La rápida evolución de la tecnología y las economías impredecibles están desestabilizando el empleo tal como lo conocemos. ¿Cuáles son las posibles soluciones?No es la demanda de trabajo humano la que está desapareciendo, plantea Tim Jackson, sino las instituciones y la economía que la ofrecen. Es extraño lo preocupante que se ha vuelto el trabajo. No hace mucho tiempo, el trabajo nos ofrecía ingresos, seguridad y una clara percepción de nuestro lugar en el mundo. Mi padre trabajó en la misma compañía durante 40 años. Lo entrenaron, lo promovieron, apoyaron la educación de sus hijos (yo) y lo dejaron lo suficientemente bien como para disfrutar de su vejez. Mi madre estaba entre una generación de mujeres que ingresaban a la fuerza de trabajo con un nuevo sentido de identidad y propósito. El trabajo importaba, no solo como un medio para ganarse la vida, sino como la estructura de la vida cotidiana; como un pasaporte a la ciudadanía. Ahora todo está en el aire. La inteligencia artificial está sobre nosotros. «Los robots están llegando». Dos visiones distintas luchan por la supremacía en torno a esta narración central. En una, los robots nos salvarán; en la otra nos arruinarán, y tal vez incluso se van a parecer a nosotros a la larga. Quizá, viviremos la vida de Riley y nunca tendremos que volver a trabajar, o quizá todos seremos muy pobres, excepto los muy, muy ricos que producen y poseen los robots. De una forma u otra nuestras vidas cambiarán mucho más de lo que hemos conocido. Mis hijos ya aceptan la inminente incertidumbre con una mezcla de indiferencia y desdén. Lo que sea que les esté esperando en el futuro no se parece en nada a lo que nosotros (o sus abuelos) alguna vez conocimos y no esperan ninguna ayuda de nosotros para darle sentido. Pero, por favor, ¿podríamos hacerles tan solo el favor de librarlos de la carga de encontrar un trabajo? Los trabajos son tan de la generación pasada. Presionándolos más, expresarán una pérdida de esperanza de su propio futuro laboral que no está del todo infundado. El desempleo juvenil en el sur de Europa alcanzó el 60% a raíz de la crisis financiera, incluso antes de la llegada de los robots. Eso es más de la mitad de toda una generación sin medios de vida seguros y sin perspectiva global. Es una receta para el desastre social. Reconociendo los peligros, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) lanzó una iniciativa sobre el Futuro del Trabajo de dos años hasta su propio centenario en 2019, con una enorme agenda de amplio alcance. Es un esfuerzo oportuno. Enormes consecuencias humanas dependen de ello. Pero las estadísticas son convenientes. De aquellos que sí encuentran trabajo hoy, más de dos quintos lo encontrarán en lo que la OIT llama «empleo vulnerable» con contratos inexistentes o precarios y acceso limitado a cualquier forma de protección social. En los países en desarrollo, esa proporción aumenta a cuatro quintas partes. Igualmente revelador es que dos tercios de los empleados de los países en desarrollo todavía viven en pobreza extrema o moderada con un ingreso de menos de $ 3.10 por día. El «trabajo decente para todos» es quizás el más fundamental de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS 8). Pero su ejecución se ve cada vez más como un sueño imposible. ¿Qué puede aportar la inteligencia artificial a un mundo donde la seguridad básica se pierde, cuando la asistencia sanitaria no cuenta con los fondos suficientes, la educación es un lujo y la vivienda es precaria? ¿Qué puede aportar a las comunidades desposeídas de derechos y empobrecidos de los países postindustriales, abandonadas por una subinversión crónica y la caída de los salarios reales? Pienso en los jóvenes que entrevistamos recientemente en Stoke-on-Trent. Atrapados en una ciudad cuya identidad se forjó a partir del carbón y la arcilla: ahora desempleados y potencialmente sin empleo, después de una década de austeridad. La desigualdad se ha profundizado y la división política se ha ampliado. Las repercusiones siguen recayendo en un gobierno que malinterpreta la situación. No hay muchas soluciones para todo esto en el libro de estrategias de empleo. Una de las pocas alternativas es adoptar las nuevas tecnologías como la vanguardia del capitalismo y arreglar las consecuencias sociales lo mejor que podamos con una semana de tres días y una renta básica. Como no habrá trabajo, no tendremos que trabajar. Y dado que no habrá ningún salario, necesitaremos que el gobierno nos pague. Solo hay una trampa. Con menos salarios, ¿de dónde vendrán los ingresos tributarios del gobierno? ¿Cómo se financia todo esto? Por supuesto, podríamos gravar la tierra y la propiedad. Quizás deberíamos pensar en redistribuir la riqueza. Tal vez los gobiernos deberían tomar posesión de los activos productivos (y los robots). Sin duda tendría sentido en las circunstancias a las que nos vamos a enfrentar, pero no suena como la vanguardia del capitalismo. En realidad, no es capitalismo en absoluto. Mientras tanto, la versión ultracapitalista del mismo escenario se parece cada vez más a un mundo terriblemente dividido en el que el trabajo se vuelve cada vez menos seguro y la brecha entre el capital y el trabajo se amplía. Hay una curiosa paradoja en el corazón de todo esto. Lo vi en Grecia y Portugal durante la crisis financiera. Lo he visto en Stoke-on-Trent. Lo vi en África y Asia en la década de 1990. Lo vi en Chile hace dos años, donde tres jóvenes que trabajaban con entusiasmo en la «economía informal» me asaltaron a puñaladas. La paradoja es esta: en los peores centros de desempleo del mundo, todavía hay mucho trabajo por hacer. Dondequiera que fui, vi la necesidad de trabajo humano. Gente enferma sin atención médica. Niños descuidados en las aulas. Edificios necesitados de rehabilitación. Una marea creciente de enfermedades mentales. El mar invasor de la inversión deficiente. No era la demanda de trabajo lo que se había había desaparecido, sinó las instituciones (y la economía) para ofrecerlo. Y hay algo más paradójico en estos trabajos que no se pierden. Consisten en tareas como el cuidado y la educación, donde la interacción humana es lo más importante. O en renovación y rehabilitación, donde la realización y la repararación exigen habilidades que son decididamente humanas en lugar de máquinas. O son trabajos que podrían mejorar nuestras vidas y nuestras esperanzas para el futuro, dando voz a nuestro lado creativo y estimulando la imaginación con habilidades y arte que solo pueden ser mal reproducidos por las máquinas. En resumen, esta economía es potencialmente rica, más allá de nuestros sueños, en la necesidad del trabajo humano. Este artículo apareció por primera vez en The Guardian y es parte de su pensamiento optimista para la serie 2017. Traducción Neus Casajuana |
Un comentario
¿Un trabajo decente para todos? Más que imposible, innecesario.
Plantearlo como Jackson nos propone nos lleva ineludiblemente a mirar demasiado la parte izquierda de la ecuación de un sistema económico, la de las fuerzas de producción, menoscabando la importancia de la parte derecha, las relaciones de distribución.
Un objetivo y cuatro preguntas estratégicas:
Objetivo: la dignidad de la persona humana.
Las preguntas:
QUÉ producir
CÓMO producirlo
CUÁNTO producir
CÓMO distribuirlo
Y todo ello realizado dentro de una sociedad abierta, social y políticamente abierta.
La quinta pregunta es política ¿CÓMO establecer las vías democráticas para que la ciudadanía de una sociedad plural y abierta pueda responder a esas cuatro preguntas sin dejar de ser plural y abierta? ¿Tienen todas ellas la misma primacía? ¿Es suficiente la habermasiana democracia deliberativa, deudora de su teoría de la acción comunicativa? ¿Es ineludible una cierta desigualdad, tal y como teoriza Rawls en su Justicia como equidad?
La «primera» Ilustración, ampliando el horizonte del pensamiento gracias a un nuevo paradigma, ayudó a liberar las fuerzas productivas y el pensamiento científico. Tal y como Michel Focault afirmaba, según recuerda Josep Ramoneda, gracias a la modernidad la verdad dejó de transitar el camino del cielo a la tierra, con los sacerdotes como oficiantes, para establecer al propio ser humano como fuente y receptor de la verdad: éste fue el nuevo paradigma: ya no había verdad revelada ni límites impuestos por sumos oficiantes, ya todo lo podíamos construir pues nuestra era la fuerza creadora y liberadora.
Ahora es posible que necesitemos una «segunda» Ilustración, aquella que en lugar de dejarnos volar hasta los límites nos induzca a pensar desde los límites. Desde los límites de la naturaleza, obvio, pero también desde los límites del ser humano: no olvidemos al gran ilustrador Kant: «nada recto puede construirse del torcido tronco del que está hecha la humanidad”. Tenemos límites como humanos, y como humanos debemos reconocerlos y usarlos, no para manipular, pero sí para entender los límites de nuestras estrategias y de nuestras tácticas políticas.
Una reflexión sobre ‘CÓMO distribuirlo», o sea, sobre servicios pagados con impuestos.
Una determinada estructura impositiva, con una u otra relación entre impuestos directos e indirectos (esta relación no es inocua: si un salario de 21.500€ brutos paga -por ejemplo aproximado- 3.500 de impuestos directos y dedica los 18.000 restantes al consumo, en indirectos pagará del orden de otros 3.000, por lo que en total sufrirá un presión de un 30% aproximadamente; este mismo cálculo, efectuado sobre un salario de 100.000 €, con una supuesta capacidad de ahorro de 25.000 €, pagará -por ejemplo aproximado- 35.000 €, y de los 40.000 de de consumo en indirectos del orden de los 6.000, una presión del 41%; conclusión: obviamente los indirectos hacen subir la presión fiscal sobre las rentas bajas -del 24 al 30%- y la bajan sobre las rentas altas -del 45 al 41%-), con una u otra curva real de progresividad, con una u otra asignación será una respuesta progresista o regresiva a «CÓMO distribuirlo»
Aún más, la respuesta que se dé a esta pregunta influirá en las respuestas de las otras tres, ya que una distribución progresista del excedente que apoye los servicios públicos condicionará (no determinará, pero si condicionará y mucho: hablamos de TODOS los servicios públicos) QUÉ producir (más servicios públicos implican menos producto material privado), CÓMO producirlo (más servicios públicos, intensivos por su naturaleza en factor humano, implica una cierta desmaterialización positiva de la economía) y CUÁNTO producir (dos respuestas: más bienes inmateriales y menos bienes materiales).
En fin, nada que una buena política socialdemócrata (como la que ahora PSOE vuelve a plantear y PODEMOS asume como estrategia viable para enfrentar la crisis social -en mi opinión, mejor que aquello de tomar los cielos al asalto) no hubiera ya demostrado.
Un saludo.
Rafa Granero.