
Aunque parece poco intuitivo, un aumento en la eficiencia del aprovechamiento de recursos no siempre está acompañada por una reducción en su consumo
Vivimos en un mundo inmerso en un cambio climático cuyo origen se encuentra en nuestra actividad, especialmente, en las emisiones de gases de efecto invernaderoque la humanidad lleva generando desde la Revolución Industrial, y especialmente en las últimas décadas.
Es bien sabido que la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero —aunque no todas— procede de la quema de combustibles fósiles, ya sea para obtener energía eléctrica en centrales térmicas, para el transporte de personas y mercancías mediante vehículos de motor de combustión, o para calentar nuestras casas y cocinar nuestra comida quemando gas.
Muchos piensan que la solución al problema pasa por la optimización de la eficiencia. Según esta forma de ‘tecnooptimismo’, una tecnología más avanzada que consiga los mismos resultados, emitiendo menos gases de efecto invernadero —o con las mismas emisiones, logre resultados mejores— haría posible avanzar, con un desarrollo social y económico creciente, acompañado de una reducción del impacto ambiental.

A mayor eficiencia… ¿Menor consumo? ¿Seguro?
El problema está en que el aumento de la eficiencia del aprovechamiento de los combustibles fósiles generalmente no se traduce en una reducción del consumo; sino al contrario, suele aumentar. Este fenómeno, que parece totalmente contraintuitivo, ya fue observado por el filósofo y economista británico William Stanley Jevons, en el siglo XIX.
La paradoja de Jevons, también llamado principio de Jevons, afirma que, ante el perfeccionamiento tecnológico destinado a aumentar la eficiencia en el empleo de un recurso, es más probable que suceda un aumento de su consumo que una disminución. De ahí que mejorar la eficiencia energética de la tecnología podría llevar a un mayor uso de energía, en lugar de reducirla. Y un mayor consumo de energía implica un mayor nivel de emisiones.
¿Por qué sucede esto?
Las observaciones de Jevons primero, y de otros investigadores después, fueron claras. Las ganancias de eficiencia tecnológica, específicamente los motores de carbón que conseguían los mismos resultados con menos combustible, lejos de reducir el uso del carbón, aumentaron su consumo y solo comenzó a decrecer cuando fue sustituido por otro combustible más barato y eficiente: el petróleo.
Las tecnologías recientes no han hecho más que confirmar esta tendencia: un automóvil moderno consume mucho menos combustible que uno de hace varias décadas y los electrodomésticos logran los mismos o mejores resultados empleando menos energía. Sin embargo, el consumo de combustible o de energía eléctrica sigue aumentando de forma constante.
El motivo que subyace tras este fenómeno radica en dos premisas que esa visión tecnooptimista omite. Por un lado, de forma directa, una tecnología más eficiente abarata el precio de la energía —electricidad, combustible…—, lo que lleva a un mayor uso de esa tecnología, y el aumento del uso de la tecnología es mayor que la reducción del consumo energético, consecuencia de su mayor eficiencia. Por simplificar el argumento: un coche actual, para recorrer una misma distancia, consume menos que el de hace treinta años; pero diez coches hoy recorriendo cien kilómetros cada uno consumen mucho más que uno solo de hace treinta años en 20 kilómetros.
El segundo motivo es indirecto, y tiene que ver o con nuestro sistema de producción y consumo capitalista: una mayor eficiencia energética incrementa los ingresos de quienes la aplican, lo que conduce a un crecimiento económico, que conduce, a su vez, a un aumento global en el consumo energético mayor que la reducción obtenida por la mejora en la eficiencia. En conclusión: en un sistema capitalista se sigue priorizando el crecimiento económico sobre la reducción de emisiones.

Su relación con el cambio climático
Las observaciones realizadas durante más de un siglo corroboran que el efecto de Jevons no solo es real en el contexto original, sino que se aplica también a otros muchos aspectos sociales, económicos y ecológicos. Los resultados concluyen en un crecimiento económico global con un aumento de las desigualdades sociales, y un constante e imparable impacto medioambiental.
La paradoja de Jevons muestra, así, el resultado. Los pocos países que consiguen desacoplar su crecimiento económico de sus emisiones, lo hacen a cambio de externalizar medios de producción o la producción misma a terceros países que emiten tanto o más, y a menor coste. Debemos recordar que el sistema climático es global, y reducir emisiones localmente a cambio de aumentarlas en otro lugar no solo no soluciona el problema, sino que lo agrava.
Estamos en un cambio climático acelerado, y las previsiones, siguiendo el sistema actual, no parecen indicar que lo vayamos a frenar. Durante la COP21, en 2015, se firmó el Acuerdo de París de mantener un aumento de la temperatura global inferior a 1,5 °C, que entró en vigor al año siguiente. En el año 2022, durante la COP27, ya se aceptó que ese umbral es actualmente imposible de evitar y se marcó un umbral de 2 °C. Y aún hoy se sigue hablando de un ‘desarrollo sostenible’. Si entendemos por ‘desarrollo’ el crecimiento económico, esos términos han mostrado ser un oxímoron irrealizable.

Un problema sistémico
La economía mundial está estructurada en torno al crecimiento económico y la realidad es que el crecimiento económico global depende del aumento del consumo, con los impactos ambientales que supone. Mientras la solución propuesta sea una mejora en la eficiencia, sin freno al crecimiento económico, el resultado será, dados los hechos expuestos, previsible. Además, cada vez más, el crecimiento económico termina siendo el crecimiento de unos pocos —quienes generan más emisiones —, que desemboca en una situación de desigualdad perpetuada, sostenida y alimentada por el sistema capitalista.
. Esta tendencia de producir más y más llevará a un colapso socioeconómico y ecológico cada vez más cercano. Sin embargo, es posible evitar ese colapso o, al menos, reconducirlo para mitigar al mínimo sus daños, mediante un decrecimiento controladoy bien constituido desde el conocimiento científico. Tal y como se deduce de una investigación reciente realizada por el equipo liderado por el antropólogo Jason Hickel, de la Universidad Autónoma de Barcelona, y publicada en la prestigiosa revista Nature, el decrecimiento puede funcionar, «los países ricos pueden crear prosperidad mientras usan menos materiales y energía, si abandonan el crecimiento económico como objetivo».
Por lo tanto, es posible un escenario de decrecimiento económico sin vulnerar los derechos humanose incluso reduciendo la desigualdad. Reducir de facto las emisiones de gases de efecto invernadero, mediante la sustitución de los sistemas de producción, no por la mejora en la eficiencia de la generación de energía. Acompañado de un apoyo real a la economía circular, una redistribución real de la riqueza, una reevaluación de los valores individualistas y consumistas por valores cooperativos y humanistas, una reducción racional del consumo, y, en general, una reconceptualización del sistema mismo.
Debemos entender que no puede suceder un crecimiento económico infinito en un planeta cuyos recursos son finitos.
Referencias:
Alcott, B. 2005. Jevons’ paradox. Ecological Economics, 54(1), 9-21. DOI: 10.1016/j.ecolecon.2005.03.020
Hickel, J. et al. 2022. Degrowth can work — here’s how science can help. Nature, 612(7940), 400-403. DOI: 10.1038/d41586-022-04412-x
Parrique, T. et al. 2019. Decoupling Debunked. Evidence and arguments against green growth as a sole strategy for sustainability. A study edited by the European Environment Bureau EEB.
Vadén, T. et al. 2020. Decoupling for ecological sustainability: A categorisation and review of research literature.Environmental Science & Policy, 112, 236-244. DOI: 10.1016/j.envsci.2020.06.016