando la Inteligencia artificial sobre todo en la administración, y disminuyendo la proteína animal. Este camino tenía como complemento una pedagogía que debía cambiar los hábitos y conducta de la sociedad, siendo más frugal.
Pero en los pronunciamientos contrarios por parte de personalidades reputadas que mencionaba anteriormente, esta semana he presenciado también como un miembro del gobierno cuestiona en un acto público los propios fundamentos de esta prospectiva plasmada en el documento oficial PROENCAT. Dado que en el polígono petroquímico de Tarragona se necesita hidrógeno para sustituir petróleo como materia prima para fabricar química orgánica, se ha puesto en marcha en Tarragona el Centro Catalán por la descarbonización, con un presupuesto de 5 millones de euros. Todo el mundo esperaba que ese hidrógeno verde se produciría con energía renovable. Pero sorprendentemente el Gobierno ha empezado ya a admitir que el hidrógeno podría venir del norte de África, Medio Oriente, Mauritania o Australia. Al escucharlo salté de la silla.
Decir que se puede resolver el equilibrio energético con hidrógeno importado es como dar señal al mercado de que no hace falta que nos angustiemos con luchas sobre dónde situar los parques fotovoltaicos o eólicos, tal y como proponían los citados economistas. Es como decir a todos: no hace falta preocuparse, todo seguirá igual; industrias, no hace falta que haga esfuerzos porque ya sustituiremos el gas por hidrógeno de quién sabe dónde; camiones, no se preocupe, tendrá hidrógeno en lugar de gasóleo; Barcelona, no sufra, será un hub de hidrógeno y sus ciclos combinados funcionarán con él. No hace falta que nadie adapte el consumo o las tecnologías, porque todo funcionará igual que hasta ahora
Esta defensa pública y explícita del Business as Usual tiene un pequeño problema: la economía puede que no lo aguante. Traer hidrógeno de África puede tener un precio de 100 €/MWh según las últimas estimaciones de analistas. Si Barcelona tiene que producir electricidad con este recurso, el precio eléctrico será de 211€/MWh. El área metropolitana de Barcelona tiene un consumo de electricidad de 18,4 TWh, lo que implica que, si en lugar de hacerlo con opción renovable se hace importando hidrógeno, la economía catalana sufrirá un sobrecoste de 2.400 millones de euros sólo para alimentar la metrópoli prescindiendo de la generación renovable de kilómetro cero. Con este plan, nos podemos encontrar que la energía primaria de Cataluña sólo mejore de forma insignificante, manteniendo buena parte de la baja eficiencia eléctrica actual y mejorando ligeramente la movilidad.
Es necesario que desde la esfera pública se cuiden los mensajes que se trasladan. No es responsable dar la señal de que habrá hidrógeno que vendrá de más allá para resolver la transición, dado que la ciudadanía y el tejido productivo lo entenderá como que no es necesario realizar ningún esfuerzo ni adaptación cultural. A nivel profesional, llevo al menos tres años trabajando para encontrar soluciones para sustituir por completo el gas natural, desarrollando tecnologías a partir de biomasa y, ahora que ya estoy llegando al final, la tentación de decir, “bueno, esperaré a que llegue el hidrógeno, no hace falta que me esfuerce”, es cada vez más potente. La desincentivación a las empresas para realizar proyectos de descarbonización es total.
Aún queda una última derivada. Como puede que la llegada del maná hidrógeno no coincida con las necesidades de la petroquímica con el tiempo, empieza a sospecharse que el Gobierno apostará por prolongar la vida útil de las centrales nucleares para producir hidrógeno, al estilo del programa francés. La hipótesis ahora mismo es que buena parte de la electricidad vendrá de Aragón, la sustitución del gas natural vendrá en barco desde África con hidrógeno, y nuestras industrias continuarán deslocalizándose en Aragón y en la Comunidad Valenciana por mejores facilidades burocráticas en permisos. Es la repetición de la deslocalización que se sufrió en 1990 hacia China, pero ahora hacia las regiones vecinas.
Por todo esto me siento profundamente engañado. Ya podemos gritar que la velocidad en renovables es sólo un tercio de la que debería ser, porque parece que quien está diseñando el esquema de futuro ha decidido que no vale la pena sufrir mayores enfrentamientos con el territorio. Para simular que se trabaja se ha puesto en marcha el Plater, un plan de consenso con los municipios, con una partida presupuestaria de 37 millones que servirá este año para poner ingenieros en cada comarca. Ellos deben hacer el consenso con los alcaldes, para ver dónde colocar plantas renovables. Esto nos lleva a que el plan estará en 2024 para ejecutar en 2025, cuando el plan hidrógeno esté más claro.
Como dice una activista francesa, “comprendí que estábamos llegando al fin de un sistema de sociedad, de paradigma, que nos obliga a inventar una nueva forma de vivir juntos. Conocemos las soluciones, sólo nos falta una única cosa: el deseo de actuar”. Siguiendo por este camino, continuaremos dependiendo de terceros países, nos empobreceremos, frenaremos el relato de cambio y vamos a perder nuevamente industria porque nuestra administración es la más garantista y lenta del mundo.
Quizás el modelo hidrógeno no pueda tener la implantación que quiere quien lo tiene en la cabeza, pero sólo el hecho de haberlo dicho, comporta un freno de tal magnitud que es de una irresponsabilidad extrema.