Sostener la brecha entre los planes de producción global y los niveles coherentes con la limitación del calentamiento a 1,5 °C y 2 °C, significa una amenaza para una transición energética bien gestionada y equitativa
SEI (Stockholm Environment Institute)
Selección de textos extraídos del resumen ejecutivo de SIE » Informe sobre la brecha de producción de 2023. Todos los materiales del Informe SIE 2023 están recogidos en esta web.
Un exhaustivo informe publicado el 8/11/2013 indica que, para 2030, los gobiernos planifican producir un 110% más de combustibles fósiles por encima del nivel de producción requerido para limitar el calentamiento global a 1,5 °C; cifra que representa un 69% más de la producción máxima permitida para cumplir con el objetivo de 2 °C. Dichos planes no son coherentes con las promesas asumidas por 151 gobiernos nacionales para lograr el objetivo de cero emisiones netas. Asimismo, las estimaciones científicas más recientes sugieren que la demanda mundial de carbón, petróleo y gas alcanzará su punto máximo en esta década (2020-2029), incluso sin tener en cuenta nuevas políticas a favor de la extracción de combustibles fósiles que puedan surgir en el resto de década. Debido a ambos factores, los planes actuales de los gobiernos conducirían a un aumento de la producción mundial de carbón hasta 2030, y de la producción mundial de petróleo y gas al menos hasta 2050, lo que crearía una brecha cada vez mayor en la producción de combustibles fósiles a lo largo del tiempo.
Figura ES.1
La brecha en la producción de combustibles fósiles —esa diferencia entre los planes y proyectos gubernamentales y los niveles consistentes con limitar el calentamiento a 1,5 °C y 2 °C, en unidades de emisiones de gases de efecto invernadero a partir de la extracción y la quema de combustibles fósiles— sigue siendo amplia y se expande a medida que pasa el tiempo. (Consultar detalles en el Capítulo 2 y la Figura 2.1.)
Muchas de las principales naciones productoras de combustibles fósiles mantienen el plan de incrementos a corto plazo en la producción de carbón y a largo plazo en la producción de petróleo y gas. En conjunto, los planes y las proyecciones de los gobiernos provocarían aumentos en la producción mundial de carbón hasta 2030 y en la producción mundial de gas y petróleo hasta 2050, cuanto menos. Como resultado, se generarían brechas de producción cada vez mayores con el paso del tiempo.
Para poder limitar el calentamiento a 1,5 °C, el suministro y la demanda globales de carbón, petróleo y gas deberían reducirse de inmediato y considerablemente, desde ahora hasta mediados de siglo. Sin embargo, los aumentos que se estiman a partir de las vías de planes y proyecciones gubernamentales provocarían, en 2030, niveles de producción globales mayores con respecto a las vías consistentes con la media de 1,5 °C en un 460% para el carbón, en un 29% para el petróleo y en un 82% para el gas. Estos valores aparecen reflejados en la Figura ES.2. También se hace evidente el desfasaje entre los planes de producción de los tres combustibles fósiles de los gobiernos y sus compromisos climáticos.
Si bien 17 de los 20 países mencionados se comprometieron a alcanzar un nivel de emisiones neto cero, y muchos han lanzado iniciativas para reducir las actividades de producción de combustibles fósiles, la mayoría continúa promoviendo, subsidiando, respaldando y planificando la expansión de la producción de combustibles fósiles. Ninguno asumió la responsabilidad de reducir la producción de carbón, petróleo y gas para limitar el calentamiento a 1,5 °C. Tal como aparece en la Tabla ES.1, algunos países tienen previsto incrementar la producción de carbón hasta 2030 y apuestan por el crecimiento sostenido de los mercados de carbón nacionales e internacionales. Entretanto, la mayoría de los productores de gas y petróleo anticipan que incrementarán los niveles de producción entre 2021 y 2030, y algunos incluso hasta 2050.
La guerra en Ucrania, las presiones resultantes sobre los suministros globales de energía y los precios récord de la comercialización internacional del gas han impulsado los planes y las inversiones destinados a la infraestructura para gas natural licuado, tanto desde la óptica de partes exportadoras como de las importadoras. Desde muchos países se alimenta la idea de que el gas es un combustible «puente» o «de transición», pero en ningún caso se manifiestan planes para prescindir de él. Sin embargo, el uso del gas podría obstaculizar o demorar la transición a sistemas de energías renovables, ya que así se retienen las instituciones y los sistemas que dependen del combustible fósil. Además, a pesar de algunos beneficios locales en la calidad del aire al sustituir el carbón, los avances en la cuantificación de las fugas de metano a lo largo de la cadena de suministro de gas han reducido sustancialmente los beneficios climáticos esperados de reemplazar el carbón por gas (consultar el Capítulo 3).
Los gobiernos deben ser más transparentes en sus planes, proyecciones y respaldos a la producción de combustibles fósiles, además de explicitar de qué manera estos se alinean con los objetivos climáticos.
Los gobiernos son los principales responsables de establecer el destino de la producción de combustibles fósiles. Las entidades estatales controlan la mitad de la producción mundial de gas y petróleo, y más de la mitad de la producción de carbón. Los objetivos, las políticas y el respaldo que los gobiernos sostienen hoy en día en relación con la producción de combustibles fósiles contribuyen a la legitimización, la incidencia y la habilitación de inacabables inversiones en proyectos de esta índole tanto nacionales como internacionales, lo que socava los esfuerzos para transicionar hacia energías renovables y mitigación climática global. Al mismo tiempo, muchos de los proyectos para combustibles fósiles que se diseñaron y están en fase de desarrollo ahora corren el peligro de convertirse en activos varados. Esto es consecuencia de que el mundo esté orientado a la descarbonización y de que se espera que la demanda global de carbón, petróleo y gas alcance su punto máximo y empiece a decrecer en esta década, incluso sin la necesidad de implementar políticas adicionales.
Es necesario que los gobiernos adopten objetivos de reducción en la producción y uso de combustibles fósiles tanto a corto como a largo plazo para complementar otros parámetros de mitigación y aminorar los riesgos de los activos varados. Los países con mayor capacidad para la transición deben apuntar a reducciones más rápidas que las del promedio global.
La incongruencia que existe hoy entre las ambiciones climáticas y los planes para la producción de combustibles fósiles socava los esfuerzos para reducir su uso y emisiones. Esto se debe a que se envían señales contradictorias sobre las intenciones y prioridades de los países, y a que se retiene la infraestructura para la producción de nuevos combustibles fósiles que resulta en una transición energética más costosa, compleja y disruptiva. Ha quedado comprobado que ya no es suficiente con focalizar la política climática casi de manera exclusiva en la demanda de combustibles fósiles y las emisiones territoriales vinculadas con su combustión, como sucedía en las últimas décadas.
En definitiva, al escenario energético global lo definen tanto la oferta como la demanda. Es por eso que una transición energética debidamente controlada requerirá de planes y acciones centradas en reducir la producción y el consumo de combustibles fósiles de manera coordinada. Combinar objetivos y políticas destinados a la disminución gradual y activa de la producción de combustibles fósiles con otras medidas importantes de mitigación climática y transición justa —como reducir el consumo de dichos combustibles, expandir la energía renovable, reducir las emisiones de metano de todas las fuentes y asignar inversiones y protección social a comunidades afectadas— puede bajar los costos de la descarbonización, fomentar la coherencia política y garantizar que las energías renovables reemplacen a la energía procedente de combustibles fósiles, en lugar de acompañarla como otra opción.
Ante los riesgos y las incertidumbres que presentan la CCS y la CDR (captura, almacenamiento y secuestro de carbono) , los países deben apuntar a una disminución progresiva de la producción y del uso de carbón hasta erradicarlos casi en su totalidad para 2040. Por otro lado, es necesario el compromiso para una reducción combinada en la producción y el uso de petróleo y gas para 2050 hasta alcanzar, con mucho, a una cuarta parte de los niveles de 2020. El riesgo de que estas medidas no sean lo suficientemente viables a escala, los daños no climáticos a corto plazo que generan los combustibles fósiles y otras formas de evidencia convocan a una desescalada global todavía más rápida de todos los combustibles fósiles.
Si bien todos los objetivos de reducción mencionados anteriormente derivan de escenarios consistentes con el calentamiento a 1,5 °C, que están alineados con adoptar un enfoque preventivo para limitar la dependencia de la CCS y la CDR, todavía se asume que estas medidas estarán disponibles a escala hasta cierto grado (consultar la Sección 2.4). A fin de cuentas, la velocidad y la magnitud de la merma necesaria en la producción de carbón, petróleo y gas también dependerá de muchas decisiones basadas en normativas y valores. Por ejemplo, desde un escenario de mitigación que dependa únicamente de CDR tradicionales (forestación) y no CCS junto con combustibles fósiles, bioenergía o captura directa del aire se prevén reducciones en la producción global de petróleo en un 90% y de gas en un 85% entre 2020 y 2050.
Traducción de textos extraídos del resumen ejecutivo de SIE » Informe sobre la brecha de producción 2023