La crisis de la Covid-19, oportunidad para un cambio de modelo social
Pau Noy Serrano, 19/04/2020
Explica la historia que cuando llega una gran crisis las cosas suelen cambiar cuando nos recuperamos de ella. Así fue en la crisis de 2008, en la que se intensificó el modelo del capitalismo financiero. Nos hemos ocupado de ello varias veces en este blog. La crisis de la COVID-19 es nueva porque ha supuesto la paralización de toda la economía mundial. Nos quedaremos quietos durante dos meses y no será realmente hasta 2021 cuando se empezará a recuperar el pulso. Esta crisis ha traído cosas muy malas, los medios se han ocupado sobradamente de ellas, pero también cosas muy buenas.
Por ejemplo, las personas nos hemos vuelto más buenas y solidarias. Al haber sacado lo mejor de nosotros, ha mejorado el capital humano. Pero también hemos descubierto que es posible ser feliz consumiendo mucho menos. Más importante ahora es un buen paseo cuando acabe el confinamiento que unas derrochadoras vacaciones en Las Vegas (nunca entendí cómo uno puede ir de vacaciones a esa lugar). Pero para nuestro futuro como especie y para los objetivos de este blog la gran noticia es la disminución de emisiones de CO2 este año en una cifra histórica, 2.000 millones de toneladas menos vertidas a la atmósfera. Aunque esta reducción resulte insuficiente para parar el cambio climático, ésta es sin duda una gran noticia, visto que la crisis climática tendrá consecuencias mucho más graves que la pandemia y, a diferencia de la COVID-19 que, como toda peste, acabará pasando, el cambio climático será permanente.
Pero quería señalar en este apunte qué señales percibo en favor del cambio que necesitamos y cuáles aún no percibo.
Señales claras en favor de un cambio en el modelo productivo
España ha descubierto que el sector agrario es estratégico. Aunque ellos siempre sustentaron nuestra alimentación, no existía hasta hoy un reconocimiento social de su labor. Esto ha cambiado radicalmente ahora. La compra de alimentos de kilómetro cero hoy no es únicamente un imperativo ecológico, sino que ha sido incorporada como idea a la estrategia nacional de defensa, nacional en el sentido de protección, no en el patriótico. El sector agrario es uno de los sectores emergentes de esta crisis.
Hay consenso en que los países desarrollados necesitan una estrategia de reindustrialización. El sistema productivo basado en la globalización y en el “just-in-time”, es decir en que las fábricas externalicen su cadena logística para ahorrar unos costes que recaen sobre todos, ha dejado a muchas actividades en una terrible situación de desamparo. Nada volverá a ser como antes.
Señales claras en un cambio de orientación de las políticas públicas
La crisis de la COVID-19 va suponer la creación de un enorme agujero en las finanzas públicas que, no olvidemos, son nuestras finanzas. Si repartiésemos la deuda pública entre todos los españoles, tocaría a 26.000 EUR por cabeza y esta cantidad se elevará seguramente hasta 32.000 EUR cuando acabe este ejercicio. Hay más gastos y menos ingresos. La idea de una reforma fiscal para fortalecer nuestras finanzas públicas, para superar el gap fiscal que tenemos con Europa, se abre espacio a pasos agigantados. La cuestión sobre quién deberá aportar más recursos es clara y creo que bastante unánime, sobre las rentas del capital y las operaciones transnacionales. Diría que esta idea la comparten el 90% de españoles.
Implantar una renta básica universal es una propuesta que avanza también con una gran celeridad. El anuncio del gobierno español que en mayo se empezará a distribuir entre las familias con menores ingresos una renta que casi será incondicionada refuerza esta perspectiva. Estamos ante una novedad que hasta hace apenas dos meses era denostada por muchos porque se decía que iba a crear un ejército de vagos y parásitos. Además, medio planeta está discutiendo implantar una renda básica aunque sea limitada en el tiempo y a colectivos de menor renta.
La necesidad de recuperar el control de los servicios públicos, es decir que se presten directamente desde el sector púbico, por su condición de estratégicos, como lo pueden ser las fuerzas armadas, es también otra idea que ha avanzado en estas semanas de una forma consistente, no sólo en España, sino en muchos países europeos. Diría que hay un clamor social para recuperar el pleno control de algunos servicios públicos, sobre todo en el campo de la sanidad y de las residencias de gente mayor, pero también se apunta a otros sectores estratégicos como la electricidad y el agua.
Se entrevé una revolución en el campo de la gestión de la movilidad de la mano de la irrupción del teletrabajo, del cambio de hábitos y del ahorro consciente de energía (la austeridad de nuestros abuelos). El sector del transporte es responsable del 42% del gasto energético nacional, funciona con combustibles que dependen de una importación que perjudica mucho a la economía nacional. Estos días hemos visto que es factible organizar la movilidad de las personas y mercancías de una forma mucho más eficiente. Los dos meses sin coches que disfrutaremos dejarán huella en una opinión pública que ve como la contaminación se ha reducido a cero. Creo que muchos están dibujando ya en su pensamiento un nuevo esquema de movilidad, menos derrochador, no sólo es posible sino que es un gran proyecto.
Dónde no veo tanto progreso
Aunque hay brotes verdes, no veo que exista aún un cierto consenso en otros temas, como en una nueva política pública favorable al reparto del trabajo -imprescindible cuando el empleo volverá a ser un bien escaso– o en un gran acuerdo nacional para la excelencia educativa y para que la investigación, por ser estratégica, pase a integrarse en la columna dorsal de las políticas públicas nacionales, como lo son la sanidad, la educación o las pensiones.
Tampoco veo demasiado progreso en la idea de emprender la revolución energética que Europa necesita. Seguramente porque la opinión pública no ha entendido aún de qué va esto de la energía. No debe olvidarse que la energía fue el último de los fenómenos físicos en lograr ser definido con precisión. Pero a medio plazo se extenderá el pensamiento de que si una pandemia -que siempre tiene fin– nos deja así, como nos dejará el cambio climático que no tendrá fin.
Habría muchos otros temas que comentar pero quiero finalizar mi apunte comentando los retos de la gobernanza supranacional.
Las reformas de la gobernanza
Crisis mundiales provocadas por la COVID-19, el cambio climático o la superpoblación, fenómenos que nos afectan a todos, exigen algún tipo de nueva gobernanza mundial que supere el bloqueo actual de la Organización de Naciones Unidas, una estructura que se alumbró cuando el mundo salía de la segunda guerra mundial. Hay que dar pasos hacia una nueva ONU de corte federalizante y sin vetos, porque en este mundo globalizado debe existir un órgano de gobernanza mundial que gestione las grandes disfunciones que vamos a padecer cada vez de una forma cada vez más intensa.
Pero ha quedado también claro que necesitamos más Europa. Diría que conseguirlo es un clamor. Incluso el primer ministro portugués se ha atrevido a sugerir que quizás Holanda debería salir de la Unión porque en Europa no cabe la insolidaridad y nada hay nada más insolidario que ser un paraíso fiscal para empresas, como lo es Holanda, dentro de la propia Unión. Ante el dilema de “más Europa o dejamos Europa”, la mayoría elegirá “más Europa”, sobre todo después de la pandemia. “Más Europa” significa también una gobernanza unificada con un sello propio político, social y fiscal.
Saludos cordiales,