Es necesario integrar la visión ecológica y el conocimiento que tenemos del funcionamiento de los sistemas naturales en los análisis que hacemos del despoblamiento rural. La aproximación debe considerar el conjunto del sistema socio-ecológico
Francisco Lloret
La despoblación del mundo rural se ha ganado un lugar en la agenda política y social. El gobierno de España y las diferentes Comunidades Autonómicas tienen secretarías, departamentos y programas para revertirla o al menos mitigarla. Incluso la Unión Europea elabora estrategias y planes de acción. Existen bastantes razones para ello. Hay motivos sociales, ya que la despoblación es un motor de desigualdad debido a la merma de servicios que reciben las poblaciones rurales menguantes. Existen motivos culturales y emocionales que vinculan las raíces personales y colectivas a un paisaje que se esfuma. Hay motivos económicos, ya que existen recursos del territorio que dejan de ser explotados.
Existen razones ambientales ya que se pierde capacidad de controlar determinados impactos en el medio, como los incendios forestales. Existen motivos geopolíticos, ya que la sociedad pierde soberanía sobre los territorios despoblados y los estamentos políticos dan opción a que otras redes de poder, como la delincuencia u agentes políticos ajenos, pasen a controlarlos.
La pérdida y el envejecimiento de la población en zonas rurales empezó a a mediados del siglo pasado
La pérdida y el envejecimiento de la población en muchas zonas donde hasta hace pocas décadas predominaba el sector primario no es un fenómeno reciente, sino que comenzó a mediados del siglo pasado en Europa y en las regiones orientales de Norteamérica. Pero la situación se ha exacerbado en los últimos tiempos, o al menos así lo ha percibido la opinión pública y los agentes políticos. En consecuencia, aparecen iniciativas para consolidar las poblaciones locales y activar la economía de las zonas rurales. El resultado de estas iniciativas es incierto, aunque sabemos de antemano que el esfuerzo es insuficiente e inadecuado. Sin embargo, es sorprendente que la dimensión ecológica del despoblamiento rural se haya obviado o tratado muy superficialmente, en un momento en que las cuestiones ambientales se han convertido en uno de los ejes de la acción sociopolítica y económica. ¿Cómo afecta el despoblamiento rural a los procesos ecológicos y a la calidad ambiental? ¿qué aporta el conocimiento ecológico a la comprensión y gestión del fenómeno? son cuestiones que raramente se discuten.
Repasemos brevemente la historia del despoblamiento rural con esta perspectiva ambiental. En Europa, y particularmente en la región Mediterránea, la transformación de los ecosistemas por las sociedades humanas se remonta al menos hasta el Neolítico. Desde entonces, los paisajes han ido cambiando siguiendo los vaivenes de dichas sociedades. Cuando la densidad de población y la capacidad tecnológica han sido mayores, estas transformaciones han sido más profundas. Muchos bosques se cortaron para dar paso a pastos y cultivos, y la mayor parte de los supervivientes quedaron empobrecidos en especies, dominados por árboles jóvenes mientras se extraía la madera y la leña o se hacía carbón vegetal. Los humedales se desecaron, los ríos se encauzaron y sus aguas se desviaron a los regadíos. Muchos suelos se erosionaron, a pesar de los esfuerzos por retenerlos en terrazas. Las redes tróficas se vieron simplificadas y transformadas a medida de los usos humanos. Sin duda, una mayor proporción de la población estaba más en contacto con los procesos naturales que en la actualidad, pero los moldeaba según su conveniencia, conocimiento y capacidad, generalmente simplificándolos. Simultáneamente, los procesos evolutivos y ecológicos continuaron. Las especies más adaptadas a los ambientes humanizados proliferaron y aparecieron nuevos linajes, algunos de ellos directamente de la mano de los humanos. Se generaron nuevos hábitats, más abiertos, que pasaban a ser ocupados por una biota que encontraba allí unas condiciones y recursos adecuados. Para la biodiversidad, el balance de esta historia de nuestros paisajes es ambivalente. Se han perdido algunos componentes importantes y se han simplificado las redes de interacciones bióticas, a la vez que se han generado nuevas oportunidades en lo que podemos considerar ambientes seminaturales. Este balance se decanta hacia unos efectos más negativos cuando el impacto sobre el territorio se intensifica, dejando menos elementos seminaturales, homogeneizando grandes extensiones del territorio.
En cualquier caso, es importante entender que en estos territorios los sistemas naturales y sociales no han estado desconectados. De hecho, ambos forman parte de un sistema socio-ecológico que los integra a través de flujos de energía, materia e información. Incluso las aglomeraciones urbanas dependen de procesos naturales que operan lejos de ellas, como aquellos que determinan el clima o la disponibilidad de agua y energía. Esta conexión entre los entornos rurales y urbanos se da también en aspectos culturales y emocionales. Mantenemos vínculos intergeneracionales con los paisajes de nuestros ancestros, mientras que las urbes generan continuamente nuevos referentes culturales. Aunque mayoritariamente vivamos en núcleos urbanos, no dejamos de ser animales que evolucionaron en espacios abiertos y buscamos que en nuestro entorno más inmediato crezcan las plantas y los animales, domesticándolos a nuestra medida. A su vez, los que vivimos en entornos rurales dependemos de los desarrollos tecnológicos y de los artefactos culturales y de las relaciones de poder que se crean cuando la densidad de población alcanza cierta dimensión. Los habitantes de los pueblos necesitamos de los servicios sanitarios, tecnológicos e incluso económicos que se generan y redistribuyen en gran medida desde las aglomeraciones urbanas. Los mundos urbanos y rurales están conectados, forman parte de un continuo, a pesar del empeño por parte de políticos y creadores de narrativas de enfrentarlos. Se puede obtener cierto rédito de promover dicho enfrentamiento, pero a medio plazo es un error grave desgarrar el conjunto del sistema socio-ecológico. Una visión de ecosistema permite entender y formalizar estas interconexiones.
Esta perspectiva ecológica se manifiesta también cuando analizamos el efecto del despoblamiento rural en la calidad medioambiental. En general, una mayor densidad humana tiende a tener un impacto negativo en la biodiversidad. Por tanto, a primera vista el abandono rural favorecería la recuperación de la biodiversidad. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Los paisajes rurales actuales son el resultado de una co-evolución en la que han participado las sociedades humanas y los procesos naturales de una forma integrada, no superpuesta o enfrentada. Podemos hablar de paisajes culturales, o en algunos casos seminaturales, en los que han acomodado elementos de biodiversidad que merecen ser preservados. Es el caso de especies de plantas arvenses que conviven con los cultivos y enriquecen las redes tróficas, que controlan plagas y favorecen la polinización y la dispersión. O de las especies de aves que necesitan de espacios abiertos y los encuentran en paisajes agroforestales.
La transformación ancestral de los sistemas naturales ha simplificado las redes tróficas
Por otro lado, la transformación ancestral de los sistemas naturales ha simplificado las redes tróficas, despojándolas de piezas clave que no podemos restituir plenamente, o introduciendo en ellas nuevos elementos – como las especies exóticas o los artefactos que interrumpen el curso de los ríos – profundamente transformadores. Y, de hecho, los sistemas ecológicos son históricos, no retornan a situaciones anteriores, con unas condiciones, como las climáticas, que no vuelven a darse. Eso no quita que procuremos incorporar elementos de naturalidad, como la complementariedad multifuncional que proporciona la biodiversidad. Estos criterios de naturalidad regulan mejor la complejidad de los sistemas socio-ecológicos que la intensificación y la homogeneización, las cuales pueden ser más eficientes para determinados objetivos, pero lo hacen en detrimento del funcionamiento del conjunto del sistema. Los sistemas agroecológicos, en contraposición a la agricultura intensivas, basada en insumos de agua y nutrientes y cultivos monovarietales, son un buen ejemplo. La disminución de la actividad humana en el territorio permite que los procesos naturales se reestablezcan en cierta medida. Pero estos procesos trabajan con elementos naturales cercenados y deben acoplarse a un funcionamiento de sistema. Por ejemplo, las iniciativas para realizar repoblaciones masivas en zonas despobladas pueden permitir aumentar el secuestro de carbono con la intención de ayudar a mitigar el cambio climático, pero el efecto de la vegetación en el sistema climático no depende únicamente de su capacidad de fijar carbono, sino también del control que ejerce en los flujos de agua – acelerando su ciclo – y energía – absorbiendo radiación que no es reflejada a la atmósfera -. Por no hablar de lo que representa favorecer cubiertas forestales pobres en biodiversidad en entornos que en comparación albergan más biodiversidad.
La biodiversidad no es el único aspecto medioambiental afectado por el despoblamiento rural y por las acciones que se quieran proponer para revertirlo. La utilización y regulación de los recursos hídricos, la conservación de los suelos, el almacenamiento de estocs de carbono y su efecto en el clima, o la polución de suelos, agua y aire son algunos aspectos a valorar. Pensar que el despoblamiento va a relajar automáticamente la presión antrópica que impacta negativamente en estos aspectos es demasiado simple. De nuevo falta incorporar dos hechos básicos: (1) partimos de sistemas históricos profundamente modificados por la acción humana, constituidos por piezas con un grado de naturalidad alterada; (2) es necesario adoptar una visión sistémica con las sociedades humanas integradas en el funcionamiento del conjunto. El despoblamiento abre ventanas de oportunidad económicas, por ejemplo, para instalaciones energéticas, vías de comunicación, industrias, explotaciones agropecuarias y urbanizaciones contaminantes o consumidoras de recursos energéticos y hídricos, o simplemente vertederos. Estas actividades se aprovechan de la baja densidad de población para que sus impactos afecten a menos personas, a la vez que esperan encontrar menos contestación. Sus defensores argumentan que los réditos económicos salpicarán a la población resistente. Pero es sabido que la mayor parte de los beneficios económicos acaban lejos de estos territorios y en muchos casos se generan durante la construcción de las instalaciones. En todo caso, se trata de usos intensivos del territorio que no contemplan su mutifuncionalidad. Y hemos aprendido cómo surgen los problemas ambientales y colaterales cuando nos focalizamos en conseguir la máxima eficiencia en un único tipo de beneficio.
A primera vista, no parece fácil bregar con esta multifuncionalidad de los paisajes y los ecosistemas que albergan. Pero existen fórmulas. Por ejemplo, se pueden construir representaciones de la trayectoria del sistema en un espacio virtual definido por ejes que por un lado correspondan a la densidad de población en el territorio y por otro a la calidad de los parámetros ambientales (ver Figura). Así, suponiendo que la situación actual se mantuviera, la población rural seguiría disminuyendo mientras que la pérdida de biodiversidad que se ha producido en ecosistemas culturales difícilmente se vería compensada por la reincorporación de elementos perdidos hace tiempo. Hemos aplicado recientemente esta aproximación a las regiones interiores de España comparando los vectores que describen la trayectoria del sistema bajo diferentes alternativas de gestión incluyendo (i) el mantenimiento de la situación actual, la implementación de (ii) políticas activas de conservación, con un peso importante de la renaturalización o de (iii) políticas que procuran retener un mosaico de hábitats con una visión estática, (iv) un uso extensivo y sostenible del territorio y (v) una intensificación del uso territorio despoblado, según lo descrito anteriormente. (Lloret et al. 2024, People & Nature). Estas trayectorias se han estimado para diferentes parámetros de calidad ambiental, además de la biodiversidad, como el almacenamiento de carbono, la ausencia de contaminación, la disponibilidad y regulación de recursos hídricos y la conservación de los suelos.
El resultado del ejercicio indica que no hay una alternativa que mantenga de forma óptima los parámetros demográficos y de calidad ambiental simultáneamente. Ya hemos visto que la situación actual lleva a una pérdida demográfica sin que se lleguen a revertir muchos de los problemas ambientales heredados. Pero los escenarios basados principalmente en criterios conservacionistas tampoco permiten cambiar sustancialmente la tendencia al declive demográfico. La solución de compromiso sería un uso extensivo del territorio que mantuviera actividades económicas, fijando población, que además de aprovechar las posibilidades tecnológicas que facilitan el establecimiento de redes de información a larga distancia, fueran sostenibles ambientalmente. Estas actividades están a menudo relacionadas con una gestión de recursos naturales, que debería estar basada en procesos naturales y que pongan en valor el patrimonio cultural y natural. El impacto ambiental no sería negligible, pero sí mucho menor que el causado por la intensificación, como se ha comentado. Sin embargo, el carácter de esta intensificación aparece en ocasiones disfrazado y algunas actividades intensivas están asociadas por la opinión pública a visiones tradicionales del medio rural. Es el caso de las granjas o los grandes regadíos que pueden consumir una gran cantidad de agua y ser tanto o más contaminantes que industrias que habitualmente se asocian al mudo urbano. De nuevo las fronteras entre mundo rural y urbano se difuminan cuando adoptamos una visión funcional, sistémica.
En resumen, es necesario integrar la visión ecológica y el conocimiento que tenemos del funcionamiento de los sistemas naturales en los análisis que hacemos del despoblamiento rural. La aproximación debe considerar el conjunto del sistema socio-ecológico. No es una tarea fácil, ya que se trata de un sistema altamente complejo, en continua transformación. Pero tenemos herramientas y conocimientos ecológicos que deben contribuir al debate y aportan elementos fundamentales a la hora de establecer agendas y planes de acción.