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Reflexiones sobre Re-Sostenibilidad

 

 

 

 

En términos generales, el concepto de sostenibilidad, según el informe Brundtland de 1987, se define técnicamente y oficialmente como «satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer la capacidad para satisfacer las necesidades de las generaciones futuras».

 

Francesc Sardà, Gener 2018

Aplicado en sentido amplio, el concepto abarcaría todo tipo de recursos: económicos, materiales, humanos, sociales y ambientales.

Supongo que el concepto debe ser más profundo, porque de entrada deberíamos empezar por definir cuáles son las necesidades de las generaciones actuales. ¿Cuáles son las necesidades de bienestar que requiere la población mundial? ¿A qué países nos referimos, a África o India, por ejemplo?. Me inquieta una definición tan genérica como ingenua e inconcreta.

Hoy en día ya estamos fuera de la sostenibilidad debido a que muchos millones de personas en la Tierra ya no pueden mínimamente «satisfacer sus necesidades más básicas», y no se prevé que en un futuro más o menos próximo puedan hacerlo. Si toda la humanidad tuviera que vivir con el nivel de vida de la media de la población europea, durante el primer trimestre de cada año ya se habrían agotado todos los recursos alimentarios que la Tierra actualmente nos puede suministrar. Necesitaríamos la producción de 3 a 4 Tierras para dar energía y comida a toda la Humanidad como si fueran europeos. El denominado primer mundo puede comer porque otros se mueren de hambre, no tienen agua, ni sanidad, ni educación, ni una alimentación adecuada. Así, directo, simple y aterrador. Paradójicamente, muchos productos del tercer mundo sirven para alimentar y vestir al primer mundo a base de unas condiciones de trabajo muy precarias y abusivas, de semi-esclavitud en infrahumanas y abusando del trabajo infantil. Y esto tiene una causa muy clara: porque el primer mundo acapara la utilización de la mayoría de recursos y, por tanto, de energía. Así, pues, cuando se está hablando de sostenibilidad en los medios de comunicación, a nivel político o ambiental, hay que saber lo que estamos hablando y no utilizar estos conceptos de manera burda, tergiversando su sentido para justificar falsamente todo tipo de actitudes. Tampoco es solución, como abogan algunos, enviar al tercer mundo lo que sobra del primero. Ni probablemente es su tipo de alimentación, ni disponen de las infraestructuras adecuadas para conservarlo, ni es rentable ni sostenible enviarlo en condiciones y a tiempo; y menos aún potenciar el subsidio permanente de estas sociedades.

Hay una corriente de justificación que dice que los desequilibrios y las diferencias entre los dos mundos han existido siempre. La falacia de esta argumentación simplista radica en que, mientras en la Tierra no se utilizaba el carbón ni el petróleo, y habiendo todavía continentes para «descubrir» y explotar, los recursos podían parecernos infinitos y así actuábamos (con la población de entonces, y su ritmo de explotación y crecimiento, los recursos podían considerarse relativamente infinitos). Evidentemente también había miseria, pero había una esperanza sobre tierras y recursos que parecían abundantes e ilimitados, había mundos por conquistar. La huella ecológica de la humanidad era escasa. La diferencia ahora es que no hay más cera que la que arde y poco más para descubrir y explotar, mientras que la población mundial se ha multiplicado por 15 desde el año 1500. Es decir, en 1500 la humanidad podía tener esperanza de que en algún momento pudiera tener un bienestar sostenible, pero… ¿podemos tener ahora esta esperanza?

Esta realidad ya empieza a afectar también el primer mundo: después de los acontecimientos sociopolíticos y económicos de la última década, está claro que nuestros hijos vivirán peor que nosotros. De hecho, ya lo están haciendo. Tienen más competitividad, trabajos más precarios, jubilaciones relativamente más bajas e incluso dudosas, vivirán en una Tierra más caliente, con eventos climáticos más dramáticos, más desertización, con más migraciones masivas, más contaminada menos diversidad, con crisis alimentarias y, en definitiva, con un medio ambiente más deteriorado. Sus necesidades estarán menos cubiertas en comparación a como lo han sido nuestras durante la segunda mitad del siglo pasado. Por otra parte, la inmensa mayoría de sociedades que viven en la más absoluta pobreza, ¿qué deben «sostener» para sus próximas generaciones? ¿La misma pobreza y miseria en que ellos han vivido? ¿Qué oportunidad tienen de salir de la insostenibilitat social, económica, ambiental en la que están irremisiblemente inmersos? La sostenibilidad es un concepto bonito sobre el papel pero en sí mismo insostenible. Todo parece indicar que hemos llegado a un final de ciclo. Dos razones parecen claras para esta deriva no sostenible: por un lado el crecimiento desmedido humano y económico y la utilización de los recursos sin freno ni medida durante el siglo pasado y, por la otra, una economía capitalista basada en el crecimiento y explotación de recursos, incapaz de evolucionar hacia criterios de economía productiva y no especulativa.

Esto no sorprende a los ecólogos, ni los científicos en general. Desde finales del siglo XIX que se advierte continuamente del desastre. Pero es James Lovelock quien, en la década de los 70, establece las bases para entender la sostenibilidad del planeta en términos globales a través de su libro Gaia: A new look at life on Earth (Gaia: Una nueva mirada de la vida en la Tierra); donde Lovelock y colaboradores miran la Humanidad y la misma Tierra como un gran ecosistema integrado que evoluciona conjuntamente. A partir de entonces, se detecta el agujero en la capa de ozono, aumento de la contaminación, aumento de temperatura y desertización, pérdida de acuíferos, inicio del deshielo polar; en definitiva, todo lo que provoca el cambio climático… con toda la desestabilización que esto conlleva al equilibrio de nuestros ecosistemas y sociedades.

Desde la Primera Conferencia Internacional sobre el Clima (1979), pasando por la Cumbre de la Tierra de Río (1992), a los Protocolos de Kyoto (1997), los Acuerdos de Copenhague (2005), el Foro de Davos (2014) y finalmente a los Acuerdos de París (2016) y sus ratificaciones (2017), lo único que se puede es constatar que todo ha empeorado y que estos acuerdos, foros y cumbres no tienen realmente un poder coactivo ni ejecutivo reales. Aunque la mayoría de países del mundo están ahí representados, la mayoría de los acuerdos firmados solo son declaraciones de buena voluntad sin compromisos realmente vinculantes, sin sanciones por incumplimientos, ni inspecciones rigurosas y, como mucho, sólo con propósitos débiles a años vista. Sin contar además el hecho de que algunos países se están retirando de estos grandes acuerdos como es el caso de EEUU. De hecho, hoy día las emisiones de gases de efecto invernadero continúan aumentando a nivel mundial y en cada una de estas reuniones se constata que así sigue sucediendo.

Hay pues que ser conscientes de que la sostenibilidad planetaria debe incluir imprescindiblemente la sostenibilidad económica y social; no son independientes unas cosas de las otras. Sin embargo, no parece que las políticas internacionales vayan por otro camino que no sea el crecimiento económico de siempre, explotando a los recursos de la manera más rápida y eficiente posible. Es verdad que se han iniciado políticas para preservar el medio ambiente e, incluso, políticas de disminución de impactos agresivos en el planeta, pero, si por otra parte se quiere continuar creciendo como hasta ahora o más, entonces se entra un círculo vicioso contradictorio y flagrante. No solo una contradicción política o económica, sino simplemente ecológica y planetaria. Sólo para poner un ejemplo cercano: en Barcelona hay altos grados de contaminación, por lo que se potencia el Servicio Público, la bicicleta, disminución de las emisiones de CO2 y NO2, se impulsa el coche eléctrico, la eficiencia energética de los edificios restaurados, se prevén restricciones de tráfico o de determinados modelos de coches o de gasoil, etc., pero, en cambio, se quiere incrementar el nombre de turistas, plazas hoteleras, autocares turísticos, potenciar los cruceros, las ferias y congresos internacionales, la venta de coches, los parques temáticos, aumentar el número de vuelos internacionales, incrementan la industria y las exportaciones, etc. Es decir, se implantan medidas contradictorias porque, si bien disminuimos el impacto cualitativo, aumentamos el cuantitativo, con lo que el diferencial de sostenibilidad siempre en sale perjudicado relativamente a la baja. Pero peor aún, mientras las políticas de sostenibilidad son lentas de implementar y encuentran gran resistencia por parte de determinados sectores, las políticas expansivas se implementan más rápidamente. La diferencia entre la velocidad y magnitud con que se frenan unas actividades y se potencian otras, siempre da un balance negativo para la sostenibilidad. En definitiva, se habla mucho de avanzar en la sostenibilidad, pero se retrocede constantemente. Estas contradicciones, que se dan en todos los ámbitos, son las que deterioran y hacen fluctuar erráticamente los sistemas sociales y los que hacen que el flujo de la energía e información dentro de las sociedades se convierta en inestable con empleos más precarios, viviendas más caras, turismo desenfrenado, pensiones imprevisibles, sanidad a la baja, etc. Pero estas contradicciones están profundamente arraigadas en las mentalidades empresariales y políticas liberales hasta el punto que utilizan fragantes oxímoron como el concepto de «Crecimiento sostenible».

Hay que señalar que los recursos abundantes que había en los años 70-80 (cuando se definió el ´termino sostenibilidad), en nuestros días ya han disminuido drásticamente. Entonces quizás podrían haber sido sostenibles, ahora ya no lo son. Dentro de una misma generación, por ejemplo, la nacida alrededor de los años 50, se ha pasado de tener recursos potencialmente sostenibles a no tenerlos. Entonces, la pregunta es: ¿si nuestra propia generación no ha sido capaz de hacer sostenibles sus propios recursos ambientales y sociales que gestionaba, que vamos dejar las generaciones futuras?

Sostenibilidad es pensar que no hemos de crecer en cantidad, sino en calidad, en efectividad, eficiencia y ahorro. Evidentemente no son el consumismo, la producción de bienes superfluos, ni los valores capitalistas o economías liberales quienes pueden conseguirlo. Nuestros hijos ya no disfrutaran de la abundancia de recursos de sus padres, ni del clima en que ellos crecieron, de su esperanza de vida social y familiar, ni democrática. Por tanto, creo que la palabra sostenible aplicada al estado actual está ya fuera de lugar. Ahora pues, deberíamos hablar de resostener, resostenible, resostenibilidad, en el sentido de volver a hacer sostenible aquello que ya no lo es.

Quisiera subrayar que la resostenibilidad debe ser algo más que una definición más o menos acertada y comprometida con el futuro. Cuando se habla de resostenibilidad, estamos hablando del futuro de la generación que nos está sucediendo, nuestros hijos y nietos, de la humanidad entera (no de la Tierra, la Tierra seguirá existiendo por millones de años), estamos hablando de nuestra propia subsistencia, estamos hablando de conceptos filosóficos: equilibrio, responsabilidad, medida, austeridad e, incluso, sacrificio material. Ser resostenible y/o decrecer no significa vivir peor, sino de otra manera, con unos otros valores y objetivos, con otras estructuras productivas, económicas y seguramente también políticas.

La discusión filosófica (o pragmática) a la que me refiero es la que debate si debemos procurar por el crecimiento industrial en el presente o debemos procurar que los recursos sean viables en el futuro y puedan sustentar las próximas generaciones (incluida la nuestra por supuesto). ¿Pensamos en solucionar los problemas del presente o los del futuro? Frenar el paro de hoy con más producción puede representar aumentar el de mañana! Sin presente no hay futuro, pero en el presente agotamos los recursos del futuro. El tiempo juega en contra: cuanto más tardemos en reaccionar, menos posibilidades tenemos de salir delante de manera airosa o no traumática. De esta problemática ha surgido el concepto de sostenibilidad, pero no todo el mundo lo entiende de la misma manera o no la quiere entender, porque no quiere asumir los cambios de modelo estructural que conlleva el propio concepto. ¿Hasta donde estamos dispuestos a sacrificarnos por la resostenibilidad de los recursos y, de rebote, de la humanidad misma? ¿Qué podemos hacer para solucionarlo?

La mentalidad humana asume que cada problema tiene una solución técnica, pero un problema tan complejo y global no puede ser solo abordado a través soluciones técnicas para temas puntuales. Las soluciones pasan por estrategias globales y urgentes de reducción inmediata del crecimiento y respeto extremo por el medio ambiente. Para ello es fundamental asumir una visión NO antropocéntrica del problema. Las tecnologías no han de modificar y hacer otro mundo, sino interpretar y conservar el que tenemos. También hay que asumir que cualquier decisión que se tome ahora, ya se toma tarde, por tanto el decrecimiento será inevitable y de nosotros depende que sea ordenado o caótico.

Lamentablemente una nueva tecnología aplicada sin restricciones y sin una mentalidad resostenible (sin control ni compensaciones sostenibles), corre el riesgo de aumentar la insostenibilidad y acelerar la “cantidad”. ¿Qué tecnología no conduce a un mayor flujo de información, eficiencia productiva y exponencialidad de los propios mecanismos sobre los que actúa? ¿Puede compararse estas tecnologías aplicadas por ejemplo en medicina, a las aplicables en la producción de bienes consumistas? ¿Tienen el mismo efecto de sostenibilidad en ambos campos?

En definitiva, el gran reto es ¿»cómo hacer sostenible lo que ya no lo es?» ¿Podemos abordar la resostenibilidad sin decrecimiento real en el sentido más amplio del concepto? ¿Será la esperada hipotética tecnología la que nos permitirá volver a escenarios sostenibles pasados? ¿Contribuirán estas tecnologías al cambio de paradigma especulativo actual? Si la cuenta atrás comenzó a mediados del siglo pasado, la pregunta que nos podemos hacer para intentar responder las anteriores es: ¿cuándo empezamos la resostenibilidad?

Para finalizar, me gustaría introducir aquí el factor antropológico haciendo referencia al denominado “drama o tragedia de los comunes”.

Esta paradoja fue descrita por Garret Harding en la revista Science en 1968. Describe una situación en que varios individuos, motivados solo por el interés personal, y actuando independientemente pero racional y legítimamente, acaban por esquilmar un recurso compartido y limitado común, aunque a ninguno de ellos, ya sea como individuo o colectivamente, les convenga que tal destrucción ocurra. Hardin analiza la relación entre libertad y responsabilidad, dando lugar a un amplio debate sobre el comportamiento humano como especie en economía, sociología, teoría de juegos, política e información. El  dilema representa una contradicción entre los intereses o beneficios individuales y los bienes comunes públicos. Este comportamiento y dilema puede escalarse des de niveles individuales a corporativos o estatales. ¿Es éste un comportamiento innato de la humanidad que emana de nuestra propia genética? ¿Seremos capaces de librarnos de nuestro propio instinto?

Personalmente he constatado este efecto en la pesquería de Catalunya (“La sostenibilitat de la pesca a Catalunya”. F. Sardà ed. Laertes). Un ejemplo paradigmático de como el sector pesquero, con la connivencia de su propia administración, reduce el propio recurso pesquero que gestiona y explota hasta hacerlo inviable; incluso habiendo sido advertido por los científicos y haberlo constatado en otras pesquerías. Lamentablemente, hoy el sector pesquero en Catalunya está decreciendo involuntaria y dramáticamente, siguiendo al pie de la letra el guión de la obra “el drama de los comunes”.

La pregunta que mucha gente se hace es cómo enfrentarse a este dilema. Si los estados, políticos y grandes multinacionales no están por esta labor: ¿nosotros que podemos hacer? Esta desesperante y desazonadora pregunta lo es cuando el individuo se ve superado por las circunstancias y se ve empequeñecido ante una tendencia global inversa sobre la que no puede influir. Quizás, nosotros como individuos, no podemos influir de manera tan decisiva y rápida en estos ambientes como desearíamos, pero sí podemos con nuestra actitud ayudar de manera significativa a invertir esta situación. Primero debemos partir de nuestra propia realidad y asumir que solo podemos actuar en lo que es nuestra área de influencia. Des de este contexto, mucho podemos hacer. He aquí una lista de algunas actuaciones que seguro pueden contribuir de manera incisiva a cambiar las cosas. Que no sea por no haberlo intentado:

– Informate: busca conocimientos al respecto de “Ciudades en transición”, “Economía del bien común”, “Los límites del crecimiento”, “Decrecimiento”. ONG’s. , etc.

– No aceptes la verdad institucional sin cuestionarla. La ignorancia te hace débil.

– Vota partidos políticos que defiendan los conceptos sostenibles y de empoderamiento social. Evita los que proclaman el crecimiento económico.

– Invierte tu dinero en bancos y fondos de inversión éticos y no especulativos. No entres en bolsa y evita endeudarte.

– Gasta solo en cosas esenciales y necesarias, no seas consumista. Reduce y/o optimiza también tu consumo de agua, gas i electricidad.

– Desplázate responsablemente, utiliza el transporte público, bicicleta o andando. No adquieras vehículos sobre dimensionados. Viaja en proximidad.

– Responsabilízate con tus actos sostenibles integrándote en cooperativas de ahorro energético, agrícola. Soporta, únete, colabora y coopera con otras personas, asociaciones o ONG’s de tu entorno.

– Ejemplariza a tu alrededor por ejemplo sin uso de bolsas de plástico, adquiriendo productos de km 0, ecológicos y manufacturas que respeten los derechos humanos. Adquiere productos en las tiendas de barrio y no en grandes superficies o supermercados. Manifiesta tu actitud e ideología abiertamente.

Si quieres cambiar algo, empieza por ti mismo.

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