La emergencia climática no se puede minimizar en modo alguno, pero no se puede dejar de lado, basándose en ella, una emergencia social que cada día que pasa es más visible
Vicent Parpal
En los Países Bajos estos últimos días existe un intenso movimiento de protesta campesina. Los agricultores neerlandeses se han volcado en la calle para tratar de bloquear las principales infraestructuras y se han encarado con la violenta reacción de la policía y las autoridades. Las protestas han podido originar fuertes dificultades de suministro –bastantes supermercados se han encontrado desprovistos–, han despertado la solidaridad de más sectores sociales, como pescadores, y han abierto una crisis política.
Todo empezó con la promulgación de una nueva ley que pretende reducir de un 70% las emisiones de nitrógeno para 2030 en 131 zonas del país próximas a los espacios naturales protegidos. Según las estimaciones del gobierno neerlandés, esto exigiría cerrar el 30% de las explotaciones ganaderas. Los gobiernos provinciales deberían comprar estas granjas, donde el ganado produce grandes cantidades de amoníaco, pero muchos granjeros no quieren abandonar la actividad de toda la vida. Y, sobre todo, afirman que los políticos son mucho más duros y exigentes con ellos que con algunos otros sectores económicos. Concretamente, piden que los objetivos ambientales, que no discuten, implican también a la industria ya las grandes empresas.
Por eso, de alguna manera, la crisis desatada en Países Bajos es como la versión neerlandesa del movimiento de las Chalecos Amarillos, que sacudió durante meses a Catalunya Norte y al resto del estado francés.
Como en ese caso, el gobierno utiliza el cambio climático para añadir una carga a unos sectores sociales ya tremendamente cargados y que se sienten desamparados. En el estado francés la chispa estalló cuando se llamó a la población de la periferia de los grandes centros urbanos que debían cambiar de coche para no contaminar tanto. Sin tener en cuenta que si la gente no cambiaba de coche era porque no podía permitírselo; y también sin ofrecer soluciones de transporte colectivo que aliviaran aquella prohibición. Ahora en los Países Bajos los agricultores se piden cómo es que precisamente son ellos que deben cerrar las granjas para alcanzar los objetivos del cambio climático, mientras la industria no debe hacer ningún esfuerzo comparable.
La cuestión es evidentemente compleja y tiene aristas que todos podemos discutir. ¿Pero quién puede negar hoy que cada vez se ensancha más la distancia entre los más ricos y la clase media? O que hoy hay sectores –aquí, en nuestro país, los agricultores, por ejemplo, también– que apenas pueden sobrevivir, acorralados entre unos distribuidores que les chupan la sangre y un estado que no hace nada por defenderlos ni siquiera ¿de la competencia exterior tan desigual? Y ¿ocurre o no, que hoy hay gente que tiene un sueldo y es pobre? ¿O que debe huir de la ciudad porque ya no puede pagar el precio de residir en ella? En Barcelona mismo.
La emergencia climática no se puede minimizar en modo alguno, pero no se puede dejar de lado, basándose en ello, una emergencia social que cada día que pasa es más visible en Europa. Y por tanto, también, en els Països Catalans.
Publicado en Vilaweb https://www.vilaweb.cat/noticies/rebellio-en-la-granja-neerlandesa/
Traducido del catalán